Tanto para Ariel Ramírez como para su madre, Floricel Segura, perdonar las faltas que han cometido ha mantenido unido el estrecho lazo que los une.
“En los últimos años, hemos tenido varios problemas con algunas discusiones fuertes. De no ser por el perdón, probablemente el deterioro sería muy grande para sanar heridas”, comentó Ariel.
Su madre opina igual a su único hijo: “El perdón me ha llevado a ser una persona más humilde, a reconocer que ser madre no me faculta para imponer criterios sin fundamento; he aprendido a aceptarme como ser humano falible y propensa al error”.
Cada día, Floricel y Ariel se enfrentan, como todas las personas, a las fluctuación de las relaciones humanas. Todos hemos herido a alguien o nos hemos ofendido con otra persona. En ocasiones, las actitudes del otro son las causa de la discordia; en otros momentos, las circunstancias se desenvuelven de tal manera que dan lugar a un conflicto.
Más allá de las razones, este tipo de situaciones causan dos sentimientos, tal y como describe la psicóloga Carol Navarro Salazar: el odio y el rencor.
El odio implica el deseo de hacerle daño a la otra persona y tramar ideas y pensamiento para “devolver” la herida que nos han dejado. El rencor implica hacerse de “la vista gorda” y tratar de encubrir la angustia que sentimos.
El odio solamente agrava la situación pues crea una cadena de desgaste emocional. El resentimiento puede interferir en diferentes situaciones paulatinamente. “Muchas veces empezamos a tener ciertas dolencias físicas o enfermedades que son producto de una emoción que no procesamos adecuadamente”, explica Navarro.
El perdón es una llave maestra que puede desatar esos nudos de conflicto.
El motivador Jack Reifer dice que quienes tienen el hábito de perdonar, tienen vidas más saludables, tanto mental como físicamente; además, reportan menos episodios de depresión y ansiedad.
Reifer se basa en una investigación de junio de 2011, de la psicóloga Loren Toussaint, de la Luther College, en Iowa, Estados Unidos.
El perdón es un proceso de crecimiento personal y de la relación con la otra persona, ya sea de pareja, amistad o familiar.
Los especialistas consideran que el primer paso es tomar conciencia de que hemos cometido una falta o que hemos perdido la confianza a causa de algún conflicto.
Este proceso de autoconocimiento es clave para la madurez emocional.
La terapeuta Marlen Ortiz Amaral explica que esta madurez se evidencia en la medida en que el perdón permite validar los sentimientos propios.
Pese a que siempre se debe partir de un examen de conciencia, hay diferentes aspectos por tomar en cuenta si somos quienes debemos pedir perdón o si debemos perdonar: “Pedir perdón es, a la vez, un acto sumamente sencillo e increíblemente difícil”, afirma Jack Reifer. Es fácil, ya que basta con hablar, y es difícil, porque parte del deseo propio y no está bajo nuestro control que la otra persona decida perdonar.
Desde la otra “acera”, perdonar a quien nos ha dañado conlleva dejar de lado el dolor que nos generó esa persona y perdonarnos a nosotros mismos por permitirnos que alguien impactara emocionalmente de manera negativa.
“Es importante tener en cuenta que perdonar a otro, es perdonarnos a nosotros mismos para poder seguir adelante”, agrega Reifer.
En ambos casos, la estrategia para perdonar es la misma: el diálogo en igualdad de condiciones, de ser necesario en un espacio neutral donde se dejen de lado las inhibiciones. Es importante estar preparados para escuchar a ese ser querido que mostrará sus molestias, algunas que no deseamos conocer.
Floricel y Ariel han arreglado así diversas situaciones: “Tratamos de buscar opciones de solución juntos, sin imponer nada uno al otro y a manera de sugerencia en lugar de imponer órdenes rígidas que puedan ofender o irrespetar los intereses del otro”, cuenta la madre.
El mismo camino... o no. En el espectro de posibilidades del perdón hay una que muchos temen y por eso evitan el diálogo previo a una reconciliación: la decisión de tomar caminos separados entre dos personas que antes se estimaban y confiaban una a la otra.
Carol Navarro considera que eso se debe a que, socialmente, perdonar se ve casi como una exigencia social que implica que la relación debe continuar con un “borrón y cuenta nueva”.
Sin embargo, reconocer que es más saludable seguir adelante lejos de una persona, es parte de aceptar nuestras emociones. “Es normal no querer esa relación que nos hizo daño y puede que internamente sí hayamos perdonado”, explica Navarro.
Es preferible terminar un lazo a continuarlo impulsado por codependencia y el resentimiento.
En caso de los dos implicados estén de acuerdo con continuar la relación deben tener presente que la situación no se olvidará pero que si conversan sinceramente pueden diluirse los rencores y utilizar el acontecimiento como impulso para aprender y mejorar la relación.
Ortiz aconseja establecer parámetros claros para evitar más situaciones de desgaste emocional, asumir las responsabilidades de cada quien y entender que el perdón no significa que la otra persona sea quien vaya a cambiar.
Para Ariel Ramírez esto es claro: “A pesar de que ambos somos muy diferentes mis lazos con ella son bastante fuertes. Eso no quiere decir que a veces no se desgasten, pero nunca están completamente rotos”. A fin de cuentas, el trecho del perdón es una manera de vivir con conciencia hacia nuestras propia emociones y de entender la humanidad de la otra persona con sus posibilidades y limitaciones.