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Alcira Calvo es una argentina de 89 años que aún trabaja. Pertenece a la “generación plateada”, el inmenso grupo de mayores de 60 años que luego de la jubilación pueden tener de 20 a 30 años de vida activa. (La Nación/ Argentina/ GDA )
Alcira Calvo tiene 89 años y aún trabaja como colaboradora en el área de pasantías de la carrera de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. “Si no hacés algo que te gusta, estás frito”, afirma.
Sin embargo, a los 70 años, cuando ella se desempeñaba en otras universidades, le dijeron que ya no podía ejercer la docencia, una actividad que desarrolló casi toda su vida. Fue entonces cuando se enfrentó con una especie de obsolescencia programada que pesa sobre las personas cuando llegan a la edad de jubilarse.
“Que me dijeran eso fue terrible, terrible. Sentí que de algún modo me moría. Pero enseguida me pregunté: ‘¿Cómo hago para seguir usando mis conocimientos?’ Decidí seguir estudiando, me perfeccioné en normas internacionales de contabilidad y auditoría, y conseguí otros trabajos y pude dar cursos. Siento que Dios me ayudó en ese momento”, recuerda.
Ella pertenece a la “generación plateada”, es decir, al inmenso grupo de mayores de 60 años que saben que, por los avances de la medicina y los hábitos saludables, luego de la jubilación pueden tener de 20 a 30 años de vida activa y deciden arrancar un nuevo emprendimiento, se embarcan en una segunda o tercera carrera, o se perfeccionan en lo que antes eran solo sus pasatiempos. Eso que Luis Cámera, jefe de geriatría del Hospital Italiano de Buenos Aires, llama “el segundo proyecto de vida”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 2015 y 2050 el porcentaje de habitantes del planeta mayores de 60 años pasará del 12% al 22%. De hecho, en 2020 el número de personas de 60 años o más superó al de niños menores de cinco años.
Todos estos datos, sumados a las tasas de natalidad decrecientes en el planeta, muestran que los adultos mayores ya no serán un grupo de “retirados”, sino que empezarán a tener un lugar cada vez más preponderante no solo a nivel cuantitativo, sino también en la vida social, la cultura y la economía.
Por ejemplo, ya existe la denominada “silver economy”, que son todos los productos y servicios destinados a ese enorme segmento de la población.
“Hay que mover el cuerpo, yo camino todos los días. También hay que trabajar para pensar y tener el cerebro activo. Cuando uno tiene casi 90 años las cosas cuestan, pero es posible tener una vida plena. Tal vez lo más difícil es adaptarse a los cambios constantes. Con la tecnología, yo me pregunto ¿para qué tanta actualización si antes ya funcionaba bien?”, dice Alcira entre risas. Ella tiene dos hijos, uno de 60 y otro de 62 años, y 10 nietos.
Cámera asegura que hay una nueva manera de envejecer. “Con hábitos saludables uno puede tener un segundo proyecto. El primero fue estudiar, tener un oficio, casarse, tener hijos, pero hoy la gente no se quiere jubilar para viajar o descansar, sino que hay una nueva manera de envejecimiento, donde uno invierte tiempo y dinero.
“Por supuesto, si tenés 75 años y te gusta el surf, no te vas a ir a surfear, pero podés ponerte un local de tablas de surf. Es decir, la gente de esa edad busca cierta seguridad respecto de su salud, pero quieren emprender cosas nuevas”, describe Cámera.
El especialista resalta que los efectos del gran poder económico e intelectual de las personas mayores ya es visible en la actualidad. Y cita como ejemplo al presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, que tiene 80 años; Donald Trump, de 77, o la presidenta de la Cámara de Representantes de ese país, Nancy Pelosi, de 83. “Estados Unidos es una gerontocracia”, agrega.
Cámera cree que la generación que más va a explotar la idea del “segundo proyecto de vida” serán los millennials, es decir, los nacidos entre 1980 y 2000 aproximadamente.
“Hoy los jóvenes de 30 años no tienen hijos, sino que a esa edad encaran nuevos estudios y proyectos. Todas las etapas se están prolongando. Es posible que el que hoy tenga 30, a los 60 llegue a los lugares más importantes en cuanto a su carrera profesional.
“Ahí va a ser interesante porque los jóvenes se van a encontrar con viejos muy potentes que les van a disputar los puestos de igual a igual. Aunque es cierto que aún hoy en términos sociales y culturales la visión de que los mayores somos obsoletos todavía existe”, lamenta Cámera.
Una generación dejada de lado
Esta tensión entre la capacidad de las personas mayores y el lugar secundario que en muchos casos ocupan en la sociedad llegó incluso a las puertas del Vaticano.
Hace pocas semanas, monseñor Vincenzo Paglia, el titular de la Pontificia Academia para la Vida, un funcionario destacado de la Santa Sede, visitó la Argentina para hablar de la vejez. Se hizo una pregunta central: “Vivimos más tiempo, pero ¿para qué? ¿Cómo podemos usar esos últimos 20 o 30 años de vida de la mejor manera?”.
El rabino Fishel Szlajen, que tiene un doctorado en Filosofía, un posdoctorado en Bioética y es miembro titular de la Pontificia Academia para la Vida, argumenta que en la actualidad es poca la gente que se dedica a pensar cómo incorporar a esos individuos nuevamente al sistema, o evitar que salgan de él.
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Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el 2050 el porcentaje de habitantes del planeta mayores de 60 años será del 22%. En 2020, el número de personas de 60 años o más superó al de niños menores de cinco años. (Cortesía)
“Esas personas conforman una generación entera para la que no suele haber un pensamiento social, político, cultural ni económico”, advierte Szlajen.
El rabino cree que uno de los activos más valiosos que los adultos mayores aportan al mercado laboral es su experiencia y conocimiento acumulado a lo largo de décadas de trabajo.
Se trata de personas que han vivido épocas de cambios tecnológicos, crisis económicas y transformaciones sociales, por lo que tienen –argumenta Szlajen– una perspectiva única sobre la evolución de la sociedad y los negocios.
“Esta sabiduría puede ser invaluable para la toma de decisiones estratégicas y la resolución de problemas complejos en diversas industrias. Porque si bien las formas y tecnologías cambian, no así el factor humano, su compromiso, resiliencia y capacidad de liderazgo, su reflexión sobre los desafíos y deliberaciones axiológicas.
“Por ello, es posible convertirlos en mentores y guías espirituales para las generaciones más jóvenes. La mentoría intergeneracional puede facilitar la transferencia de conocimientos especializados, habilidades técnicas y competencias interpersonales. Los ancianos pueden desempeñar un papel fundamental contribuyendo a la formación de líderes futuros”, reflexiona Szlajen.
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