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Tarrazú. Un joven nicaraguense que no fue posible identificar camina entre cafetales con poco menos de una cajuela de café recolectada durante la mañana. (Albert Marín.)
Hay un televisor prendido en una de las colmenas unidas por tendederos a las que sus habitantes llaman “baches”, aunque no sean huecas. La luz de la pantalla se refleja en el brillo del rostro cansado de una familia de nicaragüenses que observa, atenta, el DVD quemado de una cinta mexicana. Aquí, en las noches, no existen las noticias, los programas ni las series de televisión...
El frío y la obligación de arrancar la jornada laboral a las 6 a. m. impedirá que esta sesión frente a la caja de colores y movimiento se extienda hasta tarde en la noche. Mañana habrá más café por recoger, y los “paisas” esperan ansiosos recibir sus ¢1.200 por cada cajuela recolectada.
La de Sergio Vargas es solo una de las muchas fincas en Tarrazú (en la Zona de los Santos) que reciben a decenas de nicas entre diciembre y febrero de cada año, listos para prestar sus manos para la época alta del café. Reconocido mundialmente por su café de altura, el cantón de Tarrazú tiene en el café a su producto de mayor importancia, con granos que a veces se han posicionado como los más caros del globo.
En la mañana, mientras los mayores de 15 se pierden en hileras de arbustos con frutos maduros, los niños de la comuna (hijos de algunos de los migrantes) juegan solos en medio de la montaña, sin supervisión alguna. Podrían lastimarse o escapar, pero en la noche volverán a estar frente al tele, con su familia, viendo alguna película mexicana que expele cualquier recuerdo de la vida bajo el sol y detrás del grano.






