Nueva York. Blanca, solicitante de asilo con dos hijas a cargo, tendrá que irse el 27 de diciembre del albergue de Nueva York donde ha vivido el último año, para dejar espacio a nuevos llegados.
Esta centroamericana de 35 años, que por razones de seguridad pide ocultar su apellido y nacionalidad, trata desesperadamente de solucionar un círculo vicioso angustiante: su pedido de asilo y el de su hija mayor están en trámite y no puede trabajar porque no tiene permiso laboral ni con quién dejar a su hija pequeña, nacida hace nueve meses en Estados Unidos.
“Estoy pasando por una situación bien difícil”, dice en el centro de ayuda a los inmigrantes Little Sisters of the Assumption (LSA) en Harlem, que les proporciona comida, ropa, y sobre todo asesoramiento en el complejo papeleo administrativo para su regularización.
"No sé qué va a pasar con nosotras", exclama llorando. Sólo sabe que no puede volver a su país, del que huyeron para escapar del violento padre pandillero de su hija adolescente, que estudia secundaria en Nueva York.
Blanca es una de los 66.000 solicitantes de asilo acogidos actualmente en albergues en Nueva York. Según su alcalde, Eric Adams, la ciudad está gestionando "prácticamente sola" una "crisis migratoria nacional" que amenaza con "destruirla".
Desde abril de 2022 han llegado a la ciudad de más de 142.000 solicitantes de asilo, la mayoría latinos -sobre todo venezolanos-, pero también africanos y cada vez más chinos. Muchos llegan en buses fletados por gobernadores republicanos de los estados del sur, en protesta por la política migratoria de la administración demócrata de Joe Biden.
La crisis migratoria le costará a la ciudad "5.000 millones" este año y serán necesarios otros "7.000 millones para enero", recordó a fines de noviembre Adams, para quien esto "no es sostenible" porque quita recursos de programas para seguridad, adultos mayores y jóvenes.
“Estrategia nacional”
Cincelada por sucesivas oleadas migratorias, la capital cultural y financiera estadounidense de 8,5 millones de habitantes está obligada por ley a proporcionar un techo a quien lo solicite.
Para acomodar a los 3.000 nuevos solicitantes de asilo que llegan semanalmente, Adams ha limitado la estancia a un mes para las personas solas y a dos para las familias, en los 210 albergues habilitados por la ciudad.
Después de las fiestas navideñas, miles de familias como la de Blanca tendrán que empezar de cero a buscar alojamiento.
“Le tienen que dar albergue”, dice Lucía Aguilar, trabajadora del centro LSA, que orienta a Blanca a solicitar vivienda social y ayudas a las que tiene derecho porque su hija pequeña nació en Estados Unidos.
Adams, que tenía previsto viajar esta semana a Washington para tratar de obtener las ayudas federales que reclama desde hace meses, pide agilizar los permisos de trabajo y que se implemente una "verdadera estrategia nacional" para distribuir el "problema" entre los 108.000 municipios del país.
En Estados Unidos, adonde habrían llegado más de 5 millones de solicitantes de asilo en los tres últimos años, hay tres millones de empleos sin cubrir, dice Adriel Orozco, asesor político del Consejo Americano de Inmigración, organización sin fines de lucro con sede en Washington.
Como Adams, Orozco insta a una "respuesta coordinada" del gobierno federal para aliviar el peso de ciudades como Nueva York, Chicago, Denver, San Diego o Los Ángeles.
Pero ello requiere acuerdos en el dividido Congreso estadounidense, que permitan a la administración federal ejercer un "mayor papel coordinador", añade.
Más fácil obtener documentos
A principios de octubre, Adams viajó a México, Ecuador y Colombia para informar a los ciudadanos de esos países que Nueva York "ha alcanzado su capacidad". Pese a ello, siguen llegando a la ciudad muchos solicitantes de asilo por la facilidad para obtener documentos de identidad, de conducir o el permiso de trabajo respecto a otros estados.
Es el caso de Ayoub Chaikhi, de 28 años, quien tras seis meses en Texas decidió viajar a Nueva York. "Aquí dan mucha ayuda al inmigrante en el tema de los papeles", asegura.
“Luego quizá regrese a Texas o iré a Hawái”, dice este marroquí que pasó siete años en Chile, donde dejó a su esposa e hijo.
Mientras espera bajo temperaturas gélidas por segunda noche consecutiva a la entrada de un centro administrativo municipal en el sur de Manhattan a que le concedan una cama bajo techo, Chaikhi no pierde el optimismo.
“Resolvimos problemas más grandes (...) solamente hay que tener paciencia y una visión a largo plazo”, recomienda con una sonrisa.