
Hace 54 años, el 8 de noviembre de 1966, el “Teatro de Costa Rica” antecesor de la Compañía Nacional de Teatro, creada en 1971, estrenó en el Teatro Nacional la poderosa obra de Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba.
“Drama de mujeres en los pueblos de España”, la subtituló su autor -la última pieza teatral que dejó terminada el inmenso poeta granadino, antes de ser asesinado en la forma más abyecta imaginable, en la madrugada del 18 o 19 (el día exacto no se ha podido precisar) de agosto de 1936, recién comenzada la Guerra Civil española-, no podía faltar en el acervo teatral del país. Es más, debiera representarse periódicamente, porque tiene mucho que decirnos (situación de la mujer, autoritarismo, libertad, honra, deseo, moral, falsas apariencias, diferencias sociales, en fin...), aparte de su indiscutible valía como pieza literario-dramática de un acabado rayano en la perfección.
Primicia en el exilio
La primicia de La casa de Bernarda Alba estuvo marcada por el exilio. Le correspondió a Margarita Xirgu y su compañía estrenarla un 8 de marzo de 1945, en el Teatro Avenida, en Buenos Aires, Argentina. La Bernarda moldeada por la Xirgu fue deslumbrante.
Margarita había iniciado su cuarta gira -que sería “sin retorno”- en enero de 1936. Cuba, México, Perú, Colombia, Argentina y otras plazas importantes esperaban ansiosas a la Xirgu y también a Federico, según lo previsto; pero, no obstante la insistencia de ella, no se logró que el poeta se decidiera. Una vez más, el inexorable Destino marcaba otro derrotero para ambos: fatal para él y el autoexilio para ella que, debido a la Guerra Civil, la dictadura franquista y la Segunda Guerra Mundial, decidió quedarse en América, hasta su muerte.
Lorca en Costa Rica
Fue Lucio Ranucci, director del Teatro Universitario, quien introdujo al poeta en nuestro repertorio teatral, con La zapatera prodigiosa, presentada en marzo de 1956 en el Teatro Nacional, y llevada luego a Guatemala, atendiendo una invitación recibida por la UCR para participar en el Festival Centroamericano de Cultura, en la ciudad de Antigua. La prensa guatemalteca designó a Ana Poltronieri -llamada Paula Duval para proteger su identidad-, como la “Mejor Actriz de Centroamérica”. Ella hacía el papel de la Zapaterita. Pero…, anhelábamos más.

Con el prestigio que había logrado el Teatro Arlequín, no le hubiéramos perdonado privarnos de una muestra del teatro lorquiano. La pieza debía tener un formato apto para su pequeña sala y un excelente director. Ambas cosas se hallaron: el director, Lenín Garrido; la obra, el aleluya erótico en cuatro cuadros, El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín: un diamante en miniatura. “Pocas veces el sensual poeta granadino ha logrado un canto de amor tan completo y en tan corto espacio”, dijo de esta pieza el abogado, periodista y cronista teatral, Guido Fernández Saborío.
El 13 de junio de 1962, La Nación anunciaba: “El Arlequín estará de fiesta al presentar por primera vez en su pequeña sala, al gran autor español”. Así era, pero también estaba de plácemes el ansioso público. La obra se estrenó el 26 de ese mes y año, con un reparto de lujo: Kitico Moreno (Belisa), Guido Sáenz González (don Perlimplín), Irma de Field (Madre de Belisa), Flora Marín Guzmán (Marcolfa), los niños Alejandro Herrera y Juan Fernando Cerdas (Duendes). La música la ejecutaba, en vivo, el maestro Carlos Enrique Vargas Méndez y las canciones eran interpretadas a dúo por Mario Truque y Pablo Montes de Oca. Fernández Saborío, anotó: “Sería injusto afirmar que el buen suceso del Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín se explica solo por el talento de Lenín Garrido. En realidad se trata de una combinación de talentos…” y de seguido mencionó uno a uno a los participantes.
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Noviembre de 1966
Lenín Garrido era el director competente para llevar a escena, meritoriamente, La casa de Bernarda Alba. Tenía la inteligencia, el sentido estético y los conocimientos necesarios para acometer este ambicioso proyecto. Para Garrido, el teatro no era un género literario, ni un conglomerado de las artes, sino “un arte único basado en la imagen poética total, epifanía de la belleza; origen del placer”, es decir, una “imagen poética activa”.
Garrido escogió el mejor elenco, encabezado por Ana Poltronieri. Ella era indudablemente, la indicada, porque tenía el carácter, la experiencia, el profesionalismo y el porte para hacer una Bernarda antológica, como en realidad sucedió. Para interpretar a sus hijas; Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, se escogió respectivamente, a Xinia Villalobos, Blanca Rosa Vázquez, Roxana Campos, Anabelle de Garrido y Haydée de Lev. Los otros papeles recayeron en Dinorah Carvajal, Ivette de Vives, Addy Sancho, Ana Sayaguez, Orietta Luján, Nandayure Harley, Zamira Barquero, Fresia Guillén e Isabel Montero. Participó un coro de 38 estudiantes del Conservatorio Castella. Garrido también se ocupó de la concepción de la escenografía y los diseños, asistido por un eficiente equipo.
La Nación divulgó ampliamente el “acontecimiento teatral del año” (según calificativo de Alberto Cañas Escalante), en gacetillas, notas y comentarios ilustrados con fotografías alusivas a la puesta en escena.
Cañas Escalante, en su crónica sobre el montaje, afirmó: “La estilización es la especialidad de Garrido, y en este caso la ha llevado si no a extremos, sí a cumbres de elocuencia. Y también, lo que es muy importante, a cumbres de teatralidad […] La casa de Bernarda Alba es el trabajo de dirección más puntilloso y redondo que aquí se haya visto en muchos años, y por lo tanto, constituye un triunfo personal y legítimo de su director. […] Lenín Garrido ha logrado una Bernarda Alba de exquisito contenido estético. Un espectáculo impresionante la interpretación sobria y profunda de una gran dama”.
El 24 de julio de 1969, Garrido, un lorquiano impenitente, volvería al universo del poeta con Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores, en un montaje del Teatro Universitario de la UCR; pero su legado es mucho más amplio.

La autora es investigadora independiente.