Es imposible no fascinarse con las hazañas de atletas en las olimpiadas o emocionarse con un gol de último minuto, que en una copa de fútbol lo define todo. Pero lo más interesante resulta ser como esa demostración de habilidad, fuerza y fe se parece a lo que enfrentamos en la vida misma.
Igual se espera, se nos exige o nos exigimos; lo mismo hay metas, desafíos, obstáculos y giros inesperados, porque no todo está escrito; también hay todo un camino que pocas veces es fácil, así como derrotas y victorias, unas u otras dependiendo del cristal con el que se mire; existen, asimismo, caídas y remontadas y una oportunidad y fuerza interior, que puede cambiar el curso de las cosas.
Todo lo que acontece en una carrera de segundos o en un partido de hasta 120 minutos es como el resumen de lo que nos pasa en la vida y la forma en que decidamos enfrentar la adversidad o la bonanza.
Lo que sucede es que, como en el deporte, nos acostumbramos a que solo la victoria tiene sentido, al menos la forma tradicional de definirla; a que únicamente la valentía cuenta, según también la manera convencional de considerarla; a que solo quienes tienen condiciones privilegiadas pueden triunfar; a que, para que alguien gane, tiene por fuerza que haber alguien que pierda; y a que las reglas y costumbres son intocables, incluso cuando no tienen sentido.
Pero de pronto viene una Simone Biles cansada de lo que el mundo espera de ella y decide que vale más su salud mental. Igual regresa cuando se siente lista y gana sin problemas una medalla. Es una de bronce y está feliz.
Mientras tanto, la brasileña Rebeca Andrade, nacida en una favela en condiciones económicas y sociales sumamente difíciles, logra en Tokio la primera medalla de plata en gimnasia, no solo para su país, sino también para Latinoamérica.
Los atletas Gianmarco Tamberi y Mutaz Essa Barshim, de Italia y Catar respectivamente, deciden compartir la medalla de oro en vez de disputar un desempate en el salto de altura, algo que no sucedía en unas justas olímpicas desde 1908.
Por su parte, la lanzadora de peso estadounidense Raven Saunders rompe las reglas y levanta los brazos en forma de X al recibir su medalla de plata para protestar en favor de las luchas del colectivo LGBTI, las personas que padecen de enfermedades mentales y las minorías negras, lo cual refleja también sus propias luchas personales.
Y las gimnastas alemanas deciden competir con ropa de cuerpo entero reabriendo el debate sobre la imagen de las atletas y de qué forma se sienten más cómodas compitiendo.
También hay quienes no logran medallas, pero tienen la voluntad y fuerza para superarse, logrando posiciones destacadas a nivel mundial, como sucedió con atletas costarricenses como Brisa Hennessy, Andrea Vargas y Kennet Tencio.
Lo importante al final es entender que dar lo mejor de sí y ser consecuente con ese sueño y, en especial consigo mismo o misma, no importa si es en el deporte o en la vida, siempre será una victoria, aunque el resultado final no sea el proyectado o lo que el mundo espera. Porque eso que al final suceda, no solo puede ser diferente, sino incluso mejor y por elección.
Como dice el escritor argentino Eduardo Sacheri en su novela El funcionamiento general del mundo: “uno no sabe cómo funciona el mundo. Nadie. Pero cuando uno juega a algo, a algo que le gusta, parecería que sí. Como si uno encontrase la clave para entender el funcionamiento de todo. De todo el mundo”.