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1 k Valentina Chinchilla, Hilary Jiménez y Mercedes Ballestero Vargas se protegieron del sol en esta tienda de campaña. 2 k En playas de Doña Ana, Puntarenas, familias enteras llegaron desde las 7 a. m. 3 k Rosa Ibeth Conejo, la abuela conocida como Bety, es vecina de Hatillo 8 y pasó todo este miércoles en la playa . 4 k Josué Gabriel Mejía, de Desamparados, se dio un buen chapuzón en el balneario de Puntarenas. | MARCELA BERTOZZI. (Marcela_Bertozzi)
Puntarenas. Una olla de arroz con pollo, otra con frijoles, una bolsa para chorrear café y una fila de maletines distinguen el campamento de la familia Calvo Ballestero, ubicado frente al mar, en Puntarenas.
Salieron ayer, de madrugada, en cinco microbuses, desde Tirrases de Curridabat para compartir un día de paseo entre abuelos, hermanos, tíos, primos y toda una tribu que suma unas 60 personas.
Cuando llegaron al puerto, ya había otros turistas instalados con tiendas para acampar, tortas de huevo, sombreros, sillas de plástico, música y bronceador.
“El paseo arrancó en el barrio, desde las 4:30 a. m., con música y cada uno trae comida para compartir. Esto ya es una tradición de dos décadas”, relató Manuela Ballestero, abuela y organizadora del paseo.
Según un recorrido hecho por La Nación en las playas de Puntarenas y Caldera, una familia de cinco miembros invierte desde ¢50.000 en un paseo de un día.
En los campamentos hay radios con baterías para el “bailongo”, algún familiar que cuenta chistes y una bola para armar mejengas.
“Es imposible ir a pasear a un hotel de playa porque los precios son muy caros y no nos podríamos reunir todos. Es más bonito así y hoy mismo (ayer) en la noche nos devolvemos”, agregó Carlos Calvo, abuelo de la familia.
Recuerdos. Cada año, la tradición familiar sirve para agregar nuevas anécdotas y sacar fotos de todo y a todos, para subirlas a Facebook.
“De todos los paseos uno siempre guarda recuerdos. Una vez, en un restaurante chino en Puntarenas no teníamos para pagar el almuerzo y yo le dije a los chiquillos que pidieran solo el refresco”, dijo Elizabeth Nájera, vecina de Moravia, quien fue con su familia a playas de Doña Ana, en Puntarenas.
Otro de los puntos de reunión para las familias en este inicio de año es el balneario de Puntarenas. Según la administradora, Janina Ríos, por día se reciben entre 700 y 1.000 personas, aproximadamente.
“Cada entrada de adultos cuesta ¢3.750 y la de niños menores de 12 años, ¢2.750. Esto es un espacio totalmente familiar y eso es lo que hemos visto en estos días”, detalló.
La familia Rodríguez Pérez, de Cartago, fue uno de los grupos que aprovechó este miércoles para ir al nuevo balneario porteño.
“Logramos venir unas 14 personas. La idea es compartir con la familia, empezar el año con los seres más queridos y vacilar un rato”, indicó Karol Ramírez.
Cuando las familias son muy numerosas hay quienes pasan lista antes de subirse a la buseta, otros llevan medicamentos y otros son los encargados de la cocina de gas o de la parrilla.
Entre gallos de salchichón, huevos duros y canciones pasan el día, acompañados de vasos plásticos con café y refresco.
“Esto es vida. Nosotros todo el camino venimos cantando, yo le echo piropos a la gente en la calle. Disfrutar en familia y sin hacer mucho gasto es lo más lindo”, añadió Elizabeth Nájera.
Quienes dicen no sacar mucho provecho de estos paseos multitudinarios a la playa son los vendedores ambulantes, cuyas ventas de chicharrón no calientan.
“Ahora la gente viene muy preparada con sus gallitos de comida. Ya varios vendedores hemos hablado de hacer promociones de comida para atraer clientes. Este año le puedo decir que ha estado muy difícil”, aseguró Maritza Soto, vendedora de vigorón desde hace 25 años, en Puntarenas.
A las 6:30 p. m., en el campamento de los Calvo Ballestero se recogen platos vacíos y se arrancan motores para regresar a casa con nuevas historias que contar y baterías cargadas para empezar el año.