“Ionesco es para la mentalidad de nuestros espectadores, lo que un cuadro moderno -ya sea surrealista, cubista o simplemente no-figurativo- para quien está acostumbrado a las tendencias artísticas que culminaron, y casi desaparecieron, con los impresionistas franceses”. Con el didactismo que lo distinguía, explicó así Guido Fernández Saborío, abogado, periodista y cronista teatral, en 1959, lo que debía esperar el público costarricense de la obra La lección, de Eugène Ionesco, rumano-francés, cuyo 111 aniversario de su nacimiento se recordará el 26 de noviembre de 2020.
La Asociación Cultural Teatro Arlequín de Costa Rica, de gran significación en la vida cultural y teatral del país, desde 1956 y hasta 1979, se atrevió a introducir, de la mano de Jean Moulaert, su director, a un dramaturgo polémico, pero que resultaría esencial en el devenir teatral de Occidente. Moulaert era el Profesor, Sagrario Pérez Soto, la Alumna e Irma de Field, la Criada. La pieza compartió cartel con Los pocos sabios, de Alberto Cañas Escalante.
La lección se había estrenado en 1951, en el Theâtre de Poche, en París. Dos años antes se había producido un escándalo mayúsculo con La cantante calva, la obra que inauguró la producción dramática de Ionesco y pieza emblemática del “Teatro del Absurdo”, como se conocerán una serie de títulos a partir de que viera la luz, en 1961, el ensayo titulado The Theatre of the Absurd, de Martin Esslin, en el cual incluyó las obras de Ionesco, Beckett, Genet, Adamov, Pinter y otros.
El crítico teatral, escritor y periodista francés, Jacques Lemarchand, gran conocedor de la obra ionesquiana manifestó: “Puedo decir muy exactamente por qué me agrada el teatro de Eugène Ionesco. Es porque sus personajes se parecen siempre a nosotros…” Según Lemarchand, sin el antecedente de la terrible Segunda Guerra Mundial, sería impensable la producción dramática de los autores del “absurdo”.
El montaje de La lección en Costa Rica, debe ser considerado uno de los grandes momentos del teatro de este país. Fernández Saborío destacó que la decisión de Jean de llevar a escena La lección “no era en modo alguno aventurada ni extravagante”, porque tenía el texto en francés y una traducción idónea (la había hecho Virginia Grütter). Así, “trabajó con meticulosa serenidad, con ese sentido perfeccionista que ha caracterizado sus mejores realizaciones”.
La puesta de la obra provocó alguna que otra voz inconforme; pero, ¡estaba tan bien hecha!, que no cabía más que rendirse ante la evidencia. Entre los comentarios destacaba este: “Las actuaciones de Jean Moulaert y Sagrario Pérez Soto logran, en forma extraordinaria, dar a la obra toda la fuerza que puso en ella el genio de Ionesco. Mientras Moulaert lleva en ‘crescendo’ su desorbitada conferencia, la señorita Pérez Soto rechaza todo, al principio con indiferencia y luego con furia…” La actriz era primeriza; sin embargo, “el dominio absoluto de su persona y la aptitud para mantener vivo el diálogo y oportuna la réplica” los envidiaría cualquier actriz profesional.
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Alberto Cañas Escalante, celebró que gracias al “Arlequín” y a su director, Jean Moulaert, se tenía en Costa Rica la oportunidad de ver a Ionesco “de aceptarlo o rechazarlo, de divertirnos con él o de indignarnos; que toda suerte de reacciones habrán de producirse; todas, menos la de ignorarlo. Habrá quienes abominen de La lección y quienes se encanten con ella. Pero nadie podrá decir que es obra adocenada, mediocre y vulgar. Eso no”.
Fernández Saborío señaló que La lección era, definitivamente, "una necesaria y convincente experiencia teatral del “Arlequín”, la cual demostraba que había grupos en Costa Rica que estaban en condiciones de acometer “empresas típicas de teatro experimental con la seguridad de que cuentan para ello con buenos actores y los más apropiados elementos materiales” y con un público que se interesaba.
Francisco Marín Cañas se sumó a esas voces y ponderó el trabajo de Moulaert y el de Sagrario Pérez, de quien dijo que su ejecución era “perfecta” y que en Costa Rica no se había visto nada que pudiera comparársele. Se había logrado hacer un trabajo que, según su criterio, bien podría presentarse honrosamente en cualquier lugar del mundo y proclamó que el 28 de octubre de 1959 no había sido una noche cualquiera. Así fue.
La autora es investigadora independiente.