A finales de los años setenta, un muchacho de clase media, costarricense, de familia liberacionista, con buenas conexiones políticas y sociales, comienza a estudiar Derecho en la Universidad de Costa Rica y, en un viaje a Guápiles, se encuentra de frente con la pobreza, con la miseria que viven algunos campesinos y con las enfermedades que los azotan a ellos y a sus niños. Esta experiencia hace grietas en su conciencia, le toca los sentimientos de indignación y lo lleva a enrolarse en las filas militantes de un partido de izquierda llamado el PRP.
El vuelo del quetzal (Uruk Editores, 2022) es la primera novela de Miguel Martí. Ella está a medio camino entre las memorias y la novela de formación, en este caso política, porque con Alfredo, el protagonista, los lectores hacemos un recorrido por las distintas estaciones vitales y mentales por las que él pasa a la hora de pensar el poder, Centroamérica, Costa Rica y los tremendos conflictos sociales que pasó esta región al final de la Guerra Fría, cuando las dos superpotencias mundiales movieron sus fichas, con todos los efectos que esto supuso en el istmo y en las islas del Caribe.
En la jerga dogmática y sectaria de entonces, en grupos para los cuales el lenguaje parecía sustituir a la vida, ser pequeño burgués era una especie de tara maldita que alejaba a las personas de una pretendida pureza proletaria o campesina. Así, jóvenes de clase media se insultaban entre sí valiéndose de esta calificación individualista y egoísta para sostener una superioridad moral que los envalentonaba en su sueño de destruir para siempre al Estado burgués y al capitalismo, causas, ¡faltaba más!, de todos los males del mundo.
Viajes iniciáticos
Algunos, tal vez muchos de los militantes de izquierda costarricenses de esos años, venían de las clases medias y querían ser como el Che; en alarmantes casos, escoger la opción armada y sumar a Costa Rica al incendio conflictivo que recorría Nicaragua, El Salvador y Guatemala, principalmente.
Cuatro aventuras se entrelazan y se suceden en El vuelo del quetzal, la primera es una operación en la que Alfredo debe trasladar por tierra una carga clandestina a Guatemala junto a una compañera de partido, hermosa y comprometida que, en “la leyenda” y a veces en la realidad, es su pareja. La tensión erótica entre ellos se mezcla con las reflexiones políticas de dos muchachos que creen en la necesidad de un cambio social profundo en Centroamérica.
Como tantos otros, ellos vuelcan sus rebeldías personales y juveniles en esa causa a la que han entregado sus vidas. Es por ello que viajan por la Nicaragua sandinista, por Honduras con la base de Palmerola usada como símbolo de domino norteamericano, por El Salvador en plena Guerra Civil y por Guatemala, bella y triste, hermosa en sus lagos y montañas, indignante en sus injusticias con rostro indígena.
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Alternándose con esta primera historia, están los viajes iniciáticos de Alfredo a Guápiles y a otras zonas rurales de Costa Rica, en los que funciona un juego de contrastes con las condiciones de vida del Valle Central, próspero, demócrata y resguardado por la institucionalidad pública.
Esa confrontación tiene efectos en el pensamiento político de Alfredo y le sirve al autor de la novela para exponer sus ideas sobre las tensiones entre las distintas tendencias de la izquierda costarricense (Vanguardia Popular, Partido Socialista, PRP), para presentarnos sus críticas al autoritarismo pro soviético, al fanatismo ideológico, a la rigidez mental.
Adversidades
En el proceso de formación política de Alfredo, que no se da en las aulas universitarias sino en su viajes por una Centroamérica en llamas, Miguel Martí nos brinda su pensamiento sobre algunos acontecimientos que forjan la llamada excepcionalidad pacífica y democrática de Costa Rica, que se opone a las guerras entre militares y guerrilleros y a los abismos de desigualdad social que padecía el resto de la región.

La tercera y cuarta de las aventuras que le dan forma a esta novela, son dos viajes más, uno a la Panamá de Noriega para trasladar unas armas que tienen como destino final la necesidad de los guerrilleros salvadoreños, y otro a Guatemala y a México, para ayudar a salvarle la vida a un líder revolucionario guatemalteco.
En esos dos recorridos, las reflexiones políticas continúan entremezcladas en diálogos entre compañeros, en descripciones y narraciones de adversidades que surgen en el camino y en los pensamientos solitarios de ese joven de clase media rechazado por sus correligionarios a causa de su origen social y por su familia a causa de su rebeldía.
El padre de Alfredo peleó en la Guerra del 48 contra los comunistas y los “mariachis”. En los ochenta tiene un alto puesto en el Ministerio de Seguridad Pública y, naturalmente, la relación con su hijo es conflictiva, contagiada de tensiones afectivas que atraviesan las ideológicas. A pesar de ello, Alfredo quiere creer que su padre admira su coraje.
Democracia
Como suele ocurrir en estos casos, la rebelión del hijo contra el padre, a veces inconsciente, pasa al acto en el campo social, en una rebelión política idealizada que termina con terribles desengaños o, cuando se tiene suerte, con la consolidación de un pensamiento político propio.
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Alfredo vive estas etapas y su punto de llegada es una defensa de la democracia costarricense, un reconocimiento de momentos históricos determinantes para que este país haya alcanzado condiciones de vida ejemplares en América Latina. Entonces, él admira y reflexiona sobre la alianza entre Rafael Ángel Calderón Guardia, Manuel Mora Valverde y Monseñor Sanabria en los años cuarenta, el impulso socialdemócrata de don Pepe Figueres y la política exterior de Luis Alberto Monge a inicios de los años ochenta.
Todo ello, desde luego, lo separa de sus compañeros de militancia y nos acerca a nosotros al final de la novela, en el cual se sostiene que, en las guerras centroamericanas, la gente se mataba en rebeliones que deseaban algo parecido a lo que Costa Rica ya tenía desde mucho tiempo atrás.
El vuelo del quetzal, más que alzarse por los aires de la ficción, informa y lleva nuestra atención a los convulsos años ochenta en Centroamérica, vistos por un joven atribulado por su condición de clase, su sensibilidad y su nacionalidad, influido por los movimientos culturales de su tiempo y sus lecturas, atrapado entre su familia, sus compañeros de militancia y la realidad social de entonces.