En algún lugar de la Costa Rica rural de 1948, la joven Marta pasa el tiempo encerrada en la sala de su casa. Aguarda las impredecibles visitas de Catalino –su esposo–. Al estar involucrado en la guerra civil, él se comporta de manera esquiva y paranoica.
LEA MÁS: Una mirada inédita al dolor de la guerra civil de 1948 toma la escena
Ella le reclama sus largas ausencias, pero el hombre apenas le presta atención. En medio de este trajín, Federico –combatiente, también– llega a la vivienda con objetivos más precisas y viola a Marta sin compasión.
Así se va tejiendo la vida de la mujer: un hombre que la agrede y otro que la ignora. En esta intermitencia, se construye la metáfora de una guerra paralela –de carácter doméstico– cuyas bajas no fueron necesariamente causadas por las balas.
Con este montaje , Los de Pluma – grupo de reciente creación – se lanza al ruedo con una propuesta basada en un texto original de Minor Hernández.
La Revolución del 48 es retratada en una de sus facetas menos expuestas: la tragedia de las compañeras y familias de los alzados en armas.
La estrategia narrativa de 1948 se fundamenta en el encuentro de dos universos opuestos, pero complementarios. Marta y Federico habitan en el mundo real, mientras que Catalino vaga por el reino de los espectros.
Sus palabras son los débiles ecos de las cartas que logró enviarle a su esposa antes de morir en combate. Esto explica la incapacidad de la pareja para comunicarse y el proceder errático de él.
El espectáculo aporta indicios claros para que el público entienda esta comunión de difuntos y vivos. Por ejemplo, Marta se frota el cuerpo –de forma desesperada– intentando sacarse algo de encima (o de adentro).
Los personajes masculinos se mantienen cerca sin percatarse de nada. Aunque los veamos juntos, cada uno habita en una dimensión propia.
La banda sonora atravesada por sonidos agudos y el ambiente en penumbras cargan de irrealidad la imagen.
Cerca del clímax, entendemos la gestos corporales de Marta. Está embarazada. La simiente de su agresor ha germinado en ella. La noticia es devastadora para Catalino, quien muere una segunda vez. Sin embargo, en un desenlace –amargo y dulce, al mismo tiempo– la pareja se reencuentra de camino hacia su último destino. Algo parecido a la felicidad se filtra en medio de tanto dolor.
En el apartado técnico, varios momentos de la función perdieron brillo por los cambios de luces a destiempo o por la iluminación repentina de espacios en los que no estaba accionando ningún integrante del elenco.
Prefiero sostener la hipótesis de una mano nerviosa en la consola antes de afirmar que el diseño de luces se pasó de experimental para caer en la simple ocurrencia. En todo caso, se vuelve urgente la necesidad de afinar o repensar este rubro.
1948 es un trabajo valioso. Amalgama el esfuerzo de un colectivo que hace sus primeras armas; plantea una dramaturgia ambiciosa; rescata –en el ámbito temático– un periodo histórico poco abordado en nuestro teatro y, finalmente, desarrolla una puesta capaz de elaborar imágenes perdurables y pasajes de intensidad dramática.
La corta duración del espectáculo (cuarenta minutos, aproximadamente) me dejó con ganas de ver más.
Espero que el emprendimiento de Los de Pluma se fortalezca y logre sostenerse en el futuro.
En Costa Rica, un grupo que sale a defender su propia dramaturgia no es lo más frecuente, pero sí debería ser lo más deseable. ¿O es que acaso puede construirse un pensamiento original a fuerza de repetir voces ajenas?
Dirección, iluminación y sonido: Manuel Calderón, Eymi García.
Dramaturgia y escenografía: Minor Hernández.
Producción: Los de Pluma.
Elenco: Mari Murakami, David Obando, Bruno Camacho.
Espacio: Casa Teatro.
Función: 9 de agosto de 2015.