La idea de participar siempre es bien recibida. Es una idea con buena prensa: nadie escribiría contra ella. Como participar es apropiarse un poco de lo que ocurrirá y pensamos que tener es mejor que no tener, la reacción original cuando se nos ofrece participar es positiva.
Quien propone la participación debería graduar la forma en la cual se puede participar. Todo debería empezar por lograr un acuerdo en lo fundamental. Qué es lo que queremos. Vamos a decir que sí o que no. Luego, sobre esas líneas maestras, se elabora el detalle. Ninguna arquitecta querría diseñar una vivienda con los propietarios presentes todo el tiempo. Ella escucha la lista de aspiraciones y luego se retira a elaborar unos bocetos, de los cuales sedimenta el anteproyecto. Quien diseña, sea un plano, solución, borrador de carta o propuesta, necesita un tiempo de soledad, de trabajo en secreto, como si el ingenio y la creatividad fueran un tanto tímidos y necesitaran de esas condiciones para empezar a brotar.
Por eso, en la empresa se sigue con éxito el método: hago un borrador y luego lo distribuyo para recibir sugerencias de modificaciones. Es el borrador mártir del cual hemos hablado en otra ocasión. El borrador –esté como esté– tiene un enorme valor. Es pasar de las ideas –inasibles, volátiles– a lo concreto, con principio y fin, con arriba y abajo, sobre lo cual podemos empezar a decir esto sí; esto no; a esto es mejor cambiarle el contenido o la ubicación.
Algunos ejecutivos prefieren llegar a la reunión con un borrador. Pero no hay que mostrarlo desde el inicio pues se podría cauterizar la creatividad. Los participantes podrían empezar a pensar en el borrador y no en el asunto, y este es más rico que aquel.
El borrador en versión digital y proyectado en la pantalla es la forma más eficiente de abordar asuntos, siempre que logremos proscribir el afán grupal de intentar hacerle mejoras a la redacción. Eso que quede para el final.