Uno
Nadie que esté feliz escribe es el título del nuevo libro de Gustavo Solórzano-Alfaro. Digámoslo de una vez, estamos ante un libro de celebración de la vida que hay que leer. El título, a primera vista, parece una sentencia, sin embargo, conforme avanzamos en la lectura, nos percatamos que el libro parte de una paradoja: ¿es posible ser feliz y escribir?; la paradoja es doble: ¿se puede, acaso, no serlo y vivir?
A partir de este principio, Nadie que esté feliz escribe escarba la tierra de la nostalgia. El libro no se funde en un eterno presente o en un pasado añorado, más bien, todo se conjuga de otra forma, como si la felicidad fuera un verbo. Imaginen. Las fronteras que separan los tiempos verbales se difuminan. No existe más pasado, presente o futuro, quizá por eso, en su estructura, resultan artificiales las fronteras entre los géneros: poesía, ensayo, prosa; y el libro anda a sus anchas ya sea por el verso blanco, el verso libre, la prosa ensayística, el comentario, la nota al pie.
El texto sustenta una idea ontológica: ¿cuál es nuestro papel en el mundo? Es cierto que nos sentimos escindidos de la naturaleza, que ningún bicho que habita el planeta se parece a nosotros, y, más allá del material genético compartido, somos el único animal capaz de transformar su entorno y destruirlo hasta hacerlo inhabitable. Por eso creamos desde la fisura, inventamos la cultura y la civilización, pero nadie nos enseñó a ser felices.
Pensamos que no merecemos el amor o la alegría, que el mundo, por ser adverso a nosotros, debemos de enfrentarlo con violencia, así entendemos la creación: una forma de destrucción y no de ternura, ese es nuestro estar y ser en el mundo, nuestra Weltanschauung .
En uno de los textos, la voz narrativa remata, no sin cierta ironía, ¿No es acaso el sueño eterno/ fundirse con la naturaleza? ¿Ese es realmente el sueño eterno? ¿Será la muerte acaso eso? En otro texto también se nos habla sobre el fin de las cosas (…) cuando todo se acabe y vuelva a empezar/ cuando el mundo entero se derrumbe/ por fin . No obstante, lejos del patetismo secular de mucha de la poesía escrita en nuestro país, el libro va más allá e intenta abrirnos un camino a través de la ternura. Por eso, el fin no es el fin, es una forma de renacer, de construir, de volverse a colorar en el mundo desde otro lado.
Dos
El epígrafe de Mircea Cartarescu, que abre el libro, nos advierte que “la escritura no va de la mano de la riqueza y la felicidad”. No es de extrañar, entonces, que la voz que habla en el primer poema, Variaciones sobre el tema de Fausto , le pida a una Margarita con celular que lo abandone, aunque sea por unos segundos, para componer, desde la miseria, un par de versos memorables.
Desde este punto de vista, la escritura, más concretamente la poesía, obedece a un proceso racional, no a la inspiración. Escribir es un esfuerzo físico, una memoria corporal que se va nutriendo a lo largo del libro. La escritura, al igual que la vida cotidiana, consiste en una suma de acciones que nos mantienen a flote.
La vida cotidiana es una resistencia, en ella, todas las personas escarbamos, hacemos diligencias, buscamos, realizamos tareas de remodelación, colgamos plantas, taladramos, pintamos, eliminamos hormigueros, le damos de escobazos a enjambres de avispas, nos movemos, nos quedamos estáticos.
El cuerpo es nuestra memoria sobre el mundo, la cual se manifiesta por medio de lo que hacemos, parte de lo que hacemos es la escritura, la poesía, que se convierte en una lucha contra el tiempo, contra el óxido que los días le van ganando a nuestros huesos. Por eso, el interés del libro radica en la composición del lenguaje, sus minucias que se construyen desde las acciones cotidianas, cuerpo y lenguaje se entrelazan y acomodan al mundo, moldeándolo de nuevo.
La textura del lenguaje, su gramática, resulta fundamental en el libro, sobre todo la gramática del amor, la construcción de un sentimiento que se dice por medio de acciones y un lenguaje distinto: Mi esposa ha salido a trabajar. / Espero su llegada (…) Acaso sea ella la única línea que necesito. El amor, su gramática, una búsqueda que desemboca, también, en el mundo material, somos porque estamos: Mi amor está aquí, / en mis rodillas, en mis manos, / en esta espalda que levemente/ ya empieza a encorvarse .
Es cierto, como bien dice el libro, tanto el dolor, el amor o la felicidad dependen del idioma. Repito, nos encontramos ante un libro de celebración, de gozo de lo cotidiano, por eso su metáfora es la casa, el espacio donde se escancia el vino con la amada o se mide la memoria del mundo por la falta de respuestas en una biblioteca. El sitio donde somos, hacemos y estamos.
Aunque en varios textos de Nadie que esté feliz escribe se escriba desde la ausencia esta no necesariamente es dolosa. La escritura es ausencia, por medio de ella se intenta llenar el hueco del mundo con palabras, con las voces de nuestra historia. Y aún así, nuestra historia nada dice de nosotros.
Tres
La poesía, como toda literatura, es ficción. Uno de los mejores finales del libro dice así: Todos somos fantasmas/ rondamos las páginas de poemas irresueltos/ al igual que rondamos las páginas porno/ a altas horas de la noche/ como remedio para la vida .
Este libro es un viaje, un gran viaje, el cual concluimos sabiendo que, a fin de cuentas, una persona feliz también escribe.