La cultura organizacional de muchas empresas e instituciones está seriamente amenazada. La pandemia mató el teletrabajo (o por lo menos el término), ahora nadie quiere volver a la oficina y la mayoría de los más jóvenes nunca ha ido. Ahora se llama trabajo virtual, y lo que está de moda es el trabajo mixto. Algunas organizaciones creen haber resuelto el problema al declarar que pondrán en funcionamiento el trabajo híbrido, e incluso tienen directrices acerca de cuántos días a la semana los colaboradores deben asistir a la oficina.
Los trabajadores van a la oficina a regañadientes, otros acuden, pero solo en apariencia. Mientras tanto, los más valientes (y jóvenes) sencillamente renuncian. Está claro que la cultura organizacional que existía antes de la pandemia no va a regresar, también es cierto que la mayoría de las culturas nunca fueron diseñadas, sino que sencillamente sucedieron con el tiempo y la historia.
Para algunos es la oportunidad de diseñar una nueva cultura, aunque, siendo justos, quienes diseñan culturas son tan escasos como los dientes de las gallinas. Tampoco está claro qué tipo de cultura es deseable para cada organización. Para complicar más el asunto, aunque se supiera qué tipo de cultura se quiere, los pasos para echarla a andar son totalmente inciertos. La experiencia brilla por su ausencia.
No sé si seré iluso, pero tengo la esperanza de que pronto se desarrollen nuevas culturas (ni idea de cuánto tarda eso) y, sobre todo, nuevos conceptos de dónde quiere y le gusta a la gente trabajar, cuándo queremos trabajar y, tal vez lo más importante, para quién trabajar. Puede ser puro optimismo, pero tengo la esperanza.
Las tareas repetitivas, que en algunos casos son una parte de los puestos laborales y en otros son todo el puesto, están bajo seria amenaza debido a la inteligencia artificial (IA). No sabemos cuánto tiempo tomará en darse el cambio, pero hay muchos factores competitivos a favor de que será rápidamente. También tenemos evidencia de que la disponibilidad de la tecnología, a veces, no es suficiente.
Los vehículos autónomos ya tienen por lo menos cinco años de ser perfectamente funcionales; sin embargo, la gente sigue muriendo en accidentes de tránsito (1,5 millones a escala global, cerca de 1.000 en Costa Rica). La regulación se mueve mucho más lentamente que la tecnología, eso es obvio, pero hay tecnologías, como la IA, que son muy difíciles de regular y son más peligrosas.
Inteligencia artificial y computación cuántica
El potencial de la IA para producir desinformación es enorme: troles automatizados que no pueden ser interrogados en la Asamblea Legislativa, que escriben mentiras mucho más sutiles, son diestros en el arte de la persuasión, trabajan 24/7, nunca se cansan y no tienen que ir al seguro; correos electrónicos para hacer phishing, hechos a la medida de cada recipiente, con un grado de credibilidad mucho mayor que el que hemos visto hasta ahora; y ni que decir de la IA para aplicaciones militares (“robots que matan gente”). Todo esto en medio de una carrera desenfrenada entre enormes empresas y gobiernos contrarios.
Sabemos que las nuevas IA son capaces de escribir código, es cierto que hasta ahora solo escriben código fuente, pero para convertir el código fuente en lenguaje de máquina solo se necesita un compilador. Hay quienes aseguran que nadie en su sano juicio le daría acceso a una IA al compilador que le permitiera generar nuevas versiones de sí misma. Pero todos sabemos que en el planeta hay muchísima gente que no está, y nunca ha estado, en su sano juicio.
Esta amenaza, en cierta medida, se asemeja a la de las armas nucleares; si se sale de control, todos perdemos. La esperanza puede parecer más tenue, ya que no sabemos cómo resolver el problema que se presenta. Geoffrey Hinton, de manera muy sensata, sugiere que mucha gente muy brillante se aboque a resolver este problema, con la consciencia de que estamos todos en el mismo barco. Tal vez.
Una gran parte del sistema financiero global, y casi toda la seguridad nacional de todos los países, depende de la criptografía. Somos muchos los que confiamos en que la totalidad de los datos, tanto en tránsito como en reposo, estén siempre encriptados.
El desarrollo de la computación cuántica por actores malignos es una amenaza real y verdadera. La incertidumbre se ve aumentada por el secretismo con el que tanto empresas como gobiernos trabajan en el desarrollo de la computación cuántica. La esperanza es que los actores benignos ganen la carrera y podamos reencriptar todo, con tecnología cuántica, antes de que sea muy tarde.
Cambio climático
El cambio climático es tal vez la amenaza más real y cercana que todos vemos y sentimos, casi todo el tiempo. Ahora se habla de la tercera conversación. La primera conversación giraba en torno al “aquí no pasa nada, el clima siempre ha sido muy variable, esto se va a arreglar solo”. La segunda era “reciclemos, reutilicemos, comamos menos carne, sembremos más árboles, compremos vehículos eléctricos, instalemos paneles solares, etc.”.
La tercera es un poco más tétrica, dice que ya pasamos el punto de no retorno, hay no sé cuántos indicadores que ya sobrepasamos y, básicamente, estamos fritos. Lo único que queda ahora es adaptarnos, incluso acuñaron el término “adaptación profunda”. La aviación va a desaparecer, el mundo globalizado ya no será, los seres humanos serán vegetarianos, el consumo y, por consiguiente la producción, deberá decrecer, etc.
La amenaza del cambio climático es probable que sea la que conlleva menos esperanza. ¿Realmente esperamos que se desarrolle una tecnología que elimine el carbono del aire para que sigamos quemando combustibles fósiles? ¿O una tecnología espacial que provea una especie de capa protectora que rebote una parte de los rayos solares de manera que se reduzca el calentamiento? Obviamente es posible seguir durmiendo de ese lado, pero la esperanza más realista es un cambio de actitud profundo y global, probabilidad definitivamente menor de 0,5.
Si a todo lo anterior agregamos las guerras sin sentido, tenemos un planeta sumido en incertidumbre a gran escala. Estudios sugieren que los jóvenes de hoy sufren una grave ansiedad e incertidumbre. Mi opinión es que los viejos no la sentimos por brutos, porque creemos que nada de lo anterior nos va a tocar, pero los plazos para que todo esto suceda es otro punto de contención. Siempre tendemos a sobrevalorar el corto plazo e infravalorar el largo plazo.
La ansiedad e incertidumbre sin duda son una enorme amenaza para la democracia. Está demostrado que frente a la incertidumbre los seres humanos tienden a buscar líderes autocráticos, los cuales en estos días son además populistas. Esto es muy serio y la única esperanza reside en enfoques políticos y económicos innovadores. La innovación y el ingenio humano nos pueden (¿deben?) rescatar.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica desde 1988 y organizador del TEDxPuraVida.