Hay mucha sustancia en aprender que Harry Dean Stanton murió a sus 91 años, meses después de que su última película, Lucky, se estrenara en el festival South by Southwest.
En cines ticos desde el jueves, Lucky también es la primera experiencia como director del actor John Carroll Lynch, por lo que son inevitables las discusiones sobre los finales y los comienzos. Mismos temas que de por sí ya preocupaban en la historia de Logan Sparks (viejo amigo de Stanton) y Drago Sumonja.
Finales y principios
La vida en el cine es lo opuesto a la muerte.
Harry Dean Stanton está eternamente congelado en los 89 años que tenía cuando grabó Lucky. Los gestos de su personaje nonagenario mientras saca los cigarrillos de su cajetilla diaria dan la ilusión de ser demasiado naturales como para no ser los propios.
“A Harry a menudo lo ubicaban dentro de un tipo de actor imaginado como Harry Dean Stanton. La mayoría de quienes hemos visto sus actuaciones en el cine sabemos que tenía un rango más amplio que el que le permitían. ¿No ocurre lo mismo con la mayoría de actores de cine?”, se preguntaba poco después de su muerte el escritor Bret Easton Ellis en la revista Vanity Fair.
Es probable que, en poco tiempo, el recuerdo póstumo de Stanton será inseparable de la memoria del vaquero ateo que profesa la mansa certeza de que “somos nada” y, tras morir, a la nada volveremos. Sin embargo, es el tipo de cosas que también decía fuera de guion.
El Stanton de Lucky no está muriendo, en el sentido estricto de la palabra. El suyo es un western sin pistoleros, sin sangre.
Pese a ser fumador, tiene la salud óptima para alguien con su edad. Hace yoga, bebe religiosamente un vaso de leche por las mañanas y un bloody mary por las noches: no son rarezas, son una secuencia de ocurrencias fijas en su modesta y tranquila existencia.
Justamente allí se encuentra la revelación de su conflicto como cowboy: por más que Lucky busque antagonistas pasajeros con los cuales tener conflictos simbólicos en la cafetería y el bar que frecuenta, sencillamente ya no tiene la energía para batallar contra otra cosa que no sea envejecer.
“How about you just suck it?”, le responde su médico cuando Lucky le pregunta qué debe hacer con la chupa que le entrega.
El sentido irónico y práctico de la sugerencia se arruina en la traducción al español porque no solo es una petición para que cierre la boca y chupe la paleta, sino que es una lección para el resto de la vida: aguante, apechugue hasta que no quede nada más.
La soledad existencial
El vaquero de Stanton ya sobrevivió a una guerra, sobrepasó el tiempo bíblico para fundar y multiplicar una familia.
Si alguna vez fue un idealista, la realidad ya le ha ganado el pulso en un pueblo pequeño, desértico y destartalado. ¿Qué más puede hacer cuando el tiempo restante es incierto mas no ilimitado?
La rutina no es, como lo sería para un héroe joven, un ciclo demoledor. Es una de tantas certezas de que lo que hay es lo que hay, es seguro y suficiente.
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Esa es la clase de reflexiones que contagia a todos los personajes. Un tipo de soledad que no es desoladora, sino reconfortante.
Es la clase de sentimiento que Jean Paul-Sartre describe cuando en La náusea dice: “Comer, dormir, dormir, comer. Existir lentamente, en voz baja, como estos árboles, como un charco de agua, al igual que el banco rojo en el tranvía”.
Lucky no pierde el tiempo llenando su vida con nuevas experiencias. Es decir, las hay: es un hombre confrontando por primera su propia mortalidad. Es natural sentir un miedo nuevo.
Sin embargo, el temor no se subsana tachando cosas de un metafórico bucket list antes de hacer las paces con su propia existencia.
El vaquero nunca conoció las Filipinas (estaba ocupado maniobrando un barco militar en la Segunda Guerra Mundial) y nunca tuvo hijos a los cuales heredar nada.
El concepto de esa herencia —no solo como propiedad, sino como la deferencia de quien deja una historia que otros, sus seres queridos deben continuar— más bien, la aborda con ternura un personaje que interpreta David Lynch (quien dirigió a Stanton en Wild at Heart en 1990 y en la película de Twin Peaks en 1992). Su heredero es un ser querido: una tortuga que lo sobrevivirá por otro siglo.
Hay amistades en Lucky (dentro y fuera de la película). Son amistades que se prestan para profundizar en las diferencias entre estar solo (voluntaria e involuntariamente) y sentirse abrumados por la soledad.
Joseph Conrad escribió en El corazón en las tinieblas: “Vivimos como soñamos, solos”.
En Lucky, reflexiones así brotan en las conversaciones cotidianas (en la soledad compartida de un pueblo de otros solitarios, otros “vaqueros”), pero se manifiestan, finalmente, como una única gran revelación.
Hay que viajar solo y ligero, con el hogar y con la mortaja a cuestas. Somos nada.