La tragedia sin precedentes que vive Filipinas hoy, remueve los sentimientos de cualquier ser humano. Más que una tormenta –la más devastadora que ha sufrido ese archipiélago y que oficialmente, su dimensión y capacidad destructiva es producto del cambio climático--, parece que un tsunami hubiera desolado ese popular y pobre pueblo, que por 300 años habló español, como nosotras, y a finales del siglo XIX pasó a ser propiedad de los Estados Unidos.
Llama la atención que mayoría de las historias de supervivencia que han dado a conocer los numerosos telenoticiarios internacionales que mandaron a sus periodistas a cubrir la tragedia, son de mujeres, aunque también hay de hombres, obviamente. Sin embargo, por la filiación y los vínculos de ellas con sus familias, sus historia son más desgarradoras. Muchas que vieron morir su familia entera y que debieron huir sin importar enterrar sus muertos. Huyeron porque ocupan agua dulce, comida, alojamiento, apoyo emocional para superar el trauma.
En este tipo de desastres, como pueden ser también las guerras, los terremotos o las caídas de gobierno de factos, lamentablemente, son de los momentos de mayor riesgo y peligro para mujeres y niñas, porque solemos ser botín de guerra, botín de devastación, siempre vistas como un objeto más, sea de explotación sexual, laboral o pasto del desenfreno masculino.
No por nada, el Tribunal Penal Internacional, en una lucha encabezada por la exjueza costarricense, Elizabeth Odio Benito, logró que las violaciones a mujeres en conflictos armados fueran consideradas crímenes de lesa humanidad, y algo similar debería considerarse en situaciones de tragedias naturales.
Poco se ha dado a conocer, ante la magnitud destructiva del huracán Haiyan, pero ya he leído y escuchado que muchas mujeres han sido violadas, ante el pillaje y la violencia desatada después del desastre. Así pasó en Haití, así fue en la guerra de Los Balcanes, así sucedió en las manifestaciones de la Primavera Árabe, donde escuché que unas 25 mujeres fueron violadas multitudinariamente, cada día de las manifestaciones y que ahora el país más peligroso para las mujeres árabes es, precisamente, Egipto. Y así está ocurriendo en Filipinas y las zonas afectadas, de acuerdo con algunas pocas noticias que han dado cuenta de de ello.
Sin embargo, de ello se habla poco; es un tema que no suele estar en la agenda periodística de los medios, lo que refuerza la impunidad... ¿Qué será, es parte de la “desgracia” de ser mujer? Quisiera ver más colegas hablando de ello, denunciando, presionando... Y más mujeres reclamando, alzando su voz, haciendo campañas...
No en vano, las mujeres indias organizadas y hasta partidos políticos están pidiendo la cabeza del director del Buró de Investigación Central (CBI), Ranjit Sniha quien se atrevió a decir en una mesa redonda organizada por el diario India Express, que si una mujer no puede evitar ser víctima de una violación, pues “que la disfrute”. Su “consejo” ha desatado la ira de las mujeres, en un país donde las noticias sobre asaltos sexuales son lamentablemente frecuentes, y el año pasado fue famoso el caso de una chica que murió, luego de una horripilante violación multitudinaria en un autobús .
Tal parece que, a pesar de los avances en igualdad ciudadana de las mujeres, irrumpir en el espacio público sigue siendo percibido por muchos hombres, como una afrenta y la mujer que se atreva a incumplir esa regla tácita no escrita –e impresa en la cultura a lo largo de más de 10.000 años--, merece un acto salvaje, cruel, degradante y “aleccionador”, como es un asalto sexual.