Como meta de año nuevo me propuse tener una vida más activa y saludable. Luego de revisar mis finanzas, las ganas que tenía y mi horario me decidí a matricularme una vez más en el gimnasio. La verdad es que lo que realmente me motivó fue ver cómo en algunas zonas de mi cuerpo la celulitis empezó a ganar espacio y, obvio, que más de una blusa simplemente parecía una talla menos de lo normal.
Esta no es mi primera vez. Digamos que soy reincidente en este mismo establecimiento. Mi antigua experiencia no vale de mucho. Hace rato que no hacía pesas, me median a detalle o asistía a otra clase que no fuera de natación o bicicleta bajo techo.
No sé si alguna se sienta identificada, pero estos sitios tienen algo que impide meterse en la vibra del ejercicio desde el primer momento. Nunca falta quien lo vea a uno de los pies a la cabeza casi como inspeccionando cuántos kilos demás llevo conmigo o intentando adivinar por la flacidez de mis brazos cuánto tengo fuera de una rutina de ejercicio.
Quizá todo esto solo sea producto de mi imaginación.
La verdad es que la entrenadora me tuvo toda la paciencia, me midió y hasta se rió conmigo cuando el músculo de mi brazo se quedó inmóvil al hacer fuerza. En una semana tendía mi plan de acondicionamiento, las metas esas de moldear el cuerpo y bajar la grasa vendrán en los siguientes meses.
Mientras tanto decidí probar con las clases. Una vez adentro hay que buscar la forma de divertirse, de pasarla bien y sobre todo, evitar caer en el aburrimiento.
Precisamente por eso decidí meterme a una clase de yoga que nunca había hecho. Resulta que no entendía nada, era como si de verdad me estuvieran hablando en otro idioma. Pero lo más chiva fue que me sentí cómoda.
Era yo haciendo mi mejor esfuerzo, por un momento me olvidé del qué dirán y me dediqué solo a ser yo misma viviendo algo nuevo. Que el perro, la serpiente y el sol… la verdad no soy para nada conocedora de este lenguaje pero me gustó.
Ya voy a cumplir mi primera quincena y aún sigo motivada. Ya me siento menos cansada y con más energía.
¿Quién dijo que los segundos intentos no son buenos?
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