Bobby Driscoll Child actor Bobby Driscoll feeds a black lamb on which Walt Disney won a 100-to-1 gamble with nature. Needing a new-born black lamb for a new movie How Dear to My Heart, and learning that a flock on May 19, 1946 near Yakima, Washington, included a ewe approaching motherhood about the middle of May, he had the ewe shipped to Hollywood although black lambs come only once in a hundred births. The gamble paid off when the lamb was born without a single white hair. (AP Photo)
Peter Pan no se fue volando al “País de nunca jamás” sino que terminó en un basurero, tan irreconocible que su cadáver lo mandaron a un depósito de indigentes y fue sepultado en una fosa común –en Nueva York– bajo el nombre de
Sin Campanita ni Wendy, rodeado de adictos, perdonavidas y despojos vivientes, el célebre actor infantil de los años 40 y 50, Bobby Driscoll, fue desterrado del mundo mágico de Disney por haberle ocurrido lo impensable: crecer.
Driscoll dio voz e imagen a Peter Pan, uno de los más reconocidos personajes del taller de fantasías de Disneylandia, en la película homónima filmada en 1953 cuando tenía 16 años, demasiado viejo para interpretar a un niño que nunca creció, por miedo a las responsabilidades de la madurez.
Igual que el Moloch de los fenicios, Hollywood se rejuvenece con la sangre de los niños actores, inmolados en el fuego de las marquesinas.
Así le ocurrió a Robert Cletus Driscoll, nacido en Iowa en 1937. Era dueño de una memoria prodigiosa y un encanto singular, capaz de encarnar papeles infantiles sin ser repelente ni sabihondo.
Robert tenía cinco años cuando, en 1943, lo llevaron a vivir a Los Ángeles, en busca de mejores aires para curar la asbestosis que padecía su padre, Cletus Driscoll, un joven vendedor que siempre quiso ser actor. La madre, Isabelle Kratz, era maestra y un día se le ocurrió llevar al niño a la peluquería. Alguien lanzó una profecía: “este niño es tan listo que debería estar en el cine” y la madre no tardó en conseguir una prueba en los estudios Metro Goldwyn Meyer (MGM), donde audicionó para
A partir de ese filme Bobby desplegó sus talentos. “Una estrella a los seis años, ganador del Óscar a los once, con treinta películas a su haber, la mayoría de ellas junto a las máximas figuras de Hollywood” recordó Kenneth Anger en
Su proverbial capacidad para memorizar los diálogos y la espontaneidad y naturalidad de sus gestos fueron un imán para los estudios y las luminarias de la época. Compartió carteles con Anne Baxter, para la Fox, en
El éxito fue tan apabullante que ganó un Premio Especial de la Academia como el actor juvenil más destacado en 1949, por sendos filmes:
El que no oye consejo, no llega a viejo. “¡No se puede huir de los problemas: no hay lugar alguno más allá”, le aconsejó James Baskett, en el papel del tío Remus, al pequeño Bobby, durante la filmación de
Driscoll no estaba para sermones y siguió su vida. Para 1950 interpretó el memorable papel del niño-pirata Jim Hawkins en
Ahí fue blanco de todo tipo de burlas por sus anteriores papeles artísticos. “Yo realmente temía a la gente. Los otros chicos no me aceptaban. Me trataban mal. Traté desesperadamente de ser uno más de la pandilla. Cuando me rechazaban me defendía, se volvían agresivos y tenía miedo todo el tiempo” , confesó Driscoll.
De nuevo lo matricularon en la primera escuela y ahí obtuvo un título en 1955, pero ya su carrera había comenzado a declinar a causa del consumo de drogas.
A falta de buenos guiones como adolescente probó en la televisión, pero le fue horrible y solo obtuvo un rol de criminal en la serie
La industria que lo había elevado a los altares de la fama, lo arrojó al abismo del olvido. Buscó empleo en el teatro, pero tampoco lo contrataron. En 1965 filmó su última escena en
Los problemas del juvenil actor comenzaron a los 16 años. Recién había filmado
En 1956 Driscoll cayó de bruces. Huyó a México para casarse con su novia Marilyn Jean Brush; tuvieron que regresar y un año más tarde hubo boda en Los Angeles, tuvieron tres hijos pero el matrimonio terminó a las patadas. Ese mismo año él y un amigo fueron detenidos por posesión de narcóticos.
Dos años después hizo pareja con Frances Farmer, que apenas salía del hospital psiquiátrico donde la lobotomizaron y tenía 16 años de inactividad artística.
La caída era imparable. En 1959 la policía lo encerró por drogadicto; un año más tarde se enfrentó a una pandilla de matones, zurró a uno de ellos y los amenazó con una pistola. Los maleantes lo acusaron de agresión con un arma mortal. A ese delito le agregó asalto a una veterinaria, falsificación de cheques y finalmente, derrapó en la prisión de Chino State, según Anger.
Ante el juez que lo mandó seis meses al Centro de Rehabilitación para Drogadictos, declaró: “Lo tenía todo. Ganaba $60 mil al año, me daban trabajo y buenos papeles. Entonces empecé a emplear todo mi tiempo libre en pincharme. Tenía 17 años. Compraba sobre todo heroína. Ahora nadie quiere contratarme por mis detenciones.”
Cuando fue liberado, en 1967, desapareció en los bajos fondos del East Side de Nueva York, el paraíso perdido de drogadictos y
El 30 de marzo 1968 dos niños que jugaban en un edificio abandonado del East Side de Nueva York hallaron los restos de un hombre joven, en medio de objetos religiosos y basura. El cadáver carecía de identificación, tenía numerosos pinchazos en los brazos y en la sangre rastros de metedrina, una anfetamina que –según los médicos– crea una sensación deexaltación y perdida rápida de la conciencia.
Quienes la usan padecen ilusiones de persecución, depresión, extenuación excesiva y tendencias suicidas.
Un análisis forense reveló que las vísceras correspondían a las de un anciano, más que a un adulto de 31 años; como el rostro tenía profundas marcas y nadie reclamó el cuerpo, tras tomarle las huellas lo enviaron a un cementerio común en Hart Island, allá por el Bronx.
Diecinueve meses después, personal de Disney y la policía neoyorkina ordenaron exhumar los restos del desconocido, quien resultó ser Bobby Driscoll, desaparecido de la escena pública en 1967, días después de salir de la prisión.
Al conocer la noticia su madre dijo: “La droga lo cambió. No se bañaba, se le estropearon los dientes' Tenía un coeficiente mental altísimo, pero los narcóticos le afectaron el cerebro”.
El hechizo de su cara infantil hizo del cine su santuario, lleno de paganos olores a sándalo, jengibre y miel. En esa tierra de las ilusiones vive Bobby Driscol – en un mundo de sueños– como Peter Pan: el niño que se negó a crecer. 1