Víctor nació en cuna muy pobre, en la zona rural, en la década de los sesenta. Su padre era alcohólico, lo que limitaba aún más el poco dinero disponible. La madre de Víctor tenía que hacer milagros para dar de comer a sus nueve hijos.
Víctor asistió a la escuela pública gracias a que no tenía que pagar nada y, encima, recibía por lo menos una comida cada día. Su curiosidad y ganas de salir adelante lo llevaron a avanzar dentro del sistema educativo público, hasta graduarse del colegio técnico profesional de su comunidad. Todo ese tiempo sin tener que pagar por sus estudios.
Gracias a una carta de recomendación de un diputado de uno de los partidos del bipartidismo de la época, quien ni siquiera lo conocía, consiguió trabajo en una institución pública. Sus ansias de superación lo llevaron a estudiar en una universidad pública para obtener su título de bachiller. De nuevo, pagando nada por sus estudios.
Víctor es un empresario exitoso y vive sumamente agradecido por las oportunidades que le brindó la institucionalidad que prevaleció en Costa Rica mientras él se formaba durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta. La combinación de un sistema de educación pública de buena calidad con políticos desinteresados, dispuestos a ayudar a quienes querían superarse, junto con las oportunidades que da una economía en crecimiento, ayudó a muchos como Víctor a superar la condición de pobreza en que habían nacido.
Por eso, a Víctor le cuesta entender las proclamas de algunos que se quejan, y quieren deshacerse, de todo lo que se hizo en la Costa Rica del pasado. Ciertamente, hay varias (muchas) cosas que deben cambiar. La calidad de la educación pública decayó sustancialmente. Instituciones públicas fueron capturadas por intereses muy particulares. Políticos sin escrúpulos abusaron del poder a su favor, en lugar de ayudar a los más pobres. La economía no crece con el mismo dinamismo de aquellas épocas. En estas circunstancias, las oportunidades para salir de la pobreza son mucho más escasas. Hay lugar para las quejas.
Pero ¿da para tanto como para desechar todo lo pasado? ¿O será posible recuperar lo bueno que se hizo antes, corrigiendo lo malo de ahora? Soluciones drásticas, poco pensadas, conllevan el riesgo de tirar el bebé junto con el agua sucia de la tina.
El autor es economista.