Como tanto macho del cine clásico, Johnny Farrell (el actor Glenn Ford) es capaz de dar y soportar cualquier paliza, menos la que le inflige la mujer amada. Es así como acaba en Buenos Aires, sucio y maloliente, con el corazón roto y apostando en un muelle el dinero que no tiene. Viene a rescatarlo Ballin Mundson (George Macready), estadounidense como él y propietario de un casino. La solidaridad masculina entra en juego, se mezclan los negocios y la amistad y Johnny se convierte su hombre de confianza, encargado del día a día de sus negocios, al menos de los legales.
La armonía se quiebra cuando el empresario regresa de un viaje y trae consigo el canario que alegrará la casa con sus gorjeos: una esposa, Gilda (Rita Hayworth), quien resulta ser la mujer que rompió el corazón de Johnny.
Mundson lo desconoce, pero percibe la tensión entre ambos. Pese a ello los negocios, los más oscuros, exigen demasiada atención y pide a Johnny que vigile a Gilda. Este se toma la tarea en serio y ella, como respuesta, obsequia coqueteos solo para contrariar al examante. Por supuesto, los asuntos se enredan aún más.
Sin ser el mejor ni el más original filme noir, Gilda (1946), de Charles Vidor, es un referente del Hollywood clásico, gracias a la potente presencia de Rita Hayworth, una femme fatale inusual (pelirroja, un tanto sentimental), cuya introducción en el relato, sacudiendo la roja cabellera y mostrando los hombros, marcó a una generación, como lo narran Rita Hayworth y la redención de Shawshank (1982), de Stephen King, y su adaptación fílmica The Shawshank Redemption (Sueño de fuga, 1994), de Frank Darabont.
Hayworth protagonizó decenas de películas, pero es curiosamente Gilda la más recordada. Prodigio de la fotogenia, su imagen ha trascendido los personajes que interpretaba para quedar en la memoria de los espectadores, como lo expondrá el artista visual Roberto Guerrero este miércoles 6 de diciembre en el Museo Calderón Guardia.
La chica de la portada
El nombre de Rita Hayworth emerge en la segunda mitad de los años 30 y será hasta la siguiente década en que pase a encabezar los créditos de cada proyecto en el que participa.
Mucho tuvo que ver Blood and Sand (Sangre y arena, 1941), de Rouben Mamoulian, a partir de la novela de Vicente Blasco Ibáñez, en el que interpretó a doña Sol de Miura, frívola aristócrata que provoca que el héroe, el torero Juan Gallardo (Tyrone Power), descuide sus oficio y matrimonio. El personaje cumplía un rol semejante al de Gilda al desestabilizar al personaje masculino, antes de eso un modelo de virilidad (uno, un tipo duro; el otro, un torero).
Hayworth no es la protagonista de Sangre y arena, pero su personaje, sensual y perverso, es el más recordado en esta película en la que el technicolor parecía inventado para la cabellera de la actriz. De ello da cuenta la primera novela de Manuel Puig, La traición de Rita Hayworth (1968), en la que un niño no puede sacar de su cabeza la imagen del bobo de Gallardo fingiéndose un toro para la diversión de la torera, doña Sol.
Si bien su nombre parece hoy ligado al de la femme fatale, Hayworth participó también en relatos en los que sus personajes merecieron un tratamiento más amable. Bailarina notable, acompañó muy bien a Fred Astaire en dos musicales: You’ll Never Get Rich (Desde aquel beso, 1941), de Sidney Lanfield, y You Were Never Lovelier (Bailando nace el amor, 1942), de William A. Seiter.
En cualquier caso, Rita Hayworth fue ante todo una figura magnética que hipnotizada a los personajes dentro de los filmes y a las masas fuera de ella. Además de su célebre introducción en Gilda, la imagen más recordada de Hayworth no pertenece al cine, sino a la tapa de la revista Life (que vemos en Sueño de fuga, consolando la soledad del preso interpretado por Tim Robbins), en la que la estrella en ciernes posaba con una ropa y una actitud que entonces (agosto de 1941) rozaban los límites de la sensualidad y el atrevimiento.
Hayworth fue una de las principales pin-up girl, las modelos cuya fotografía decoraba, por ejemplo, las paredes de los cuarteles de los soldados estadounidenses. No es un azar, entonces, que su más exitoso musical sea el divertimento en torno a la fotogenia Cover Girl (Modelos, 1944), también dirigida por Charles Vidor y con Gene Kelly como comparsa en bailes y canciones. Aquí, como en Gilda, su personaje no necesita más que mostrar sus hombros para disparar el deseo de sus contrapartes masculinos.
En Les Stars, Edgar Morin subraya el carácter público de las pin-up girls quienes, como las estrellas de cine -y Hayworth era las dos-, pertenecían a la imaginación y los deseos de los espectadores. Es por ello que la actriz puede encarnar al mismo tiempo el glamur del cine clásico y su misoginia (pues convertía en objeto el cuerpo de la mujer y la hacía responsable de todos los males) y contener, además, la semilla de su subversión.
Exótica y fatal
Hayworth cambió su nombre (Rita Cansino, pues su padre era de origen andaluz) y tiñó su cabello para ajustarse al público estadounidense, pero este disfrutaba verla en espacios que, dentro del imaginario de Hollywood, eran exóticos: Sangre y arena en Andalucía, Bailando nace el amor y Gilda, en Argentina.
Cuando todavía no era una estrella había interpretado a argentinas, egipcias y rusas. Tal exotismo es consecuente con la lógica generalmente binaria de los relatos hollywoodenses, según la cual el deseo, la carne y la irracionalidad, que la actriz solía representar se despliega mejor fuera de las fronteras norteamericanas.
Otros espacios exóticos -el Caribe y un laberinto de espejos en el barrio chino de San Francisco- aparecen en The Lady from Shanghai (La dama de Shanghái, 1947), de Orson Welles. En este filme, quizás el mejor en el que participó la actriz, Welles se desquita a través de la diva del Hollywood que desde El ciudadano Kane (1941) le robaba la independencia creativa: primero, al teñir su cabello de rubio y, después, al convertirla en una femme fatale que no merece el perdón.
Más clemente es el destino de otros personajes. En Affair in Trinidad (La dama de Trinidad, 1952), de Vincent Sherman -película tan exitosa como Gilda y también con Glenn Ford-, la mujer colabora con la policía para atrapar al asesino de su esposo. El relato le atribuye cierta culpabilidad pues el criminal, enamorado de ella, mató al marido para quitarlo de en medio: “Si un hombre se casa con una diosa, debe aceptar que otros hombres la adoren”, resume un testigo.
En Salomé (1953), de William Dieterle, su personaje, una de las más fatales mujeres de la Biblia, goza de una suerte de redención al convertirse en una de las primeras seguidoras de Jesús. La escena más famosa es, cómo no, la de la danza (acá, de los “siete velos”) ofrecida a Herodes (Charles Laughton), a cambio de la cual su madre, Herodías, pide la cabeza de Juan el Bautista. Secuencia de miradas, como tantas en las que participó Hayworth, pues vemos a Salomé mientras baila y a Herodes como primer espectador, desfalleciendo con cada gesto.
Era una vez más Gilda, incendiando los cimientos de la hegemonía masculina con sus cabellos rojos, hombros y caderas.
Gilda en el Museo
Roberto Guerrero presentará Gilda este miércoles 6 de diciembre, a las 6 p. m., en el Museo Rafael Ángel Calderón Guardia. La presentación es parte del ciclo Espectadores/creadores, en el que artistas de distintas disciplinas presentan un filme que ha nutrido su proceso creativo. En el caso de Gilda, y en particular de la femme fatale interpretada por Rita Hayworth, este ha constituido, según Guerrero, un referente de la resistencia a la masculinidad hegemónica y, por tanto, en parte del imaginario de cierta cultura gay disidente. La entrada es gratuita.