“Estar en una cárcel por medio del régimen de excepción es como estar en el mismo infierno”, relatan dos exreos que fueron detenidos hace 13 meses sin cometer delito alguno y que fueron liberados hace pocos días.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador, encabeza en su país el régimen de excepción desde hace un año y tres meses con la ayuda de la Asamblea Legislativa, encarcelando a miles de salvadoreños por presuntamente pertenecer a las pandillas o solo por tener tatuajes en su cuerpo.
Esta medida permite encarcelar a las personas sin ningún tipo de explicación y sin el derecho a la legítima defensa. Según datos oficiales, 65.000 pandilleros están tras las rejas desde que inició la medida, que se asemeja a lanzar una malla para pesca de arrastre y se lleva con ella a inocentes.
Cerca de 5.000 ya fueron liberadas porque se logró demostrar que no tienen nada que ver con Mara Salvatrucha o la del Barrio 18, son inocentes.
La Nación conversó con dos de ellos, quienes fueron separados de sus familiares, maltratados y vieron a personas morir en la cárcel, según su relato.
Ambos, pidieron que sus nombres y lugar de residencia no fueran revelados, aún temen que nuevamente la policía o el ejército los lleven a la cárcel.
En esta ocasión les llamaremos Juan y Roberto, el primero de ellos describe su tiempo tras las rejas como “ir al mismísimo infierno” o incluso, hace una comparación con el holocausto.
Mientras Roberto dice que vive con miedo.
Ambos son muy diferentes, pero sus historias y vivencias en la cárcel concuerdan, así como el temor y la angustia que reflejan al hablar de ese momento.
Juan, es un hombre de 45 años que se dedica a ser guardia de seguridad privada. “A mi me detuvieron el 29 de marzo del 2022, a las 7:00 a. m., mientras estaba en mi casa. Había llegado de trabajar, estaba compartiendo con mi papá, mi mamá y mi hijo”, oficiales de la guardia nacional llegaron a su casa, le pidieron los papeles y le dijeron que los acompañara a una entrevista a la delegación y que en 15 minutos iba a estar de regreso en su casa.
Sin embargo, desde ese 29 de marzo hasta hace tan solo semana y media, Juan no volvió a ver a su familia, una vez en la delegación lo arrestaron.
Ante la pregunta del ¿por qué?, la respuesta era solo una: “es por el régimen de excepción”.
Roberto no vivió algo diferente, él tiene 26 años y antes de ser arrestado era un estudiante de la Universidad Nacional de El Salvador y trabajaba como contador auxiliar.
“Yo estaba en la casa, ese día llegaron varios policías, dijeron que era una revisión de rutina, me pidieron documentos y teléfono, revisaron todo y no tenía nada. Me dijeron ‘vamos a la delegación para chequearte’ y yo como no debía nada, pensé: qué raro. Fui con ellos pensando que iba a regresar y allá me dijeron que iba a ser procesado por asociación ilícita (...) dijeron que solo eran 15 días, que era por el gobierno pero al final esos 15 días terminaron siendo un año”, describe Roberto.
El inicio de la ‘tortura’
En medio de la sorpresa de ser trasladados a un primer centro penal sin conocer sus derechos y el aparente delito, ninguno de los hombres imaginaba el calvario que se les venía encima.
En el bus que trasladó a Juan, iban cerca de 86 personas y ese primer día lo describe “como bajar el infierno, no sabíamos a dónde nos llevaron, no hay pancartas, es una parte desconocida (...) nos dieron una paliza sin sentido, nosotros sabíamos que no habíamos hecho nada”.
Por otro lado, Roberto estuvo cinco días en un centro penal, y lo describe como una tortura pues no tenían servicio sanitario, era solo un hoyo en el piso. Habían más de 100 personas juntas, por lo que relata que durante la noche se turnaban el espacio, unos dormían y otros se quedaban de pie; cambiaban de lugares para poder descansar.
Luego, fue trasladado a la cárcel de máxima seguridad. Allí alcanzó a ver cosas inimaginables, cuenta en su relato que habían personas de toda edad, incluyendo un menor de 17 años que con los días fue liberado.
Al igual como lo relata Juan, los oficiales reciben a los detenidos con una especie de pasillo donde les dan una paliza antes de ingresar al Centro Penal, incluso Roberto recuerda aún los golpes en su espalda, pecho y estómago.
LEA MÁS: Informe revela más de 150 muertes de pandilleros bajo custodia estatal en El Salvador
Sin cuidado personal, y con poca comida
Roberto recuerda que en el primer mes lo único que tenían era un boxer, no había jabón o desodorante o algún tipo de artículo para cuidado personal.
La comida era muy limitada. Les daban una sola comida, dividida en dos tiempos: la mañana y la noche, siempre era tortilla con frijoles.
Juan constata lo mismo, pero él describe la situación como el mismísimo holocausto.
Incluso en su celda había un barril con agua y un vaso para compartir entre 36 personas, pero el agua tenían que repartirla entre beber, bañarse y para bajar el servicio sanitario, todo esto sin saber si era agua potable.
Durante su tiempo en la cárcel Juan pasó de tener un peso de 200 libras a 140 debido a la poca comida.
Esta situación fue vivida en un primer centro penal durante cerca de 23 días, posteriormente fueron trasladados a otro, Juan no reveló en dónde estuvo y Roberto pasó el resto de su arresto en la cárcel de máxima seguridad.
A pesar de que ya tenían ropa, la situación de violencia, la incomunicación, la comida y acceso a medicamentos no cambió.
“Resignado a morir o que Dios se apiade de nosotros”
A Roberto, le tiembla la voz cuando recuerda lo vivido dentro de la cárcel. Una vez el gas utilizado por los oficiales le quemó su rostro. Tampoco olvida las personas que vio morir ahí, un hombre que sufrió una fuerte golpiza y por la noche se la llevaron y no regresó más, por ejemplo.
“Otro murió por falta de atención médica, se le hinchó todo el cuerpo y estuvo así como 15 días, pedía que lo llevaran a la clínica y no le hicieron caso, lo sacaron de la celda hasta cuando empezó a vomitar sangre (...) nos dimos cuenta que falleció”, relata.
“No había atención médica y cuando hubo no alcanzaba para tantos”, recuerda. Tampoco había tratamiento para enfermedades crónicas y ellos mismos se las ingeniaban para hacer pomadas con el desodorante.
Juan dice padecer de una enfermedad crónica y, según recuerda, a la llegada del centro penal separaron a las personas con enfermedades desde cáncer hasta problemas renales, pero solo les daban un 30% de la dosis del medicamento indicado.
LEA MÁS: Denuncian a El Salvador ante CIDH por violaciones a derechos en ofensiva contra pandillas
Luego, en las celdas todo cambió.
“Dejaban que el tiempo pasara y cuando llegaban los mismos custodios hacían de doctores, ‘yo no te veo nada’ decían, ‘yo te veo bien’ y si lo llevaban a la clínica, solo era para ver escribir a la doctora y lo regresaban a la celda sin medicamentos, resignado a morir, o a que Dios se apiade de nosotros”.
Ambos hombres vivieron una tortura de 13 meses en la cárcel y salieron gracias a una firma de abogados que ayuda a las familias a buscar a sus allegados.
Roberto, quien salió hace un mes, aún tiene su caso abierto y teme salir a la calle.
Mientras que Juan tiene semana y media de libertad pero aún no cree que esté afuera, “salí aturdido” dijo. Aunque menciona que las personas lo ven con malos ojos pero es una cruz que carga, por ahora él dice que le pide a Dios que su salida sea algo bueno, y solo quiere cumplir sus sueño de vivir en paz.