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Foto del Papa Francisco, cuyo nombre secular es Jorge Mario Bergoglio, tomada en junio del 2016. (AFP/Shutterstock)
Ese dicho de que todos los caminos van a Roma parece ser muy cierto en mi caso. Luego de ser uno de los países que más cerrado estuvo por motivo de la pandemia, Italia poco a poco regresa a la vida normal. Por eso no lo pensé dos veces para decir que sí cuando me invitaron a un congreso sobre biodiversidad con la particularidad de que quienes invitaban eran i carabinieri, esa rama de las fuerzas armadas que no son la policía pero que también están a cargo de la protección civil, incluyendo la naturaleza.
Así me lo explicaba Luca, otro de los expositores invitados al congreso, mientras esperábamos sentados al Papa. Sí, con todo lo surrealista que puede sonar, el programa incluía al final una audiencia con el Papa Francisco en el Vaticano.
Y allí estábamos una mañana tranquila de sábado en una elegante sala con i carabinieri y todos los expositores al foro esperando al Papa.
A Luca le pasaba lo mismo que a mí: lejos de ser religiosos y en un contexto inusitado, nos sentíamos atraídos por ese Papa tan distinto, el de la encíclica Laudato Si, que habla del planeta como la casa común, una que tenemos muy descuidada, pero que muchos nos esforzamos en cuidar para el bienestar común también.
Habíamos llegado en buses casi a la misma Plaza de San Pedro. No importa si se ha estado antes ahí, ese momento cuando se divisa la cúpula de la basílica es sobrecogedor. No menos impactante fue subir las escalinatas de mármol, entre vitrales, bustos monumentales y la guardia suiza en cada puerta.
No éramos pocos, pero cada cual tenía su silla en esa sala de mármol puro y frescos renacentistas, a la expectativa de la entrada del anfitrión. Era un mayo inusual, ningún italiano recuerda cuando fue la última vez que hacía ese calor de casi 30 grados en plena primavera.
Sentía que me cocinaba a fuego lento porque hubiera sido impensable ir a ver al Papa de alguna forma descubierta, por lo que tuve que endosarme ese abrigo pesado, cubridor, de un tono sobrio que me salvó de morir de frío en el avión, pero que ahora solo deseaba dejar perdido en cualquier parte. Ni qué hablar de la mascarilla.
Los minutos pasaban y la expectativa crecía. Nos dieron las instrucciones. Todavía en plena pandemia, el Papa Francisco no solo no usaría mascarilla, sino que saludaría a cada quién sin mascarilla tampoco. ¿La razón? Realmente quería ver a cada persona, lo cual me pareció un acto de suma entrega de su parte.
Definitivamente estábamos ante un Papa distinto, probablemente el único más afín a ese humilde y también extraordinario Francisco de Asís, del cual tomó su nombre a secas, sin colocar números romanos en ninguna parte.
Luego de un tiempo que se hizo eterno, finalmente hizo su aparición entre aplausos el Papa Francisco. Lo llevaban en silla de ruedas y se le veía un poco cansado, su voz así lo delataba, pero siempre con esa gran sonrisa y lucidez con la que dio la bienvenida y agradeció el trabajo de los presentes en pro de la conservación.
Era tanta la gente que solo sabía que allí estaba el Papa porque podía escuchar su voz en medio de muchas cabezas. Con menos personas, una audiencia así se hubiera quedado solamente en un discurso, pero con esa influencia tan sorprendente que tienen i carabinieri, nos saludaría a todos.
Se iba por filas, cada una en su turno, aproximándose al Papa. La nuestra era la penúltima y conforme se acercaba el momento, sabíamos que sería algo inolvidable.
–¿Se le podrá decir algo?, le pregunté a Luca.
–¿Qué quieres decirle?, me respondió.
–No sé, agradecerle lo de ‘Laudato Si’*. Ningún Papa ha hecho algo así antes.
La fila se iba haciendo pequeña. Me indicaron prepararme cuando solo faltaba una persona. Para entonces ya se me había olvidado el calor. Y allí estaba frente a ese Papa tan distinto, con esa mirada amorosa extendiéndome la mano y mirándome a los ojos, prueba de que cosas extraordinarias pueden suceder en segundos.
No había tiempo de nada. Solo se me salió decirle en su misma lengua materna: “Un abrazo de Costa Rica”. Me miró sorprendido.
Había conectado con ese Papa arrojándome la potestad, además, de ser la representante de un país que ni siquiera estaba en la ecuación ese día.
Regresé a mi asiento con una sonrisa de esas que viajan desde el alma. Lo cierto es que en un periodo tan desafiante para el mundo, no hay duda de que hasta el mismo Papa necesita un abrazo.
* Laudato sí es una relectura del cántico de las criaturas de Francisco de Asís, y es, además, un grito de auxilio del Papa Francisco en nombre de la Iglesia, un grito a Dios y al hombre posmoderno a que cuide, proteja y haga un buen uso de los recursos de la madre Tierra.