Liberia “Mamá ama a Papá”, “Momo ama a mamá”, “Pepe ama a Lala”. Estas tres frases, cuyas palabras entre sí están separadas por un guión, están escritas en una pizarra acrílica en la pared de un corredor improvisado de la casa de Concepción García, en el precario Martina Bustos, al noreste de la ciudad de Liberia, Guanacaste.
Susana Rodríguez, de 79 años, y Juan Barrantes García, de 72, son estudiantes de un grupo de 11 personas que a diferentes edades se propusieron un reto: aprender a leer y escribir.
La improvisada aula, sin paredes y con piso de tierra, está llena de deseos de madres que, sin saber leer, buscan aprender para ayudar a sus hijos con el estudio.
Ese es el caso de Yorleny Córdoba, de 22 años, que tiene tres hijos.
“No puedo ayudar a mis dos hijas mayores en las tareas de la escuela y, por eso, aunque nunca tuve la oportunidad de estudiar, quiero aprender a leer y escribir”, dijo la joven madre, que atiende a sus hijos con el dinero que su esposo le trae producto de su trabajo como buzo del basurero de Liberia.
Idea original. Las clases para estas personas son organizadas por Gerardo Fuentes, vecino de la zona y quien durante nueve años estuvo de misionero en África. Regresó a Liberia para encontrarse en algunos sitios una situación parecida a la que se vive en ese continente.
Con ayuda de ingenieros civiles, agrónomos, psicólogos y maestros, Fuentes ya lleva dos semanas organizando las clases.
Los interesados en formar parte de este grupo pueden escribir a ma nosabiertasliberia@gmail.com
En el precario Martina Bustos viven 370 familias. Sus primeros habitantes llegaron allí hace 15 años, pero aún no tienen agua.
Todos los días deben ingeniárselas y llegar de primeros a un tubo de agua común si quieren empezar con las labores de alimentación y limpieza de sus casas.
En la mayoría de los hogares no hay piso de cemento ni nada que se le parezca. La electricidad llegó hace poco, pero no todas tienen medidor propio.