Su día laboral comienza. Tiene pendientes de lectura 40 correos electrónicos. No todos son urgentes, pero usted debe verlos todos durante la primera hora laboral, porque, de lo contrario, siente que nunca lo hará.
Dentro de esos correos hay uno de un cliente importante que le pide un trabajo para dentro de dos meses plazo, y le solicita una propuesta preliminar para dentro de una semana. Sin embargo, usted sabe que puede sacar esa tarea de la propuesta hoy mismo, de por sí, ya la motivación la tiene al tope. Terminar hoy le permitirá descansar más el resto de la semana. Del mismo modo, si entrega el trabajo en mes y medio y no en dos, usted podrá cobrar antes y descansar más después.
Llega a su casa y recuerda que el fin de semana tendrá huéspedes. Faltan varios días, pero usted se dice “la verdad, no sé si pueda darse una emergencia, mejor lo dejo todo listo”.
¿Le suena familiar? Es todo lo contrario a procrastinar o posponer las tareas todo lo posible, y sí, tiene el nombre similar, se llama precrastinación. La idea en un inicio, sin llevarla a extremos, no está mal: se cumple a tiempo con todo, con los estándares necesarios y después puede dedicarse el tiempo a descansar o a realizar actividades de esparcimiento. ¿Pero realmente es así?
La Nación analiza el tema de la mano de lo que se ha escrito en la literatura de Psicología y de la psicóloga Paola Vargas Gómez.
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El término precrastinación, aunque sea raro escucharlo, no es nuevo. Se acuñó en 2014, por el psicólogo estadounidense David Rosembaum y sus colegas, quienes publicaron un estudio en la revista Psychological Science.
“Es tomar una opción que podría parecer irracional para completar tareas, incluso a expensas de un esfuerzo físico”, cita el reporte.
En 2018, la psicóloga estadunidense Lisa Fournier hizo un estudio sobre el mismo tema, que se publicó en la revista Attention, Perception and Psychophysics. En una entrevista en The New York Times, Fournier encontró que, generalmente, entre más largas hagamos las listas de pendientes, más tendremos a precrastinar. Además, estas personas tenderán a comenzar las tareas más difíciles primero.
El problema es cuando esto se vuelve recurrente, indicó Vargas, y comienza a repercutir en la calidad de vida de la persona, pues tendrá menos tiempo de descanso y esparcimiento. Además, al estar sometido a tanta presión, aumentaría los niveles de cansancio y de estrés.
“El punto importante aquí es que uno se pregunte por qué. ¿Por qué es que yo tengo esa necesidad autoimpuesta de sacar esas tareas sin que nadie me las esté pidiendo?”, señaló la psicóloga.
“Con el precrastinador nunca hay calma, nunca hay paz, siempre hay cosas pendientes para ‘sacar de una vez y que no me agarren prisas’. Si llega ese momento de ya descansar es probable que la persona sienta que necesita hacer algo”, añadió.
¿A qué se debe eso? Vargas indicó que esto puede estar muy relacionado con la ansiedad. Hay un término llamado distorsiones cognitivas, “errores” en el procesamiento de la información que nos lleva a actuar de cierta manera. Una de estas distorsiones es la inflexibilidad “o hago todo o no hago nada”.
“En nuestra niñez tal vez escuchamos ‘si no lo va a hacer bien del todo, no haga nada”, recalcó.
Otra distorsión es la relacionada con las etiquetas, por ejemplo, las personas que se conciben como muy productivas.
Otra distorsión se llama catastrofismo “si no lo hago yo, nadie lo va a hacer, solo yo puedo hacerlo. Y algo fatal puede suceder si no lo hago ya”.
La psicóloga recalcó que quien está en esa situación debe pensar de dónde viene esa motivación de hacerlo “todo ya”.
“¿Alguien en mi casa era así? ¿Esa persona que era ‘tan productiva y eficiente’ realmente estaba bien descansada?”, se cuestionó la especialista.
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Los riesgos
Hay riesgos para la salud física y mental de las personas que tienen este tipo de conductas y de quienes tienen a su alrededor.
- Mayor cansancio.
- Peor distribución del tiempo.
- Menor probabilidad de disfrutar las cosas que la persona disfruta.
- Frustración y ansiedad.
- Mayor riesgo de burnout.
- Mayor probabilidad de ejercer presión sobre compañeros de trabajo, de estudio y familiares.
“Cargo también a los demás. Mando mi parte del trabajo y la otra persona tal vez ni siquiera ha comenzado a verlo porque todavía tiene dos semanas de tiempo, y va a sentirse presionada”, subrayó Vargas.
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¿Cómo identificarlo?

La psicóloga costarricense fue enfática en que esto no es una enfermedad ni un trastorno. No es algo que se diagnostica, es solo una característica que puede tener una persona y que incluso puede no ser permanente, puede darse en un espacio particular de tiempo.
“No me va a matar, pero sí me va a restar calidad de vida”.
Estas son algunas señales para identificar la precrastinación:
- La persona tiene la necesidad de estar ejecutando y logrando puntos de una lista.
- Si la persona no está haciendo algo, siente que está “de vago”.
- Siente que todas las tareas debe hacerlas el mismo día.
- Siente que pierde concentración al hacer más de una cosa a la vez.
¿Qué hacer?
Una de las formas de ayudarnos a nosotros mismos es preguntarnos qué nos llevó a ser así. También se pueden seguir estos consejos:
- Un proceso de terapia psicológica puede ser útil. Si está relacionado con la ansiedad, la terapia ayudará a ver las necesidades y se tendrá la ayuda profesional.
- Vaya reduciendo el tamaño de sus listas de tareas.
- Separe lo importante de lo urgente.
- No le diga que sí a todo el mundo.
- Priorice lo importante en su vida.
- Haga pausas. Tome tiempo para el descanso y para las actividades que le gustan.