Una escena de Der Rosenkavalier –que imita una serenata napolitana cantada en la distancia por un tenor italiano–, representa acaso el paradigma de una apasionante discusión: ¿Por qué es el tenor italiano el epítome de tantos juicios de valor, en ocasiones tan diametralmente opuestos?
Independientemente de la críptica y jovial ópera de Richard Strauss, el tenor italiano personaliza amor, arrojo, belleza y pasión. Sin embargo, al propio tiempo encarna estulticia, facilismo y tradiciones negativas. No está de más consignar la expresión máxima de la peyoración peninsular: en la propia Italia, cuando se pretende atribuir a una persona escasas virtudes intelectuales, se dice que posee testa di tenore .

Epítome del egocentrismo
Tradicionalmente, y durante al menos dos siglos, el tenor italiano cantó todo el repertorio de su cuerda en su lengua nativa. No le importó que el alemán Friedrich von Flotow hubiese compuesto la inmortal romanza de su personaje Lyonel ( Martha ) bajo el título original de Ach, so from! Al intérprete mediterráneo le importaban poco los cánones de respeto hacia la voluntad del compositor y, por ello, sigue cantando la romanza en su conocida versión italiana de M’appari tutt’amor .
El carácter egocéntrico del tenor italiano es de sobra conocido. Según su perspectiva, su lengua materna es la única apta para el arte del canto. El italiano es la lengua del amore , la dulzura y la morbidez. ¿Por qué molestarse, entonces, en aprender la correcta pronunciación de otras enojosas lenguas? Es casi imposible encontrar un tenor italiano que cante los personajes de Siegfrid o Lohengrin, y mucho menos que interprete los inmortales lieder de Schubert o Schumann, saturados de poesía, reflexión o academicismo. El divo prefiere –velis nolis– los macarrónicos acentos de Francesco Paolo Tosti, por sobre los románticos melismas de las orillas del Rin.
La innegable belleza de una voz diseñada para el amor
No obstante, en agudo contraste con esa admitida realidad, el tenor italiano continúa siendo el depositario de la llave de un extraño maramoradno . El divo es detentador exclusivo de la palabra mágica que franquea el acceso a un mundo de ensueño, de serenatas con mandolina a la luz de la Luna, o de cruce de espadas enfrentadas por el amor de una inalcanzable fémina. Al propio tiempo, nuestro héroe es poseedor de los secretos del gran maestro Nicola Porpora, que transforman la voz humana en voluptuosa caricia para el oído, sobre la base del célebre aperto ma coperto .
La voz del tenor italiano flota, en brazos de sus inconfundibles armónicos, hacia las estrellas que empalidecen ante una noche de luciérnagas. Su emisión equivale, imparcialmente, a lisonja cargada de sensualidad que fractura la resistencia femenina, como a punzante espada cuyo reverberante squillo alcanza los últimos rincones de las grandes salas de ópera. A manera de bonus, su técnica ––asentada en el apoyo diafragmático y en la emisión sul fiato ––, le permite contrastar los efectos sonoros. De tal suerte, su chiaroscuro es capaz de reflejar tanto la exultación sonora, como la melancolía aguzada del desafecto amoroso.
El tenore y la canzone
Por último, tenemos la especialidad lírica bajo la forma de la canzone napulitana . La romanza –que se sustenta en varios siglos dominados por Nápoles en la materia–, concluyó por resumir la identidad material del tenor italiano. La canción partenopea –prodigioso resumen de melodías de aventureros y pescadores–, tuvo en el tenore –desde siempre y para siempre–, al intérprete exquisito y completo.
Enrico Caruso, Beniamino Gigli, Tito Schipa, Franco Corelli o Luciano Pavarotti –bajo la luna de Posillipo en marechiare –, difundieron la canción napolitana por todo el orbe con el acompañamiento de accordioni , mandoline , colascioni , chitarre battente , triccheballache o zampogne . Empero, ninguno fue tan lejos en la perfección interpretativa del género como el inolvidable Giuseppe Di Stefano.
Un aria para el tenore italiano
Se ha dicho siempre que Richard Strauss, al intercalar una serenata de marcado acento mediterráneo en una ambientación dieciochesca de salón germano, pretendió perpetuar una burla sutil contra la especie zoológica denominada tenor italiano. La fórmula utilizada, una romanza que tiende a resonar en la lejanía, dio vida a Di rigori armato il seno , acaso la página más afortunada del compositor bávaro desde el punto de vista de la melodía.

Strauss, empero, no previó la posibilidad del efecto contrario, como al fin de cuentas ocurrió. El tenor italiano es un personaje sin nombre, llamado a comparecer en la redacción de un contrato de esponsales, ante un grupo humano que no le presta mayor atención. Tras una exposición de la melodía original, el tema es repetido por el innominado tenor italiano – Ein italienischer Sänger –, mientras se ve constantemente interrumpido por los desabridos gritos del barón Ochs y las fórmulas legales del Notario.
El discurrir melódico de la romanza respeta los cánones napolitanos, en claro contraste con la armonía straussiana que, si bien no refrenda la atonalidad de Salomé o de Elektra, es notoriamente de mayor riqueza y fantasía que la fórmula tradicional latina.
Alcances de un anatema que no quiso serlo
De conformidad con la actualización biográfica del compositor, no es aceptable afirmar que Richard Strauss pretendiera matizar de ironía la página más auténticamente lírica de esta creación operística. La inmensa admiración del autor hacia Italia y su folclor invalida biográficamente tan radical afirmación.
Di rigore armato , como episodio operístico, fue dotado de todos los requisitos necesarios para perpetrar un refinado anatema musical. La melodía ––empero, con la alianza de la belleza armónica y de la poesía––, rehusó ser cómplice del despropósito y concluyó por imponer su rango supremo e inapelable.
Der Rosenkavalier , ópera que pretendió girar alrededor de una gigantesca burla mozartiana, reclamó su favoritismo ante el gran público a partir de una célebre puesta en escena, de 1956. Bajo la conducción de un monstruo apellidado von Karajan, y con el concurso de Elisabeth Schwarzkopf –suprema Marschallin de la historia––, más un elenco integrado por Sena Jurinac, Anneliese Rothenberger y Otto Edelmann, la ópera registró una impecable versión fílmica. Veintiséis años más tarde –sobre el escenario del Met, y bajo la inteligente batuta de James Levine–, fue producida una de las más celebradas versiones de este singular Caballero de la rosa . Para tal ocasión, sus intérpretes fueron Kiri Te Kanawa, Judith Blegen, Tatiana Troyanos y Kurt Moll. ¿Y el Italianischer Sänger ? –se preguntarán ustedes–. Bueno…, no podía ser otro que Luciano Pavarotti, el apasionante tenor italiano, con su espectacular voz irrigada de virtudes y mínimas carencias.
Una curiosidad
Cuenta Luciano Pavarotti en el libro Pavarotti, My own story , del periodista americano William Wright, que al inicio de su carrera el director de un célebre sello discográfico le pidió interpretar el rol del Italianischer Sänger en la grabación del mismo. Pese a que consideraba un verdadero honor que la casa discográfica lo tomase en cuenta, el tenor modenés fijó el pago de sus emolumentos en una suma equivalente a la de cualquier rol verdiano o pucciniano. Era tal el interés del sello internacional en garantizar su presencia, que aceptaron pagar al divo la suma reclamada… ¡Por un rol que tan solo dura tres minutos!