Era la primera vez que un hombre iba a viajar a las estrellas, pero ¡diay!, el hombre se estaba orinando.
Quizá eran los nervios, el frío o la botella de agua que se había tomado hacía un par de horas. Da igual, el caso es que Yuri Gagarin -el inmortal ruso que orbitó la Tierra en 1961, que se convirtió en todo un héroe de la Unión Soviética y propinó con su hazaña un duro golpe al orgullo estadounidense-, ya no aguantaba las ganas.
Entonces recordó que no era Superman y debía hacer lo suyo. A tan solo minutos de llegar al cosmódromo de Baikonur -la más grande y antigua base espacial del mundo- y abordar la famosa la cápsula Vostok 1, Gagarín se bajó el zíper y descansó vaciando su vejiga.
Como sucede muchas veces en la ruta San José-Paquera -o cualquiera que dure más de 5 horas por carretera-, Gagarín se despojó de toda pena, le pegó al grito al chofer para que parara el bus y orinó justo en la rueda derecha del vehículo.
Ese fue, aunque muchos no lo crean, el singular y poco glamoroso preámbulo de una de las citas más importantes con la historia, una orinada que quedaría sellada para la posteridad. Desde entonces, sin excepción alguna, no existe cosmonauta ruso que no haga lo mismo antes de conquistar las alturas.
Incluso las mujeres cosmonautas, que no están obligadas a realizar el ritual, han adaptado conductos especiales para salpicar de orina la llanta. Se cree que es de buena suerte hacerlo, por lo que nadie se atreve a romper la tradición.
Tan importante es la práctica que el año pasado, cuando Rusia mostró al mundo un modelo de traje espacial más liviano y moderno, la tradición de la orinada terminó siendo una piedra en el zapato para los diseñadores. El traje presentado no tenía abertura en la zona genital, por lo que se vieron obligados a adaptar este “indispensable” requerimiento.
“Les aseguramos que ese traje espacial era solo uno de los prototipos y la versión final del traje espacial brindará la posibilidad de orinar sobre la llanta”, dijo a la BBC Sergei Pozdnyakov, el director general de la empresa diseñadora al ser presionado por los medios de prensa y los mismos cosmonautas.
¿Curioso? Pues sí. Pero lo más interesante es que no es la única tradición -para algunos superstición- que quienes exploran el espacio cumplen sin contemplaciones. Son científicos, se supone que no creen en nada que no sea medible o comprobable, pero en este caso todos sucumben.
Escuchar música romántica, jugar póquer la noche anterior, comer muchos huevos, ver una película o ser bendecidos por un sacerdote ortodoxo son algunas de esas tradiciones. A continuación un repaso por estos curiosos protocolos que aplican cosmonautas en Rusia.
Sembrar un arbolito
Antes de dar la orinada más famosa de la historia, Yuri Gagarin también sembró un árbol. Lo hizo en un lugar que hoy se conoce como la Avenida de los Cosmonautas, visita infaltable de los exploradores del espacio.
Esto dice la tradición: cada vez que un cosmonauta viaja por primera vez al espacio, debe ir a ese lugar y hacer lo mismo que Gagarin. No importa si es ruso, alemán, italiano o estadounidense, debe ir al lugar el día antes de despegar de la estación de Baikonur.
Es decir que un árbol ha sido plantado ahí por cada ser humano que ha volado a bordo de una nave espacial rusa o soviética, desde los inicios de la era espacial.
En consecuencia, para los nostálgicos, existe un árbol que recuerda a todos los que no han vuelto.
“Hoy caminé bajo árboles plantados por cosmonautas desde Gagarin. Me siento como en un cuento de hadas. ¡Buenas noches desde Baikonur!”, escribió en una bitácora Samantha Cristoforetti, astronauta quien en mayo del 2009 se convirtió en la primera mujer italiana y la tercera europea en viajar a la Estación Espacial Internacional.
Vía Twitter y en el sitio intervidia.com, Cristoforetti compartió varias fotos de su paseo por Avenida de los Cosmonautas y dichas imágenes llenaron de misticismo su inolvidable aventura.
Las canciones de amor
Yuri Gagarin, quien para día del despegue tenía 27 años de edad, no dudó en hacer una última petición antes de subir al espacio.
Ubicado en la cabina del Vostok 1, ya con las compuertas cerradas, el célebre cosmonauta contactó a la torre de control y dijo: -“por favor, me pueden poner un poco de música”-.
De inmediato, en su cabina, comenzaron a escucharse canciones de romance rusas. Gagarin, seguro pensando en su esposa Valentina Goryacheva, se relajó de inmediato.
Hoy en día pasa lo mismo en cabina. Sin embargo, la tripulación de cada vuelo es la que elige el playlist del momento y todos tratan de olvidarse de lo que está a punto de pasar. Disfrutan las canciones como si fueran las últimas que van a escuchar.
Además, antes de partir, una pieza que los cosmonautas rusos no pueden dejar de escuchar es Travá u doma (La hierba que crece junto a casa). Este tema lo ponen en el autobús que conduce a los viajeros a la estación de despegue y es algo así como un himno.
De hecho, en el 2009, la agencia espacial rusa la declaró “Himno de la navegación espacial rusa”.
La bendición de Cristo
Dicen por ahí que fe y ciencia no se llevan bien. Pero en el caso de los lanzamientos espaciales rusos, la teoría queda de lado.
Desde 1994, a petición del cosmonauta Aleksandr Viktorenko, un sacerdote ortodoxo hace un rito de bendición cristiana a la nave que está pronta a despegar y también a la tripulación.
En el 2016, incluso, hubo un acto religioso muy singular. Los restos humanos de San Serafín, un santo ortodoxo, fueron llevados al espacio por un cosmonauta, quien adhirió las reliquias a su pecho.
Los infaltables peluches
No solo son bonitos, también cumplen una función clave dentro del vuelo.
Lo cierto es que desde hace varias décadas decenas de peluches han acompañado a los astronautas en su aventura espacial. Esto aplica para los exploradores rusos y estadounidenses.
En muchos casos, como amuleto de la buena suerte o bien como un recuerdo familiar, son los hijos de los astronautas quienes eligen el juguete que sus padres llevarán a las alturas.
“Estos juguetes no solo sirven como mascotas, también sirven para un propósito serio: cuando los cohetes han terminado de quemarse y la Soyuz alcanza la órbita, los peluches flotan libremente indicando que los astronautas están en estado de ingravidez”, explicó la BBC.
En el caso de la nave espacial privada estadounidense Space X, que se lanzó en mayo pasado, el peluche protagonista fue un dragón de colores y lentejuelas.
Tiempo después del despegue del cohete, la plataforma del Space X puso a la venta una copia del dinosaurio. Se puede comprar por $25.
Noche de película
En Rusia, la noche anterior al lanzamiento de una misión espacial, los cosmonautas deben cumplir con dos tradiciones infaltables. Primero les cortan el pelo y luego se sientan a ver una película.
Lo que sucede es que no es cualquier filme. Siempre, sin excepción, se sientan a ver El sol blanco del desierto (1970), una cinta producida en la era soviética.
Entre la comedia, el drama y la acción, este icónico filme retrata la aventura de un soldado ruso (Fyodor Sukhov), que busca regresar a casa después de la guerra. Sin embargo, el pasado del muchacho no lo deja en paz y lo detiene a cada instante.
El sol blanco del desierto, de Vladimir Motyl, es una de las películas más respetadas en la cultura rusa y se ha convertido en una de las más célebres de todos los tiempos.
No se tiene claro por qué los cosmonautas rusos comenzaron a ver la película antes del lanzamiento. Se cree, simplemente, que es un asunto de puro nacionalismo.
Sin embargo, algunos medios aseguran que esta tradición comenzó en 1973, gracias a la tripulación de la Soyuz 12. Esta expedición fue la primera que volvió a salvo del espacio tras la trágica muerte de los tres astronautas de la Soyuz 11, en 1971. Se dice que antes de despegar los cosmonautas vieron esa cinta.
Firmar todo
Antes de partir al espacio exterior, es posible que a los exploradores rusos les duela la mano. Firman todo.
Lo primero que firman los cosmonautas es la puerta de la habitación en que pasaron la noche, antes de partir. Nadie puede borrar esas firmas y se conservan hasta que la puerta esté repleta de autógrafos.
Posteriormente la puerta es retirada al Museo de los Cosmonautas, que la guarda para siempre.
Adicionalmente, los viajeros firman un muro del museo de Baikonur y también el cohete en que volarán al espacio.
Esta última firma es importante, pues se estampa protocolariamente para que los exploradores espaciales aprueben la nave en que van a viajar.
Las monedas de la suerte
Por cábala o agüizote, los cosmonautas no ven el cohete en que viajarán, al menos cuando es transportado a la plataforma de lanzamiento.
Lo consideran de mala suerte, por lo que prefieren aguantarse la curiosidad.
Pero quienes sí lo hacen son los rusos fanáticos de los lanzamientos. El espectáculo también es apreciado por los familiares de los cosmonautas y los ingenieros que están involucrados en la misión.
Eso sí, no solo lo ven, también ‘bendicen’ la misión con monedas. Resulta que en Rusia los cohetes de lanzamiento son transportados hasta la plataforma de lanzamiento por una línea ferroviaria.
Cuando la locomotora empieza a mover la mole tecnológica, los espectadores comienzan a colocar monedas sobre la línea férrea y así se convierten en parte del glorioso evento.
El rito público, que pretende dotar de buena suerte a la misión, se extiende durante horas.
A lo privado
Y muchas más son las cábalas que, en la intimidad, los exploradores del espacio tienen antes de alzar vuelo.
No es para menos. Saben que al sonar los propulsores no hay marcha atrás y que el mundo que siempre conocieron no se va con ellos. En las alturas no habrá hijos, no habrá besos de buenas noches, ni camas tan cómodas como las de casa.
Con suerte volverán a disfrutar de todos esos pequeños grandes placeres, o quizá no. Lo saben bien y por eso nada de lo que hagan en tierra sobra, mucho menos una orinada.