Hace 25 años, al recibir el Premio Nobel de la Paz, decidí utilizar el dinero de dicho premio para crear la Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano. Durante todos estos años he donado los ingresos provenientes de premios y reconocimientos que he recibido para contribuir desde la Fundación con algunas de las causas en las que creo.
En los 24 años de existencia, la Fundación ha contribuido con una gran cantidad de proyectos que han mejorado la vida de miles de personas. Entre los más cercanos a mi corazón están la abolición del ejército de Panamá y del ejército de Haití, la campaña centroamericana sobre los derechos de las mujeres que le valió reconocimiento internacional, el programa regional para promover el acceso de la mujer rural a la propiedad de la tierra y el Directorio de Organizaciones No Gubernamentales de Centroamérica, destacando el surgimiento de estas organizaciones y el rol fundamental que desempeñaron en la pacificación y el desarrollo social de la región.
Estos proyectos se realizaron con el valioso aporte de muy distinguidos profesionales, que en diferentes momentos trabajaron para la Fundación Arias, como María Eugenia Penón, Joaquín Tacsan, Luis Guillermo Solís, Fernando Durán Ayanegui, Ana Elena Badilla, Lara Blanco, Lina Barrantes, Kevin Casas, Felicia Ramírez, Paula Antezana, María Eugenia Bozzoli, Carlos Walker, Tita Escalante, Ana Yancy Espinoza, Cecilia Dobles y Luis Alberto Cordero, entre otros muy reconocidos profesionales.
Cuando en 1996 convoqué a un grupo de laureados con el Premio Nobel de la Paz a una reunión en la ciudad de New York para discutir la propuesta de un Código Internacional de Conducta sobre la Transferencia de Armas, con el objetivo de estimular a los países a no vender armas en caso de posibles violaciones a los derechos humanos o al derecho internacional, recibimos el apoyo entusiasta de una innumerable cantidad de pacifistas de todo el mundo, destacándose entre ellos personalidades como Yoko Ono.
Esa propuesta original se transformó en el borrador de un Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA), el cual fue redactado por un grupo de expertos legales de la Universidad de Cambridge, con el apoyo de varias organizaciones no gubernamentales lideradas por la Fundación Arias bajo la conducción de Luis Alberto Cordero. El TCA prohíbe la transferencia de cualquier tipo de arma que pudiera ser utilizada para perpetrar atrocidades, genocidios, crímenes contra la humanidad, o bien que socave el desarrollo sostenible.
Luego de varios años de discusiones informales y sobre la base de aquel texto, en julio de 2012 la ONU inicia formalmente la discusión del Tratado. En esa ocasión no se logró su aprobación y, por ello, la Asamblea General ha convocado para marzo de este año a una nueva conferencia a fin de terminar el trabajo iniciado el año pasado. Esa iniciativa fue presentada por mi gobierno a las Naciones Unidas en el 2007 y, de ser aprobada, le cambiará la vida a más de 7000 millones de seres humanos que habitamos este planeta. Nunca antes una iniciativa de un Gobierno de Costa Rica ha estado tan cerca de causar un impacto tan significativo para la humanidad.
En ningún momento durante estos 24 años mostró La Nación interés alguno de informar sobre estos importantes proyectos de la Fundación Arias. Sin embargo, sí se ha interesado en enlodar mi honorabilidad y en manchar el nombre de la institución que fundé.
Una organización como la Fundación Arias, con un fondo patrimonial sumamente modesto, como todas las fundaciones costarricenses, requiere de donaciones que provienen de personas, gobiernos e instituciones bien intencionadas, que creen en los fines de la Fundación y en el manejo transparente que hace de los recursos que recibe. Otras fundaciones, por el contrario, con grandes fondos patrimoniales, como la Fundación Bill y Melinda Gates, con un fondo de $36.000 millones, la Fundación Ford, con un fondo de $10.500 millones o la Fundación Getty, con un fondo de $10.500 millones, no necesitan recibir donaciones para cumplir con sus fines.
Algunos periodistas de La Nación han adquirido la costumbre de sembrar dudas con afirmaciones irresponsables. Hace unos meses atrás se insinuó una desviación de fondos del Gobierno de Taiwán hacia la Fundación Arias, lo cual se demostró que es falso. Hoy, con igual malicia y con la misma irresponsabilidad, se insinúa que el nombramiento de un Cónsul Honorario en la ciudad de Toronto se hizo para favorecer intereses personales.
Cada paso que he dado durante mi vida pública lo he dado con la ley en la mano y los ojos puestos en las necesidades del pueblo de Costa Rica. Yo puedo decir, como decía Schiller, que por fortuna mis defectos son conocidos. Nunca he tenido intenciones ocultas. Ninguna de las decisiones o acciones que tomé en mis dos gobiernos fueron motivadas para favorcer a alguien en particular.
Soy un costarricense que le ha servido a su país durante 40 años, apegado a los más sagrados valores éticos y morales, guiado por el único interés de lograr una mayor prosperidad para nuestro pueblo. Mis raíces están con el pueblo de Costa Rica. Siempre luché a su lado y defendí lo que creí que era mejor para mi gente. Óscar Arias, a quien el pueblo le confió la conducción del país en dos ocasiones, no se vende y no tiene precio.