Hoy se dispone, en los medios impresos y electrónicos, de tal abundancia de información -real o aparente- que a veces nos descuidamos ante ideas o expresiones que se reciben así, “de pasada”. Es lo que Alessandro Baricco señala como la prisa por abarcarlo todo que nos lleva a “surfear” sobre grandes áreas de la información pero nos impide “bucear” en la profundidad del texto. Ocurre, incluso, con las meras palabras. Por ejemplo, el vocablo “admiración”, que algunas personas utilizan con cinismo e hipocresía. En realidad, en el campo de la política y del poder el término “admiración” suele sustituir a las palabras “miedo” y “temor”. Si después de leer, de parte de A, la expresión “admiro a X”, nos tomamos el tiempo para bucear en las psicologías de A y de X, es posible que la podamos interpretar como: “porque le temo al poder de X, me someto a decir que lo admiro”.
Se trata, en suma, de la reafirmación de la tesis de Etiénne de La Béotie sobre la servidumbre voluntaria. Claro, X carga con el problema de que en cualquier momento A puede perderle el miedo con solo transferirle a Z su voluntad de servidumbre. Es diferente el caso de la palabra “respeto”. Es menos comprometedor -y usualmente menos ruidoso y más sincero- el acto de declarar respeto por un individuo o por una colectividad, que el de desplegar la voluntad de admirar. La admiración se ostenta, el respeto se practica.
Carecemos de autoridad en los ámbitos de la música y del deporte, pero ambos hacen aflorar a veces viejos entusiasmos que nos llevan a creer nuevamente en la capacidad y el coraje de la juventud de nuestro país. Valga esta oportunidad para expresar nuestro respeto por un voluntarioso grupo deportivo y por una joven y ya considerable artista, ambos costarricenses.
Pudimos presenciar, en un lapso tres días, dos alentadoras hazañas generadoras de respeto: primero, la de la joven Carolina Ramírez (17 años), quien llamada a última hora a sustituir a un veterano pianista que por razones de fuerza mayor no pudo presentarse en un concierto conmemorativo del Teatro Nacional, ofreció una incomparable lección de coraje, determinación y temprana maestría; luego, por televisión, la del Club Sport Herediano enfrentándose exitosamente, en Utah, en condiciones climáticas terribles y casi sin estímulo desde las graderías, a un conjunto de sólidos atletas profesionales de varias nacionalidades que, estamos seguros, no pasan ni de lejos por la penurias a las que una errónea e incomprensible administración del deporte nacional tiene sometidos a los sacrificados integrantes del “team”. ¡Nuestro respeto!