Desde décadas antes de morir, José León Sánchez era la prueba viviente de que la vida supera –y por mucho– a las ficciones más osadas de los novelistas o guionistas. El drama, las acusaciones, las torturas, el encarcelamiento, la marginación, la superación, el éxito y hasta el anhelado reconocimiento no fueron giros para un personaje en blanco y negro bosquejado por una pluma o por las palabras en una computadora: todo le pasó a él, le dolió a él, lo marcó a él. Al protagonista de carne y hueso de esta historia de novela le quedaron cicatrices y, quizá por eso, el escritor se quitaba la camisa y las mostraba. José León Sánchez Alvarado fue muy real y es inolvidable.
A mediados de noviembre, se escribió el final de su vida excepcional: murió la tarde del 15 de noviembre, luego del cuarto paro cardiaco que afrontó en su camino y lo mantuvo hospitalizado durante dos semanas.
Siempre cargando con estigmas, el escritor maldito ya no lo era más. Había logrado consagrarse y convertirse en una leyenda en América Latina. Tenía décadas de ser el autor más leído de Costa Rica gracias a su doloroso y gran best seller La isla de los hombres solos, relato testimonial publicado en 1968 y construido con las historias de los prisioneros en el antiguo penal –e infierno– de isla San Lucas. José León fue uno de esos privados de libertad.
Salió de aquel presidio en 1969, pero pocos creían en la inocencia que él pregonaba. No obstante, México lo recibió calurosamente como a un grande.
En su natal Costa Rica lo acosó perennemente la sombra del Monstruo de la Basílica, mote con que lo bautizó la prensa en 1950 cuando se le inculpó por robar el 13 de mayo de 1950 a la Negrita, la estatuilla de la Virgen de los Ángeles, sustraer sus joyas y asesinar a uno de los guardas que custodiaban el templo que la resguardaba. Lo torturaron, lo persiguieron y lo recluyeron en San Lucas, luego de estar encerrado en la Penitenciaría Central, porque para el país aquel joven que fue abandonado por su madre y creció en orfanatos era un criminal peligroso.
Para verdades, el tiempo. En 1999, la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia lo absolvió del crimen a aquel que estuvo una tercera parte de su vida tras las rejas. “Con base en el principio In dubio pro reo, se le absuelve de toda pena y responsabilidad por los hechos que se le han venido atribuyendo, calificados como homicidio con ocasión de robo en perjuicio de la Basílica de la Virgen de los Ángeles y Manuel Solano Torres”, detalla la resolución.
Así que cuando Costa Rica lo coronó con el Premio Magón 2017, ya Sánchez Alvarado tenía 87 años y décadas de ser célebre en las letras en español y más allá. Ciertamente, La isla de los hombres solos fue un verdadero polvorín. Hay que recordar que fue el 5 de mayo de 1969 cuando la revista Life en Español lo catapultó con el reportaje “José León Sánchez, de malhechor y reo a escritor famoso”. Tanta fama es difícil de entender para una nación en que todo es chiquititico.
Su afamado relato le escocía a este pequeño país. En especial porque lo escribió un privado de libertad que apenas sabía leer y escribir cuando entró en San Lucas. Sin embargo, la palabra lo salvó. Descubrió la biblioteca de la cárcel y se le abrió un mundo nuevo, un oasis en el claustro infernal. La isla de los hombres solos la fue escribiendo con su puño y letra en las hojas de los sacos de cemento, que luego le ayudaban a mecanografiar.
Además, incomodaba a la llamada Suiza Centroamericana porque el libro “nace en un contexto de extrema violencia política, económica y social posterior a la guerra civil de 1948. Una violencia que no desapareció sino que se incrementó con la represión política contra los perdedores del conflicto militar y la acelerada modernización que experimentó Occidente después de la Segunda Guerra Mundial”, como escribió el periodista y especialista Carlos Cortés en un artículo sobre José León.
La obra ya tenía su propia senda: La isla de los hombres solos vendió tres millones de copias en 45 años, se adaptó al teatro, al cine y a la radio, se tradujo a múltiples idiomas y se convirtió en un referente de la literatura carcelaria. Circuló masivamente. Incluso, Roberto Gómez Bolaños (Chespirito) hizo una lectura con su humor del relato en su programa de televisión. Dio y da qué hablar.
Curiosamente, aquel “reo convicto” había ganado en la rama de cuento, en 1963, los Juegos Florales convocados por la Dirección General de Artes y Letras con el texto El poeta, el niño y el río. Menuda polémica se armó.
Luego, José León Sánchez siguió escribiendo, publicando y ganando reconocimientos, incluso nacionales. Otro libro, la novela Tenochtitlan: la última batalla de los aztecas –considerada su gran obra–, volvió a sacudir la industria editorial regional.
Si algo le enseñó su transitar al escritor, un hombre cuya timidez lo hacía parecer huraño –según justifican sus allegados–, fue a no callarse. Exigía su espacio con vehemencia y ninguna falsa modestia: luchó por el Magón, peleó por que se publicaran las noticias de sus logros y traducciones alrededor del mundo, insistió en cada una de las cosas que merecía. Cuando a uno le han quitado tanto, parece la única forma.
Su vida de novela se cerró; tuvo un epílogo con tequila, mariachis, buenos recuerdos e historias en su funeral. A Costa Rica aún le resta una deuda con José León: una biografía del tamaño de su leyenda.