Chornobaivka. Bajo la atenta mirada de un fiscal ucraniano, numerosos investigadores con chalecos y cuadernos llevan a cabo excavaciones y fotografían el suelo sembrado de banderines rojos cerca de Jersón, en el sur de Ucrania, con el propósito de imputar un delito medioambiental a las fuerzas rusas.
“¡Faltan tres kilómetros de tierra! ¡Tomen más!”, exclama Vladyslav Ignatenko, representante de la fiscalía especial para el medio ambiente.
En Chornobaivka, un suburbio al norte de Jersón, se está llevando a cabo una investigación sin precedentes: la primera denuncia por ecocidio asociado a la invasión rusa.
Las consecuencias de la destrucción con explosivos de la presa de Kajovka sobre el río Dniéper, el 6 de junio, están en el centro de la pesquisa. La ruptura de una parte provocó inundaciones en el sur del país, causando decenas de muertes y daños valorados en miles de millones de dólares, según la ONU.
Moscú y Kiev se señalan mutuamente por la catástrofe, pero la presa se encuentra en una zona bajo control ruso, y el ejército ucraniano cree que Rusia intentó frenar una contraofensiva inundando la región.
“Somos pioneros”, sostiene el fiscal Ignatenko, de 32 años. “Vamos a utilizar todos los métodos posibles para recoger pruebas”.
El magistrado, liderando un equipo de ecologistas bajo supervisión de la policía científica, señala un lugar en el mapa: “Nuestro próximo punto será en este barrio de Jersón”.
Recién llegada de Kiev, una integrante del equipo se muestra preocupada: “¡Estás loco! ¡No iré allí! Es demasiado peligroso”.
Ubicada en la margen derecha del Dniéper, Jersón fue bombardeada sin cesar desde que las fuerzas rusas se retiraron de la ciudad a fines de 2022.
Suelos contaminados
El cargo de ecocidio fue incorporado al código penal ucraniano en 2001.
Para investigar las consecuencias de la destrucción de la presa, Maksym Popov, asesor especial de la fiscalía ucraniana para delitos ambientales, envió a “172 fiscales y 285 investigadores y busca procesar a Rusia “en las jurisdicciones ucraniana e internacional”.
Sin embargo, el Estatuto de Roma, que establece las leyes de la Corte Penal Internacional, no contempla el delito de ecocidio, aunque su artículo 8 define los crímenes de guerra que dañan el medioambiente.
La denuncia difícilmente podría prosperar porque tendría que demostrar que Rusia quería intencionalmente causar daños en el entorno.
Frente a un terreno baldío rodeado de casas, el joven fiscal señala una marca en un muro a unos 40 cm del suelo.
“El agua subió hasta inundar este campo (...) Después del análisis, podremos determinar si hay rastros de pesticidas e hidrocarburos que constituyan contaminación de suelo”, señala, advirtiendo que algunas zonas pastaban luego los animales.
Para que su denuncia tenga éxito, Ucrania también deberá probar la responsabilidad de Rusia en la explosión de la presa.
“Es nuestra convicción” y “hay otra investigación abierta al respecto”, asegura Ignatenko.
“Escala de la tragedia enorme”
A 300 km de allí, cerca de Zaporiyia, aguas arriba del Dniéper, un pequeño río atraviesa una gran extensión blanca. En el borde, Vadym Maniuk, profesor asociado de la universidad, camina sobre un suelo que cruje de forma extraña.
Bajo sus pies hay millones de conchas de mejillones de agua dulce. “Estos moluscos servían de filtro porque aquí el agua no era limpia, sino estancada”, explica el biólogo de 50 años.
El científico se encuentra en lo que era el fondo del embalse de Kajovka antes de que se vaciara. “Había cuatro metros de agua”.
Para Maniuk, el ecocidio es innegable: “millares de organismos vivos murieron repentinamente en cuestión de días”.
Pero caminando entre brotes de álamo y cadáveres de carpas, reconoce que la vida está reclamando sus derechos: “en pocos meses hemos encontrado un ecosistema dinámico”.
Varias organizaciones advierten del coste medioambiental de la guerra en Ucrania.
Aunque “todos los conflictos” son nefastos para la naturaleza, este conflicto lo es “especialmente”, según Doug Weir, de la oenegé británica Conflict and Environment Observatory.
A diferencia de otras guerras limitadas a una zona muy concreta, en este caso la línea de frente es “increíblemente larga”, de varios cientos de kilómetros, y los enfrentamientos se están prolongando, alerta.
El coste de los daños medioambientales se estimó a principios de noviembre en “$56.000 millones, una suma descomunal”, afirma Jaco Cilliers, representante del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD) en Ucrania. “La escala de la tragedia es enorme”, señala.