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Noche de epifanía

No le hago el amor a mis mujeres: las engendro, las cultivo, las hago florecer

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Cuando los inspectores lograron por fin forzar las puertas del laboratorio subterráneo del Profesor Praetorius, la visión que ante ellos se reveló los llenó de terror sagrado. En el centro de un cerrado jardín en torno al cual mil volutas de vapor configuraban una atmósfera peculiarmente densa, se erguía un árbol de recio y proliferante ramaje. Suspendidos de él los perplejos intrusos advirtieron no menos de una docena de enormes capullos, especies de nidos de oropéndolas antediluvianas. Dentro de cada una de estas translúcidas burbujas yacía acurrucada, y con los ojos apenas entreabiertos, una mujer desnuda.








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