Cuando yo era chiquito, en mi casa era prohibido hablar de sexo, y si uno se soñaba con una mujer desnuda, eso había que decírselo al padre en la confesión del siguiente viernes. La idea del ministro Garnier para implantar la enseñanza sexual en los colegios es muy importante. La ignorancia sexual en la juventud la induce a cometer graves errores en su conducta.
No se puede ignorar la importancia del sexo; comencemos por aceptar que todos nosotros, absolutamente todos, somos el producto de un acto sexual. La fuerza del sexo es para mantener la vida, y se le ha agregado un poco de placer para que la humanidad no se extinga.
Los jóvenes deben entender que todavía no están preparados para la maternidad o la paternidad. Primero hay que estudiar, hay que aprender a trabajar y, después, se puede pensar en el matrimonio, que es la forma más civilizada de crear una familia. Un niño nacido de una pareja joven sin estudios ni preparación corre el riesgo de ser un niño con hambre, y un niño con hambre puede resultar un futuro delincuente.
Una cosa que no se debe patrocinar es el aborto. El germen en desarrollo en el vientre materno ya es una vida. Es preferible evitar el embarazo, con conocimientos necesarios sobre la conducta o funcionamiento del sexo, tanto en el organismo de la mujer como del hombre. La responsabilidad del embarazo no es de la madre; es de la pareja.
Ha habido cierta tendencia a considerar el acto sexual como un pecado, lo que es una tontería. El acto sexual es el punto culminante de la conservación de la especie.
La educación sexual debe establecerse dentro de la prudencia y moralidad que el tema requiere. No se puede improvisar ni convertir su estudio en una herramienta de tolerancia.
¡Que Dios los acompañe, amados hermanos míos!