Encerrado y moribundo en una finca de Varablanca, lo menos que Toño podía imaginar era que el destino lo haría padre de una larga descendencia.
Había bajado de la montaña, destrozado varias cercas y pisoteado los sembradíos con sus 300 kilos de peso. Cualquiera con dos dedos de frente podía sospechar que sus días estaban contados.
Sin embargo, ni las profundas heridas que se había hecho, ni la ira de los peones por el desastre que había causado terminaron con su existencia. Por el contrario, su triste situación llegó a oídos de los dueños del zoológico La Marina, y la vida de este tapir cambió por completo.
En el centro de rescate sancarleño encontró abrigo, medicinas, alimento y dos hembras jóvenes que lo hicieron “sentar cabeza”.
En pocos meses, Toño se convirtió en la primera piedra de un proyecto de reproducción de dantas en cautiverio que, casi 15 años después, tiene a La Marina como el único centro del país donde se realiza esta actividad y uno de los sitios con mayor número de nacimientos en América Latina.
Cristal, Óscar, Romeo, Julieta, Roble Asisco... Desde 1996, a pesar de las limitaciones económicas, un total de 17 dantitas han venido al mundo en el zoológico norteño, la última nació la madrugada del 26 de agosto, como bisnieto de aquel macho rebelde que ahora anda escapado en algún lugar de la montaña.
Regalo de El Niño
Hace más de 50 años, la familia Rojas decidió convertir las 11 hectáreas de su finca ganadera en un sitio para el rescate de la vida silvestre. Desde entonces, cientos de animales en peligro han llegado hasta ahí para recibir abrigo, alimento y la posibilidad de regresar algún día a su hábitat natural.
Muchos han sido rescatados de manos de cazadores, de accidentes de la calle o del cruel cautiverio al que son sometidos en las casas. Para quienes laboran en el centro, resulta común recibir llamadas o visitas de personas que les ofrecen tortugas, monos, loras, pericos, iguanas, perezosos y otras criaturas que no se sienten capaces de atender por su cuenta. A finales de 1994, Juan José Rojas Alfaro, administrador de La Marina, recibió una de esas llamadas de “emergencia”, aunque esta tenía algo de especial.
“Nos llamaron un 24 de diciembre, para decirnos que a una finca en San Rafael de Varablanca había llegado una danta macho, que había hecho algunos daños y los empleados la encerraron. Los funcionarios del Minae de Cordillera querían saber si podíamos traérnoslo para cuidarlo; puesto que ya teníamos dos hembras y éramos los únicos en la zona que sabíamos cómo atenderlo”, cuenta Rojas.
Con la ayuda de su esposa, Marta Ramírez, alistó el equipo necesario para atender el caso y emprendió el camino hacia Varablanca. Cuando llegó a la finca y se topó con la danta, lo sorprendió el estado en que se encontraba: tenía las mejillas en carne viva, la boca despedazada y múltiples heridas en todo el cuerpo.
“Probablemente se había enredado en las cercas de púas y eléctricas, estaba muy maltratado. Me dio miedo que muriera, así que decidimos traerlo. Lo metimos en un recinto y era como si viniera de estar en cautiverio toda la vida, nunca se puso agresivo. Le pusimos la jaula, abrimos la puerta, le toqué la espalda y entró caminando solo. Con ayuda de los muchachos de la finca, lo subimos al carro, y cuando llegó aquí, salió tranquilo y se puso a comer”, recuerda.
Le calcularon unos cinco años de edad y lo bautizaron como Toño. Se adaptó tan rápido a la vida en La Marina y a sus nuevas compañeras –Clarisa y Chepa– que en menos de un mes ya se había apareado con una de ellas. Casi 400 días después, a inicios de 1996, nació Marino, el primer dantito de padres silvestres nacido en La Marina.
Poco a poco, la familia comenzó a crecer. Pronto vinieron al mundo Cristal, David, Kana, Sorpresa, Rongi, Eura, Juanso, Óscar, Romeo, Julieta, Fica y Alba; algunos de ellos fueron hijos de padres nacidos en cautiverio.
“Se empezó a sacar el banco genético, ya son 17 nacidos aquí. Somos los únicos en el país que tenemos dantas nacidas y criadas en cautiverio.
“En Panamá hay un zoológico que se llama Villa Griselda, donde también han tenido éxito en la reproducción de dantas”, asegura Rojas.
El proyecto está inscrito ante el Ministerio de Ambiente como Zoocriadero de dantas La Marina y, junto con el proyecto La Lupita, para la reproducción de lapas, constituyen dos de los principales aportes del Centro al rescate de especies en peligro de extinción.
Cuidado y cariño
Ser “padres” de tantas criaturas les ha permitido a los funcionarios de La Marina aprender muchas cosas sobre las dantas, incluidas en la Lista de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
“A la mayoría de ellos los hemos acompañado desde que están en el vientre, ya se han acostumbrado al trato de los humanos; muchos son fáciles de manejar, hasta se dejan acariciar u ordeñar, cuando ha sido necesario conseguir leche para los más pequeños”, cuenta Marta Ramírez.
La administradora del Centro es quien ha atendido casi todos los partos de dantas. El más reciente se dio la semana antepasada, cuando asistió a Julieta en su primer alumbramiento. El calendario le decía que el momento estaba cerca y la experiencia le terminó de confirmar que el miércoles era el día.
“Desde muy temprano, la vi que estaba caminando mucho, jadeaba e iba de un lado a otro, como nerviosa. Con las otras dantas había sido igual, entonces supe que de ese día no pasaba”, recuerda Marta.
En la madrugada del jueves, luego de varias horas de labor y en medio de un torrencial aguacero, llegó al mundo un macho, el tapir número 17 nacido en La Marina. Con siete kilos de peso y el tradicional pelaje a rayas sobre el lomo, el nuevo tapir fue recibido con ilusión en el zoológico, sobre todo después del susto que les dio su primo Roble Asisco, unos meses atrás.
“Se salió por un hueco de la cerca y la otra danta lo atacó. Quedó todo mal herido, estuvo casi un mes en ‘cuidados intensivos’, se hicieron miles de esfuerzos y, por dicha, ya está bastante repuesto.
“Mi esposa pasaba rezándole a San Francisco de Asís, por eso lo bautizamos Asisco, y Roble, por la fortaleza que tuvo para sobrevivir al ataque de la otra hembra”, recuerda Rojas.
Un cariño de padres caracteriza el trato que Juan José, Marta y los demás funcionarios del Centro le dan a las dantas.
Pero, como en toda paternidad, llega también el difícil momento de ver partir a los hijos. La mayoría de los tapires nacidos en La Marina ya no están en ese rincón sancarleño. Algunos han cumplido su ciclo natural y fallecieron; otros han sido donados a diferentes zoológicos dentro y fuera del país.
“Varias dantas han muerto porque ya son muy longevas; cuatro se trasladaron para una finca en Guanacaste, donde nos dijeron que una había muerto; otros dos habían sido donados a un centro en Guanacaste, pero un enjambre de abejas africanizadas las mató. De las 17 que han nacido, aquí nos quedan seis”, detalla el administrador.
Romeo fue donado con fines reproductivos al zoológico de Nashville, Estados Unidos, donde en mayo pasado nació su primera cría. Como agradecimiento, La Marina recibió un collar de telemetría que les permitirá colocar una danta en hábitat natural. Sin embargo, ese proceso requiere construir una jaula de preliberación diez veces más grande a las que existen en el centro, para darle seguimiento durante algunos meses antes de liberarla.
“Necesitamos el dinero, la jaula, el lugar y la persona que le va a dar seguimiento. Todo es difícil de conseguir. No se trata solo de agarrarlo, hacerle unos exámenes, asegurarse de que está sano y tirarlo a la montaña a lo que Dios quiera. Lo siento mucho, pero no me voy a arriesgar a que una especie en peligro, y un animal que nos ha costado reproducir y criar, se vaya a morir a la montaña”, enfatiza el administrador.
Con el nacimiento del nuevo bebé, el zoocriadero de dantas sigue su curso. El paso siguiente es buscar un macho genéticamente distinto a los que están en el Centro para no incurrir en consanguinidad.
Las miradas están puestas en uno que conservan en un finca en Río Cuarto de Grecia, pues Toño ya no cumple con esa característica y, de cualquier manera, él sigue siendo algo rebelde.
“De vez en cuando, se salía de la jaula y rompía la malla. Como pesan entre 350 y 400 kilos, son difíciles de controlar. En una de esas salidas, se internó en una montaña vecina; duró dos meses y regresó. Ahora, tiene cuatro meses de haberse escapado, sabemos que está vivo y, cuando se sienta débil, volverá porque sabe que esta es su casa”, dice Rojas.