El cine es adictivo. Lo es para el espectador común y también para el crítico que está ahí, en la butaca, con aires de intelectualidad y con espejismos de importancia sobrevalorada. El crítico es solo un interlocutor entre la película y el espectador que gusta de polemizar.
Hay más. El cine es igualmente adictivo para quienes se ponen tras las cámaras con el oficio, artístico o no, de hacer cine. Es lo que le sucede, por ejemplo, a Daniel Ross, quien encarnó y popularizó al personaje de “El Metalero” en la película costarricense
Daniel Ross regresa a su “otra” vocación y, luego de metalearse, pone el ojo tras la cáma
ra para hacer lo que hace desde el 2005: documentales. Este que ahora se estrena y se exhibe en distintas salas (entre San José y Liberia) se titula
De primera entrada, o de primera impresión, a este buen documental le sentimos un halo poético que se cuaja, oportunamente, con la exquisitez de la imagen posada sobre la naturaleza guanacasteca, especie de empalme entre las distintas entrevistas que nos presenta dicho documental.
Se siente: lo mejor del esfuerzo de Daniel Ross es su voluntad para demostrar que al cine nada le es ajeno, y que, si hay algo que le puede resultar más que oportuno –y para nada parasitario–, es esa zona costarricense tan distinta del resto del país, esa zona grande llamada Guanacaste.
Guanacaste es la confluencia de una voluntad, de la patria por nuestra voluntad, que se dice casi como un eslogan, pero esa zona llena de sortilegios, desde el canto de los pájaros, es territorio de diversidades. Esta es la propuesta que nos quiere demostrar Daniel Ross con su equipo de filmación. Vale.
Es algo así como hablar de la diversidad en la unidad, de la pluralidad en lo singular. Es la tesis del documental y es lo que mejor se dice en
Todo eso viene a enfatizar y a ser prueba visible de las pretensiones de Daniel Ross. Este director va más adentro de sus propias imágenes para no quedarse con un documental frío y distante. Él sabe que el documental es algo más que una función informativa (como sucede en televisión).
Daniel Ross, con su equipo, expresa en pantalla sus principios estéticos, además de la formulación de una hipótesis o de una tesis de trabajo. Por eso, lo suyo es también un “juímolos” hacia el arte.
Por eso mismo, no hay una sola corriente documental, aunque algunos opinen que sí. ¡Hay hasta escuelas! Sin embargo, el documental, como lo hace Daniel Ross con
¡Ahí vamos!, pues lo mejor que hace el señor Ross, para no estancarse con lo mostrado, es buscar y hallar siempre poesía. Para descubrirla, el poeta documentalista debe saber manejar la cámara. Ross lo logra muy bien.
Desde el comienzo, un lánguido canto de sirena, que lo es, fluye con la melodía de una caña dulce: “Caña dulce pa’moler”. La cámara se desplaza sutilmente frente al movimiento de un mar encrestado con blancuras de espuma. En otro momento, será la verde pradera de un potrero verde, terreno indómito de maizoles y sabaneros. La pampa silba.
Entonces veremos vegetaciones que danzan por el viento guanacasteco, como el bambú en las más bellas películas chinas. Toros. Alambradas. Hombres a caballo. Caballos con hombres arriba. Es la vida en la forma que se vive, o sea, la esencia del documental. No lo decimos nosotros: lo dijo Robert J. Flaherty, cineasta estadounidense, a quien se le atribuye el primer documental del cine,
Ella se declara víctima del racismo y del sexismo, de su cara de india y de no rendirse a la cultura de la gran capital. Se siente que lo cree (yo, como espectador, no se lo creo). Los primeros planos abundan en fino contraste con las panorámicas de los paisajes. A quienes vemos –después de la reconocida cantautora– expresan una actitud más optimista y mágica.
Balo Gómez asevera que, en Guanacaste, debajo de cada piedra hay magia. Son terrenos feéricos. Fernando Grillo alegra. Max Goldenberg narra. Karol Cabalceta florece con su historia. Christian Porras nos lleva de la mano. Ana María Álvarez transita desde su niñez al ahora.
El canto vibra. Guanacaste silba. Al final, el documental tiene visión de futuro cuando el abuelo enseña al nieto a continuar las nobles tradiciones. El horizonte cierra el ciclo de imágenes. Hemos visto un documental seductor y convincente, donde los conceptos supieron encontrar sus mejores signos. Juímolos, pues.