Cada vez que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) realiza una reunión, las denuncias ante su Comisión de Libertad de Prensa e Información revelan cuánto camino aún debe recorrer nuestro hemisferio antes de conjurar los peligros contra el periodismo libre.
La que concluyó ayer en San José no fue una excepción. El muestrario de casos fue múltiple.
Comienza con ese reducto de oscurantismo, represión e intolerancia que es Cuba. Allí la consigna es un no absoluto a la prensa independiente. Su resultado: lo que el colega Raúl Rivero calificó --desde La Habana-- como una represión minuciosa, acelerada desde finales de febrero.
Junto a esta política de Estado hay que colocar, en la lista de tragedias, los asesinatos contra periodistas, con un agravante adicional: la impunidad. Por esto la SIP pretende descorrer ese velo en Colombia, Guatemala y México, los países con el peor récord en el continente.
Pero a estas formas brutales de silenciamiento hay que sumar un variado repertorio de ímpetus de control que surgen en las democracias.
Las regulaciones sobre la publicidad electoral, el secuestro de documentos utilizados por los periodistas en sus informaciones, el empleo de acusaciones para amedrentar a medios independientes, los impedimentos o trabas para obtener información pública y la manipulación de la propaganda oficial para doblegar medios incómodos están entre las múltiples medidas utilizadas.
Si se las compara con nuestro caso, podremos ver, con preocupación, que algunas de ellas se aplican en Costa Rica, con o sin fundamento legal, pero siempre con el resultado de limitar el ámbito de acción de los periodistas y el de información y opinión de los ciudadanos.
Esto nos recuerda --como siempre ocurre en las reuniones de la SIP-- que la lucha por la libertad de prensa no solo hay que darla con heroísmo en las dictaduras, sino también con persistencia en las democracias.