Ocho personajes con textos. Una orquesta con dos músicos. Un pequeño escenario, casi desnudo, apenas con la utilería indispensable (incluyendo confeti).
A primera vista, así se ve el mundo de The Fantasticks .
La primera vez que el musical estrenó en Nueva York, lo hizo fuera de Broadway. El 3 de mayo de 1960 hizo su presentación en Sullivan Street Playhouse, un teatro ubicado en el distrito de Greenwich Village con capacidad para 152 personas.
Al día siguiente, el periódico The New York Times publicó la primera crítica desalentadora sobre la obra de dos actos: “Quizás por su naturaleza, The Fantasticks es la clase de cosa que pierde magia entre más perdura”.
En un giro irónico, Sullivan Street Playhouse presentó la agridulce historia de amor durante 42 años. El primer ciclo de vida de The Fantasticks alcanzó 17.162 presentaciones, sin pausa.
Fuera de Nueva York, ha sido producido en más de 67 países, por lo cual el texto original de Tom Jones ha sido traducido y adaptado a cada ellos.
A partir de este sábado 22 de agosto , los costarricenses tendrán oportunidad de disfrutar el pequeño musical.
El Teatro Espressivo estrenará, a las 8 p. m., Fantasticks –aquí prescindieron del The –, adaptación con arreglos musicales de Carlos Escalante y coreografías de Humberto Canessa.
Para dirigir el texto adaptado por María Bonilla, Espressivo le encargó la labor a Richard Clodfelter , un neoyorquino, que ha visitado el país anteriormente con su compañía de teatro TNT.
Dulzura. ¿Por qué The Fantasticks se convirtió en un éxito inesperado en Nueva York?
En un momento en el que Broadway deslumbraba con pomposos montajes, Tom Jones presentaba al público una historia de amor con moraleja, en la cual la sencillez era clave.
Pese a no tener grandes cuerpos de baile ni una ensordecedora orquesta, el público fue conquistado con los pequeños detalles del libreto: las lunas de cartón, el confeti repentino, la extraña y cómica personificación de temas más profundos.
“El encanto de esta obra es la simpleza. Narra una historia sencilla que toma con mucha seriedad su tema, pero que nunca se toma en serio a sí misma”, describió Clodfelter sobre el guion.
En tono ligero, el primer acto de Fantasticks describe rápidamente un amor juvenil: Luisa –interpretada por Susana Velasco– es una muchacha fantasiosa (y ligeramente ególatra), que mata el tiempo imaginando aventuras y encuentros románticos con su vecino, Matt.
Matt –encarnado por Fabián Arroyo– es un joven aplicado a los libros que abandona su introversión para pensar en Luisa y escribirle cursis versos de amor.
Similar a Romeo y Julieta , sus familias se oponen con ahínco a la relación. Sus respectivos padres –encarnados por Jonnie Obando y Erick Córdoba– han construido entre las dos casas un muro que separa a los jóvenes y oculta los jardines que cada progenitor cuida.
El muro –personificado por una silenciosa Daniela Valenciano– divide solo en apariencia a los amantes. La primera revelación es que, evidentemente, los jóvenes son astutos y se reúnen en la pared para susurrarse confesiones de amor.
Lo segundo es que sus padres saben de su enamoramiento y los apoyan en secreto.
“Estos padres son particulares. Son esos papás a quienes los hijos creen que están engañando cuando se portan mal, pero ellos saben la realidad”, cuenta Obando, quien actúa como el “estricto” procreador de Matt, Hucklebee.
Los supuestos contrincantes, a decir verdad, son amigos de muchos años y han elaborado en alianza un intrincado plan para reunir a sus hijos.
Usando psicología inversa y la ayuda –con precio— de un bandido llamado el Gallo (Winston Washington) logran al final de esta parte su cometido.
Corazones vacíos. El primer acto transcurre como cualquier otro cuento de hadas.
Acompañados por las dulces melodías de un piano y un arpa –a cargo de Alonso Saavedra y Gina Hidalgo, respectivamente–, Luisa y Matt cantan su idilio bajo la luz de la luna, arrullados por la falsa protección de la fantasía que han tejido a su alrededor sus manipuladores padres.
El encanto acaba en el segundo acto, cuando la obra finalmente articula las preguntas que hasta ahora no ha tenido oportunidad de plantear.
¿Pueden la luz de la luna y el encantador confeti maquillar para siempre los defectos de sus personajes? La ingenuidad de Luisa se transforma en inmadurez; la adoración de Matt se convierte en un arrebato de celos; la alianza de los padres se desarticula apenas descubren que, detrás de los muros, sus jardines tienen tantas diferencias como ellos mismos.
“En el primer acto, Luisa es muy ingenua, romántica. Todo es maravilloso. En el segundo acto, le pasan cosas feas, se tropieza, le hacen daño”, detalla la actriz Susana Velasco.
La tercera revelación de la historia no es tan dulce ni inocente como las juguetonas artimañas del primer acto. Al final, la moraleja del texto de Tom Jones es tan sencilla que solo necesita ocho actores, dos músicos y un escenario casi desnudo.
“El verdadero mensaje de la obra lo canta el Gallo: ‘sin tropiezos, el corazón es vacío’. Sin dolor, nunca sabremos lo que es la felicidad”, resume Clodfelter.