En Costa Rica, se construyen guitarras de una calidad tal, que convencen y enamoran a concertistas costarricenses y extranjeros. Incluso, se ha llegado al punto de dejar de lado un instrumento hecho por uno de los más importantes constructores de España (Manuel Contreras) y tocar únicamente con un instrumento elaborado en Alajuelita.
Gracias al desempeño de estas creaciones con el sello de hecho en Costa Rica, actualmente hay guitarras ticas en países como Brasil, Canadá, México y Estados Unidos.
Detrás de cada una están constructores (lutieres) como Juan Carlos Soto, Martín Méndez, Omar Corrales, David Chaves y Guillermo Porras Salazar, entre otros.
Desde sus talleres, ubicados en sus casas principalmente, dan forma a estas piezas que combinan un buen diseño, belleza y un sonido destacado. La principal guitarra que se construye es la llamada clásica; no obstante, cada modelo varía según el lutier.
Además, se elaboran guitarras flamencas, similar en la forma, pero distinta en medidas, características y materiales.
Para guitarristas consultados por
A manera de ejemplo, Rodríguez comentó que Cuba tiene amplia tradición de guitarristas clásicos, pero, en años recientes, solo existía solo un lutier de gran calidad.
Estos mismos guitarristas son quienes recomendaron a los constructores que consideran de mayor proyección en la actualidad. Una y otra vez, se escucharon los nombres de Juan Carlos Soto, Guillermo Porras Salazar y David Chaves.
Allá recibió títulos que lo acreditan como maestro lutier, así como constructor de arcos (para violín, violas, etc.) y de guitarras.
Luego de muchos años en Europa, regresó al país a finales de la década de 1990. Estableció su taller y, aunque construye una amplia variedad de instrumentos, seis de cada diez de los que hace son guitarras Soto.
Para él, elaborar una guitarra es más que hacer un instrumento. Es un interlocutor conocedor del oficio del músico, lo cual le permite saber exactamente cómo entregarle a su cliente, a la vuelta de unos meses, el instrumento que necesita de acuerdo con su tipo de repertorio, al lugar donde suele dar recitales y al país de residencia.
“Soy, en primer lugar, un amante de la guitarra; además, esta ha sido parte de mi vida y de mi trabajo; representa como un 60% de mi trabajo”, aseguró.
Desde que comenzó a llevar el registro de sus guitarras, a finales de los años 90, contabiliza 60 instrumentos construidos por él. Esta lista incluye guitarras clásicas, románticas, barrocas, electroacústicas y para flamenco.
La calidad y renombre de su trabajo hace que tengan una de sus creaciones artistas ticos, como Manuel Montero, quien ganó un concurso internacional en España con una guitarra Soto, y Edín Solís; así como Baltazar Benítez (uruguayo, músico de Astor Piazzolla y discípulo de Andrés Segovia).
Aunque prefirió no hablar del valor económico final de sus instrumentos, algunas de sus guitarras se venden en más de $6.000 en países como Canadá.
Tampoco le gusta hacer las siempre odiosas comparaciones; no obstante, aseguró que elabora guitarras con la misma técnica empleada por los lutieres europeos, con medidas similares y maderas de calidad (ébano de Gabón, abeto de Canadá, palisandro de la India o cedro español), como para mostrarse decorosamente en cualquier lugar del mundo.
¿Secretos para entregar guitarras que sorprendan? No tiene, pero sí hay algo que lo caracteriza: siempre está dispuesto a conversar con el músico y someterse a sus exigencias. El resultado es un instrumento construido con una concepción artística conjunta.
Comenzó estudiando guitarra clásica al lado de artistas como Pablo Ortiz. En 1997, conoció al constructor Olman Arguedas, quien le abrió las puertas de su taller. Así conoció la técnica y elaboró un par de guitarras, pero dejó todo de lado.
Durante unos años, trabajó en algo que le llenaba el bolsillo, pero no el corazón; por eso, tomó el riesgo de tomarse en serio lo de ser lutier. Era el 2005, compró algunas herramientas y, en su casa, puso manos en la madera.
Sentía la necesidad de conocer más de la técnica. Leyó de las fuentes disponibles, acudió al maestro Juan Carlos Soto y escuchó las principales quejas de guitarristas en cuanto a los instrumentos.
Al principio, llegó incluso a fabricar instrumentos de ¢100.000. Ahora, cada una de sus guitarras cuesta de $500 (¢256.000) en adelante; el precio depende del presupuesto y exigencias de cada cliente.
“Hoy hago guitarras cómodas, fáciles de tocar. Me acuerdo de buenas guitarras hechas en Costa Rica, pero eran difíciles de tocar porque tenían un brazo grueso o un puente muy alto; no eran confortables”, aseguró.
Su confianza en lo que hace es tal, que le ofrece a cada guitarrista que acude a su taller la opción de no pagar la guitarra si esta no cumple con sus expectativas.
En el desarrollo de su trabajo, también se topó con un algo de suerte. Hace un par de años, Mario Ulloa, concertista alajuelense radicado en Brasil, escuchó un instrumento de Chaves, le gustó el sonido y le encargó una guitarra.
Su buena suerte no termina ahí. El también concertista cubano Jorge Luis Zamora decidió apoyarlo, luego de escuchar una guitarra Chaves. Ahora, él la usa en festivales y la lleva fuera del país a sus compromisos en Austria, Colombia o los Estados Unidos.
“Lo que quiero es que cada guitarrista tenga el instrumento que lo haga feliz. También, quiero hacer la guitarra que me llene a mí”, dijo el joven alajuelense.
Su curiosidad y el deseo de conocer más lo llevaron, a finales de la década anterior, hasta el taller de Soto. Ahí se hizo su alumno, comenzó a aprender el oficio por varios años y, en el 2004, se fue a probar suerte en los Estados Unidos.
En Houston, Texas, experimentó la necesidad de volver a sentir la madera entre sus manos. Hacer su primera guitarra le llevó seis meses: no tenía todas las herramientas y solo podía avanzar una vez que salía del trabajo.
La fecha en que la terminó la tiene muy presente: el 25 de diciembre del 2004 y quedó sorprendido.
“Comencé a visitar universidades, músicos, a tocar puertas (para que le dieran opiniones del instrumento), hasta que apareció una persona que se interesó mucho en mi trabajo. También ofreció comprármela, aunque no quería, tuve que venderla”, recordó este constructor de Alajuelita.
Dos semanas después, este mismo cliente lo llamó para contarle que la guitarra se vendió y le encargó dos más.
Movido por la nostalgia y al verse que contaba con herramienta suficiente en su taller, regresó a Costa Rica, en el 2006. Desde entonces, sus pedidos aumentan cada año. Su oficio no es como para hacerse millonario, porque al ser un producto casi artesanal, no se puede hacer más de 10 guitarras al año. Al menos, afirmó, vive feliz y mantiene a su familia.
Luego de tocar puertas, recibió el apoyo de Aldo Rodríguez, guitarrista cubano radicado en el país. A este músico le gustó tanto el trabajo de Porras Salazar que no solo recomendó sus instrumentos entre sus alumnos, sino que guardó su guitarra Manuel Contreras –modelo 25 aniversario (con un valor de 11.000 euros)– para usar la de este lutier costarricense.
“Solo puedo decir que Dios me ha bendecido, porque mis instrumentos llaman la atención de la gente por su calidad y el sonido. Que don Aldo cambiara la guitarra Manuel Contreras por la mía ya es mucho que decir”, afirmó.
Para los más jóvenes de estos tres constructores, sus planes a futuro están relacionados con la posibilidad de vender sus instrumentos a un mayor número de profesionales. Además, se plantean avanzar en el conocimiento de la construcción de guitarras, técnica que está cada vez más llena de tecnología, en evolución constante.