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A la izquierda de esta capilla en San Martín de Santa Rosa, cantón de Oreamuno, el tajo abierto deja ver las coladas de lava que bajaron a lo largo de 10 kilómetros y sobre las que se establecieron muchos pueblos cartagineses. Foto: (Rafael Pacheco Granados)
Las erupciones del volcán conocido como Cumbre Vieja, en las Islas Canarias, España, son un reflejo de lo que en tiempos prehistóricos ocurrió en las faldas del volcán Irazú, Cartago, donde existen las más grandes coladas de lava que se conocen en nuestro país y unas de las más importantes de Centroamérica. Según los científicos, surgieron de fisuras de volcanes hoy extintos que tuvieron un gran potencial eruptivo, en una zona donde podría resurgir algún nuevo volcán.
En Santa Rosa de Oreamuno, distrito fundado en 1938, muchos habitantes desconocían hasta el 2011 que sus casas y las de pueblos aledaños están sobre lava, que hace miles de años surgió de cerros alineados al volcán Irazú, como el Nochebuena, el Gurdián, Dussan Quemados y el Pasquí. Al noreste del Pasquí hay una hondonada, conocida como La Olla, con una laguna desde la cual surgió una de las coladas que avanzó por más de siete kilómetros al oeste, hasta detenerse en Boquerón de Cipreses. Se le llama flujo occidental y surgió hace unos 57.000 años.
De acuerdo con el vulcanólogo Guillermo Alvarado Induni, además de esa corriente de lava, está otra llamada flujo oriental, geológicamente más joven, la cual surgió en varias emanaciones desde tres focos localizados cerca de la cuesta Los Quemados, donde está el cerro Pasquí. Esa colada avanzó a lo largo de 10 kilómetros al suroeste hasta llegar a donde hoy está el pueblo de Cervantes y algunos puntos de Paraíso.
El Pasquí es un volcán extinto que se encuentra a 2.554 metros sobre el nivel del mar. Desde ahí hubo erupciones cuando en nuestro territorio aún no vivían los primeros pobladores, cuyos indicios datan entre los 7.000 y 10.000 años A.C. Aunque desde hace mucho tiempo se conoce sobre esta serie de cráteres en el flanco sur del Irazú, Alvarado desentrañó en su libro Volcanes de Costa Rica, nuevos detalles sobre el origen de las coladas, con base en investigaciones propias y las de otros científicos, que permiten delimitar la colada de Cervantes gracias a visitas de campo, fotografías aéreas e imágenes de radar.
Vecinos sorprendidos
Al trascender nuevos datos sobre esos cerros, comenzaron a llegar más visitantes a Santa Rosa de Oreamuno, atraídos por esas formaciones geológicas y el paisaje, en una zona de tradición ganadera y agrícola, establecida sobre suelos abonados por ceniza volcánica y regados por abundantes lluvias, lo que genera cosechas durante todo el año.
José Sánchez Redondo, de 66 años, quien fue agricultor y luego funcionario de la Asociación Administradora del Sistema de Acueductos y Alcantarillados (Asada) de Santa Rosa, afirma que en ese distrito los caseríos de San Martín, San Gerardo, Santa Rosa y San isidro están sobre la parte alta de la franja rocosa, conocida como el flujo oriental y que tiene unos 16.900 años de haberse consolidado.
“Es algo que desconocían los primeros pobladores, que llegaron hace 120 años. Ellos, sin saberlo, levantaron sus viviendas sobre la propia colada Pasquí- Cervantes, para dedicarse a la producción de leche y bienes agrícolas que abastecen gran parte del país”, dijo Sánchez. El aumento en la afluencia turística se debe a que desde la cima, que es de fácil acceso, el paisaje permite ver desde cantones como Desamparados, Aserrí, Curridabat y La Unión, hasta Tucurrique y Pejibaye en el cantón de Jiménez, pasando por Cartago, Paraíso, Pacayas, Cervantes, Orosi y la represa de Cachí, entre otros sitios.
Para Héctor Mora Rodríguez, vecino de Santa Rosa, es sorprendente que después de tanto tiempo de vivir ahí, hasta hace poco se percataron de que el poblado está sobre grandes rocas volcánicas. “Uno no se imagina cómo bajó ese material desde tan largo, hasta llegar a Cervantes, si venían prendidas de fuego y cómo sonaría todo cuando bajaban las coladas, posiblemente como cuando un río viene cargado de piedras. Ahora es tierra muy fértil, tal vez por su misma naturaleza volcánica”, afirmó Mora, quien se dedica a la fontanería.
De acuerdo con José Sánchez, quien durante 40 años trabajó en esas tierras, era común encontrar piedras por todo lado a la hora de cultivar, hasta hace poco supo que el suelo está sobre la colada de Cervantes. A pesar de ese inconveniente, en el trayecto recorrido por el material volcánico abundan los cultivos de papas, cebollas, zanahoria, coliflor y otros.
Milenarias coladas de lava en Cartago
Desde el cerro Pasquí y alrededores bajaron toneladas de material al rojo vivo
FUENTE: GUILLERMO ALVARADO. || / LA NACIÓN.
Bloques de piedras por doquier
La colada de Cervantes tiene varias quebradas de escasa longitud que solo generan caudal en épocas de lluvias, debido a la elevada permeabilidad que quedó en el terreno. Tiene gran cantidad de bloques y está delimitada por ríos como el Paso Real, Páez, Birrís y el Reventazón, en su parte frontal.
Aunque se suele hablar de la colada de Cervantes como un único ente, en realidad se trata de al menos dos campos de lava independientes. El flujo que llegó a Cervantes presenta cráteres que podrían estar asociados con fisuras, así como otros de explosión freática. Tiene túneles de lava, uno de ellos expuesto en la localidad de Oratorio en Cipreses y el hundimiento o depresión del poblado de Titoral de Santa Rosa, que en el centro presenta una fisura por la que se filtra toda el agua de lluvia.
En esta última localidad, una empresa explota un tajo, lo que ha permitido ver gruesas capas de lava de diferente grosor, lo que según los vulcanólogos indica que hubo varias coladas que se posicionaron una encima de otra. El espesor de las coladas varía entre dos y 25 metros, pero hay puntos de 80 y hasta de 150 metros, algunos de los cuales fueron cubiertos por el cauce del río Reventazón. Esas mediciones se lograron hacer durante las perforaciones que hizo el Instituto Costarricense de Electricidad en la construcción de la represa de Cachí, entre 1963 y 1966.
En general, los frentes de las coladas son abruptos, con alturas entre siete y 25 metros, que discurren entre flujos entrelazados. Además, se observan varios cerros con cúmulos de lava.
La colada de oriente detuvo su recorrido al llegar al río Reventazón, rellenando su profundo cañón de al menos 100 metros de profundidad, para luego chocar contra el cerro Congo y sus estribaciones. El enfriamiento al contacto con las aguas contribuyó a su detención. A su paso, algunas localidades no fueron cubiertas, quedando como isletas rodeadas de lava (Kipukas), entre ellas Yas y Flor, en Santiago de Paraíso.
El informe científico detalla que tres factores suelen incidir en frenar al avance de la lava ardiente, una marcada reducción en el suministro desde la fuente, cambios topográficos fuertes durante el avance, o cambios en las propiedades de la lava como consecuencia de su enfriamiento.
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Actualmente, la lava negra, que se extrae de tajos, es una piedra porosa y oscura, muy usada para hacer tapias y cercas de fincas como las que se observan a los lados de la carretera entre Boquerón y Cervantes, así como en otras zonas cercanas. Esas tapias contienen el material que desde lo profundo salió a la superficie, como ocurre ahora en las Islas Canarias de España.
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Marco Madriz, camina entre coladas de lava milenarias que llegaron hasta Santiago de Paraíso Foto: Cortesía Martín Madriz Mata.
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Desde la cima del cerro Pasquí se aprecian los pueblos asentados en el recorrido de la correntada de lava, en primer plano, San Gerardo, distrito de Santa Rosa. Foto: (Rafael Pacheco Granados)
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Del cráter conocido como La Olla, al noreste del cerro Pasquí, hubo una colada de lava de siete kilómetros que llegó hasta Boquerón de Cipreses, Oreamuno. Foto: (Rafael Pacheco Granados)
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Esta cueva a un lado de la calle en Boquerón de Cipreses está formada por lava que bajó en tiempos prehistóricos desde las faldas del Irazú. Foto: (Rafael Pacheco Granados)
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En Cipreses de Oreamuno han aprovechado las piedras de lava para hacer kilométricos muros como estos, que llaman la atención de locales y turistas en las cercanías de la colada de Cervantes. Foto: (Rafael Pacheco Granados)