Cuando este texto empezó a escribirse, Olga Belén todavía estaba sana como la mayoría de niñas de 12 años, pero un conductor de rally la atropelló durante una competencia y ahora el abogado Javier Vargas tiene un caso más a cargo.
El accidente de la menor ocurrió el 9 de noviembre, en Turrubares y acabó también en manos de Vargas, como otros 30 de características parecidas: gente sin mucho dinero para pagar un abogado, una desgracia sujeta a indemnización y una noticia en la sección de sucesos de noticiarios o periódicos.
Este es su nicho, su campo de acción desde que comenzó a ejercer el Derecho estando “ya maduro”, 35 años después de haber nacido en Hatillo, donde ahora ocurren muchos de los actos que él repasa en sus casos cada día.
Conflictos vecinales que acaban en sangre, disputas violentas o accidentes tan duros como para sobresalir en las noticias. Los colegas le han preguntado si anda detrás de las ambulancias para buscar a sus clientes.
Incluso, los abogados le han dicho otras cosas, más directas. Por ejemplo, le han hecho ver en la cara su “falta de pedigrí” en un gremio en que los juristas mediáticos suelen ser los “de apellido”.
Su público es otro. Representa a la familia del ambientalista Jairo Mora (asesinado en Limón) y a la de un señor que murió por un atropello de un bus de Tuasa. Representa a una presa del Buen Pastor que sufrió un aborto ahí dentro y también a la vendedora de empanadas que acabó siendo la esposa ‘de papel’ de Arthur Budovsky, líder de la empresa Liberty Reserve, presunta máquina mundial de lavado.
Defiende también a la familia de la niña atropellada en Turrubares y también a Fonseca, un joven imputado en un juicio sobre una riña en la salida de una alameda en Hatillo 6, cerca de donde nació Javier Vargas hace 45 años.
Entonces él iba entre potreros y algún río. Hace poco llevó a su hijo a conocer dónde jugaba él de pequeño y dice que prefirió no bajarse del carro. Le dio miedo.
“Nos hemos hecho un país muy problemático y esto se ve en las salas de juicio. Ahí llegan muchas de las peleas de nuestra vida diaria, llena de egoísmo y ambición”.
Así reflexiona este abogado que, antes de inclinarse por las leyes y los conflictos, trabajaba como zapatero después de haber llegado de EE. UU. en donde laboró dos años como cualquier inmigrante.
Tras sacar el bachillerato por madurez y graduarse en una universidad privada, en pocos años se ha hecho un nicho que podría resumirse en gente sin dinero.
Él lo explica diciendo que hace un servicio público acorde con sus creencias cristianas, en favor de gente menos favorecida, que en su mayoría vive en un entorno más conflictivo. O sea, más propensa a casos como los que él lleva.
Un porcentaje. Para atender gente sin dinero, Vargas funciona con un tipo de contrato llamado “cuota litis”, según el cual, el abogado solo recibe sus honorarios si gana el juicio. Dice que cobra entre un 25% y un 30% de la indemnización que se logre. Si pierde, no gana nada.
Solo lleva algunos casos que sí cobra fuerte. Cuando se trata de defender a alguien que cree culpable. Recuerda una vez que logró que un sospechoso de homicidio saliera libre por certeza. Vargas sabía que su cliente había matado, pero algo hizo para evitar la condena.
Al menos eso contó en su oficina sin secretaria ni arte, en una hora en la que su celular sonó 23 veces.
“A uno lo buscan. Hay gente que lo recomienda a uno y más bien a veces hay que rechazar trabajo”.
En un país donde los abogados no pueden publicitarse como los médicos o los contadores, ellos tienen su forma de competir a pura tarjeta de presentación y páginas de Facebook, pero sobre todo contactos y en la prensa, donde su nombre es frecuente en las noticias sobre sucesos.
Vargas lo sabe y admite que lee con frecuencia los periódicos de corte popular. Reconoce que ha buscado los buenos casos. “Miente el abogado que lo niegue. Los abogados no somos como las grúas en las carreteras, pero claro que hay que estar pendiente”.
¿Ha buscado a una persona para proponerle demandar porque usted ve oportunidad de una indemnización? “Diay, uno lo que hace es cumplir con la obligación de hacerle saber a la persona los derechos que tiene. Soy uno de los abogados menos carboneros que hay. Creo de verdad en que es mejor un mal arreglo que un buen pleito”.
Era el mediodía del viernes y así acababa la entrevista con Vargas. Su esposa lo esperaba afuera para ir a hacer diligencias judiciales.
Se puso los anteojos oscuros sobre sus ojos dispares y bajó la cortina de acero de su oficina. El teléfono seguía sonando.