Corre 1948, en el país se ha desatado una guerra civil con la cual Costa Rica se escinde en dos: amigos, socios y parientes están con uno u otro bando. Teodorico Quirós no se inmiscuye directamente, pero, al igual que muchos, se refugia en su estudio y se dedica a crear. Entonces, el pintor capta con sus pinceles su entorno y, por primera vez, integra en sus pinturas a su núcleo familiar, el más cercano, el más íntimo. Sus trazos hacen surgir a María Ponce De la Guardia, su esposa desde hace poco, en retratos y figuras desnudas, también dirige su mirada artística a una serie de objetos domésticos. Después saldrán de esos pinceles pinturas de su hija Teo.
Su vida cotidiana la representa pintando el jardín, el patio, el corredor y, por fin, el interior de la casa, plasmado en una acuarela en la cual el objeto principal es la máquina de María. Aquella vieja máquina de coser que su esposa usaba a menudo, con la que tal vez se confeccionaron los vestidos que la artista Margarita Bertheau diseñó o que ella misma usaría en el viaje que emprendieron por Europa y en los que tantos éxitos artísticos que cosechó el artista Quirós.
En ese cuadro, la luz esplendorosa de un sol de verano entra a raudales por la puerta abierta desdibujando las losetas del piso, mientras la vieja máquina y la puerta hacen un fuerte contraste de claroscuro con las blancas y robustas paredes de adobe.
El pintor es cuidadoso con la perspectiva que acentúa hacia el corredor exterior; su máquina de coser –que va a ser el epicentro del cuadro– la coloca a la derecha, en un punto áureo del espacio pictórico, para lograr que el ojo del espectador la capte y vea como el objeto más importante de la composición. La acuarela sobre el papel blanco se torna transparente con zonas aguadas donde el agua deja su huella en manchas y en cambio otros espacios son muy planos.
Sello de Margarita Bertheau
Es interesante hacer hincapié en que el único otro cuadro en la pintura costarricense que tiene como objeto el tema de la costura y la máquina de coser, fue abordado tiempo después, en 1954, precisamente por la pintora Margarita Bertheau, quien se dedicó entre otras cosas, y por algunos años, a diseñar los vestuarios que utilizaban en las coreografías de una academia de ballet .

Ella trata este tema de un modo opuesto al de don Quico. Así como el cuadro de él está pletórico de luz y da una sensación de apertura, de libertad y de esperanza, la acuarela de la pintora es lúgubre, de espacios cerrados y colores grises, solamente con un único color rojo que pinta en parte del vestido de su tía Lolita, con lo cual logra que el ojo del espectador se dirija de primero hacia ese punto.
Obra autobiográfica en la que retrata parte de sus “demonios”, su yo interior y algunos de sus recuerdos más tristes. Este cuadro refleja los fantasmas de su pasado, sus padres aparecen juntos como recortados en un papel y de la pared emergen Mariquita, su antigua nana, y una sombra que bien puede ser la muerte.
La pintora retrata a su tía Lolita detrás de bambalinas fijando su mirada en la sombra, una de sus manos está extendida hacia arriba sosteniendo un lienzo y la otra hacia la máquina de coser zapatos de la que va surgiendo un texto: Mangusita, o sea Margarita, sí el nombre con el que la familia llama cariñosamente a Bertheau.
El cambio de don Quico
Otra diferencia en la comparación de las obras consiste en que en el cuadro de Teodorico Quirós no aparece ningún personaje; pareciera que la presencia humana se refleja en la calidez de aquellos corredores, en la puerta abierta y en la solitaria máquina de coser. Tal vez fue la atmósfera de guerra civil de 1948 la que logró que el artista Quirós se replegara a su hogar, que saliera menos a pintar los cuatro rincones de su tierra natal como acostumbraba hacerlo y se concentrara en su propio entorno, más íntimo, más protegido y menos peligroso.
Ese año introdujo un cambio en su temática y pintó poco: interiores, bocetos de María, una casa en la noche y un pequeño paisaje en Desamparados. Casi todas esas obras son acuarelas cuya técnica es de rápida ejecución.
Muchos años después, los recuerdos de aquella época vuelven a surgir..., pinta otra vez –esta vez al óleo– aquella máquina de la casa de Santo Domingo. Corren los años 60 y ya la casa se ha vendido. Lo pictórico va a tener más relevancia en este segundo cuadro que pinta de este tema, ya que el color se va a acentuar y el tratamiento que da a la superficie con pintura al óleo es más detallado, con más pinceladas y mayores contrastes de claro oscuro.

Acentúa también la línea de contorno en los filos de primer y segundo plano realzando la perspectiva, pero, esta vez, va a simplificar los detalles de la vieja máquina de coser y va a eliminar la puerta entreabierta logrando que la vista discurra hasta el fondo del espacio pictórico. Eso sí, conserva la impresión de que la luz –la luz de la época lluviosa– entra a raudales por la puerta; esta y la máquina son opuestas y hacen un contraste con aquellas gruesas y blancas paredes teñidas de penumbra.
El Museo de Arte Costarricense adquirió este óleo de la Máquina de coser en los años 80, desde entonces es uno de los temas de interiores más conocidos de este artista. Mientras que, en Panamá, escondida en una sala familiar, una pariente de doña María conserva como un íntimo tesoro la acuarela en la que don Quico había pintado de aquella máquina, muchos años antes en Santo Domingo de Heredia.