Después del montaje de
Es probable que nunca se vaya a dirimir la disputa entre quienes abogan por la innovación radical en las presentaciones del repertorio canónico de la ópera y quienes defienden la práctica histórica en las realizaciones de las obras clásicas del teatro lírico.
Si los innovadores acusan a los tradicionalistas de anticuados y reaccionarios, estos responden que aquellos son extravagantes e irreverentes y solo pretenden estar a la moda.
Quizás en el medio de ambos extremos, el grueso de los amantes de la ópera no busca más que la emoción de oír bellas voces cantar bellas melodías, sin importar demasiado de qué lado se inclina el tratamiento escénico.
Y pese a que el contexto político de la trama original no quedó muy comprensible en la adaptación, el libreto se considera un modelo de reducción dramática apta para el teatro lírico.
En lo musical, la partitura de Puccini envuelve la acción en una cadenciosa y continua torrente sonora, solo interrumpida cuando, para lucimiento de los cantantes, se da cabida a arias de melodías hermosas y emocionantes retos vocales, una formalidad imprescindible en el género operístico.
Bien que a partir del estreno romano, en 1900,
Con su porte imponente y voz amplia y templada, el barítono costarricense Fitzgerald Ramos encarnó de modo persuasivo el papel del sádico barón Scarpia, jefe de la policía monárquica.
Como Mario Cavaradossi, pintor de ideales republicanos, amante de Tosca y víctima del opresivo barón Scarpia, el tenor nacional Ernesto Rodríguez mostró voz potente y tersa, aunque su prestación ganaría con mayor delicadeza en el fraseo.
El señor Junco también cuidó con esmero la correspondencia contemporánea del mobiliario, utilería y demás aditamentos teatrales y su trabajo redundó en cuadros escénicos armoniosos y atractivos.
El diseño de luces de Telémaco Martínez dirigió la atención de los espectadores hacia los puntos relevantes de la acción dramática sin distracciones, aunque por momentos los cantantes quedaban algo fuera del foco de luz, quizá debido a que no se colocaban en el lugar apropiado. Los claroscuros y celajes del despuntar del alba en el último acto sugirieron los contrastes del clima emocional de la situación dramática.
Como director de escena, el mexicano José Medina respetó las indicaciones generales del libreto, pero sin introducir toques imaginativos propios que agregaran sutilezas a la conducta de los personajes y enriquecieran las relaciones que la trama establece entre ellos. La suya fue una labor rutinaria, más de guardia de tráfico que de director escénico.
Las arias de Tosca, Cavaradossi y Scarpia merecieron los aplausos entusiastas de los oyentes y, al final del espectáculo, la ovación se prolongó por largo rato.