El sonido que escuchan estos muchachos es eternamente nuevo.
Es un sonido ancestral, pero mutable; es el sonido de algo redondo repicando…
Es un balón lleno de balines, una esfera llena de convicción. Es un círculo que no se ve, sino que se persigue.
Es también el placer astuto de quienes creen, de quienes han pasado muchas tardes con ojos vendados y el nítido olor a caucho entre sus narices. Ni el repiqueteo de los mosquitos, ni los ladridos de la calle pueden detener este trillo imaginario marcado únicamente por el oído.
Este sonido es el de la bola que golpea la Selección Nacional de Fútbol de No Videntes; un grupo de muchachos que vive en un mundo de fe por el simple pero gran hecho de creer en lo que no se ve. Ellos creen en los gritos de la grada, en la fuerza de una patada, en la manera en que resuenan las voces y las piernas…
Ángel Flores, con tan solo dieciséis años, es uno de los miembros de esta selección. Él camina por una esquina de Santo Domingo de Heredia junto a don Róger, su padre, en busca de la cancha de fútbol 5 donde entrenará hoy el equipo.
El progenitor no tiene dudas de que ha llegado a la cancha de fútbol correcta: nueve muchachos, todos con vendas en los ojos, gritan “voy, voy” sin interrupciones, mientras corren con fuerza tras el sonido del balón. Ninguno pasa inadvertido.
Una vez que Ángel ha entrado al campo, aplaude con fuerza para ubicarse. Siente la dimensión de la cancha y la distancia entre las porterías.
Mientras tanto, un muchacho desconocido para el grupo permanece detrás de la malla que protege el campo. El desconocido se zambulle detrás de la portería para llegar hasta don Róger y preguntarle:
–¿Todos son ciegos?
–Bueno sí. Todos menos los porteros– le contesta don Róger.
–¿Y cómo hacen?
–Diay, es que la bola tiene unos balines chiquititos que suenan, entonces ellos siguen ese sonido. Por eso el público tiene que estar callado para que puedan escuchar la bola, más porque entre ellos se dicen “voy” cada vez que van a ir a marcar a un compañero. ¿Me explico?
El hombre se queda en silencio, como si estuviese procesando la información. Tras una ligera pausa, retoma la conversación.
–¿Y cómo hace el entrenador para verlos?
Don Róger suelta una ligera risa.
–No, no. Él sí ve. Es aquel de allá.
Don Róger señala a un lado de la cancha. Su dedo índice apunta a un hombre con gorra, de pantalón corto y con los brazos cruzados; un sujeto que cumple con todas las características del arquetipo de entrenador de fútbol.
Su nombre es Fernando Montero, un hombre de 29 años de mirada seria pero de muchas palabras. Su voz es potente y unidimensional: tiene la capacidad de expresar lamento, alegría y furia con un mismo tono. Con energía, posiciona a los jugadores en el campo.
Es llamativo verlos con una especie de antifaces y la explicación tiene todo el sentido: una de las normas del fútbol de no videntes es que todos los jugadores deben entrar al campo vendados porque cada persona tiene un nivel diferente de ceguera.
Uno de los futbolistas, llamado Gerald Morales, se acerca a saludar al entrenador. Él se voltea rápidamente para contestarle.
–Oiga, si yo me lo topo a usted con ese gorro en la calle cambio de acera– le dice Fernando en son de broma, después de chocar su mano y puño–, pero bueno, vaya, vaya adentro de una vez.
Una vez que Gerald se instala, uno de sus compañeros de equipo toma la bola. Se trata de Daniel Contreras, el capitán del equipo, quien luce mucho más relajado que el resto de jugadores.
Daniel conduce la bola con calma, mientras el resto de compañeros persigue el sonido de la bola. Los oídos están en gracia y escuchan cuando Daniel decide pasarle el balón a Argeni Álvarez, quien enreda su zapatilla con la malla de la cancha y tropieza. Finalmente, se golpea contra un poste.
“Bueno, Argeni. Espabílese”, le grita Fernando con seriedad. “No me vaya a desarmar la cancha”.
Argeni se recupera y escucha otra voz que grita “al centro, al centro”.
Esta voz que escucha no es la de Fernando; sino que es una voz femenina. Quien habla es Alison Zamora, la guía del equipo. Ella está detrás del marco rival, para que Argeni dirija el balón hacia donde se localiza su voz.
“Ábrase a su derecha, a toda velocidad. Dese la vuelta… ¡Dispare a la izquierda!”, le grita Alison.
Argeni capta el sonido y decide golpear la bola. El remate es fuerte y colocado. ¡Allí está! Los balines chocan contra la malla y aparece el hermoso sonido: la bola entra en el marco y todos corren hacia el centro de la cancha para felicitarse entre sí. No es poco lo que están haciendo.
Campeones de fe
En los últimos cinco años, esta imagen se ha repetido con frecuencia. Estos muchachos, quienes representan a la Selección Nacional de Fútbol No Vidente, entrenan para participar en los Juegos Mundiales para Ciegos más grandes en la historia del fútbol. En junio, se enfrentarán a Brasil, Inglaterra y Malí y representarán a América Central en una copa mundial de no videntes por primera vez en la historia.
Tras conseguir la clasificación en noviembre del 2017, la selección de no videntes no ha parado de entrenar.
De esta Selección el país empezó a hablar hace apenas un par de semanas, luego de que Taco Bell Costa Rica hiciera suya la cruzada de los futbolistas y expusiera su caso mediante una campaña que pronto se tornó viral. La cadena de restaurantes –reconocida por su política de inclusión para personas con discapacidad en su fuerza de trabajo– incluso ideó un combo “que nadie ve”, facilitando así a sus clientes hacer donaciones para concretar los sueños mundialistas.
Ellos pretenden que el mundo los conozca por su aptitud deportiva pero, sin darse cuenta, demuestran una poética paradoja: pueden convertir lo ordinario en extraordinario.
* * *
Fernando, el entrenador del equipo, está sentado en su casa, frente a cinco trofeos que ha ganado la selección. Él no mira los premios pero ni de reojo.
Para ser más exacto, él está recostado sobre el brasero de uno de los sillones. Se mira relajado, como si no estuviera a menos de dos meses de enfrentar un campeonato mundial de fútbol. Mantiene su actitud de hombros bajos, relajado.
Con su gorra inseparable, desliza su celular con el pulgar, hasta que el teléfono de la casa suena.
–Aló –dice Fernando– sí... siempre estamos para entreno a las seis. Sí… yo seguro me voy en moto. Si quiere la llevo…
Del otro lado del teléfono, se escucha la respuesta.
–Ok, voy a preguntar a ver qué me dice –responde una voz femenina.
–Sí, más bien ayudame a reclutar a tres para aquello… okey, nos vemos.
Fernando cuelga y, sin dejar de ver el celular, sigue hablando.
“Era Alison, la muchacha guía del equipo que vive aquí no más. Es que un local nos va a ayudar con un patrocinio entonces vamos a grabar un comercial y necesitamos a algunos de los jugadores”, dice el técnico. Fernando envía un par de mensajes más y deja el teléfono a un lado.
"Todólogo"
Desde la creación del equipo, Fernando ha lidiado con muchas asignaciones. Además de ser el entrenador, se convirtió rápidamente en un improvisado director comercial, organizador de reuniones, socio de contactos y todo lo que la selección requiera según las circunstancias. El fútbol de no videntes en Costa Rica comenzó como una hoja en blanco que él ha llenado durante casi seis años, y que recibe su entrega sin remuneración.
“Ahorita estoy yo con todo porque yo trabajo como profe y tengo muy poquitas clases entonces he tenido más tiempo de andar de reunión en reunión”, confiesa con la seriedad característica. “Es complicado porque todavía estamos buscando el dinero para poder asistir”.
El mundial de fútbol para no videntes, que se realizará en España entre el 7 y el 17 de junio, es una emoción que Fernando se toma con calma. Si bien, sus expectativas son altas para el certamen, aún faltan detalles presupuestarios que deben arreglarse en poco tiempo. La selección necesita recolectar ¢25 millones para solventar los gastos del viaje.
“En muy poco tiempo, a nivel futbolístico, hemos avanzado mucho. Nosotros somos el equipo a vencer en el área, pero no tenemos las condiciones que quisiéramos. Por ejemplo, nosotros llevamos casi seis años necesitando las vallas que se usan profesionalmente y las tenemos hasta hace quince días”, asegura el entrenador.
Fernando advierte que para el entrenamiento de ese día, en Santo Domingo, no se usarán esas vallas. La semana pasada, consiguieron que los administradores de una cancha en Coronado les permitieran guardar las vallas en sus instalaciones. La Selección Nacional de Fútbol de No Videntes no posee una cancha propia para entrenar y, desde que realizan cuatro entrenamientos semanales con miras al mundial, Fernando debe arreglar lugares alternos para las prácticas.
“En Coronado es muy caro pagar la cancha. No tenemos plata entonces hay que ver qué hacemos. Nosotros empezamos a practicar en Coronado porque uno de los muchachos era amigo de los administradores y yo pensé que nos la estaban dando gratis. Después, cambiaron la administración, nos dejaron guardar las vallas ahí y seguimos entrenando. Un día, nos escribe uno de los muchachos de la cancha para decirnos que se nos olvidó pagar. Yo me preguntaba ‘¿cómo? Si nosotros nunca hemos pagado’. Resulta que uno de nuestros muchachos pagaba a escondidas y eso no lo podemos sostener. Conseguimos una plata de un patrocinio y ahí entrenamos sábados y domingos hasta que llegue el mundial, porque una vez llegamos a un torneo internacional y nunca habíamos jugado con vallas y la cancha era más larga. Los jugadores quedaron perdidísimos y fundidos y no nos puede volver a pasar algo así”, recuerda Fernando.
“Es complicado porque ellos no pueden salir a entrenarse, salir a correr en la calle así no más. El problema también es que algunos necesitan ayuda económica y a veces no pueden llegar a entrenar porque no hay plata. A veces nos invitan a torneos pero no podemos ir porque no hay plata. Aún así, nosotros buscamos la manera de sostenernos porque creemos en esto”, agrega el entrenador con su tono serio.
* * *
Son las 11 a. m. y Michael Mora, uno de los jugadores de la selección, sabe que no llegará al entrenamiento.
Él está en el sillón de su casa, alistándose para salir. A pesar de que anda en carreras, no echa en su bulto tacos, balones ni medias deportivas, sino cuadernos, un juego de geometría y una llave maya que contiene una presentación de Educación Cívica.
En su computadora, guarda una copia de la presentación. “Guardado, documentos, cívica”, dice una voz entrecortada que sale de su laptop.
Para un oído común, las palabras que salen del ordenador son ininteligibles, pero para Michael, quien posee una escucha hiperdesarrollada, todo se entiende a la perfección. Su laptop y su celular poseen el programa Jaws que, con tan solo deslizar el dedo por la pantalla, comienza a narrar todo lo que ocurre en los dispositivos.
“Es difícil de entender, ¿verdad?”, dice Michael. “El teléfono dice: ‘abriendo, buscando, un mensaje nuevo en Whatsapp…’ como uno no lo ve, le cuenta todos los elementos y a uno le daría año nuevo si no pone más rápido el audio. Uno comienza a jugársela, sobre todo por las carreras del cole y el equipo”, asegura entre risas.
Michael divide sus días entre aulas y canchas. Tiene la particularidad de ser el miembro más nuevo en el equipo y el de mayor edad. Con 37 años, entrena al menos dos veces a la semana con la selección, cursa el cuarto año de secundaria, lleva clases de inglés conversacional y está aprendiendo braille.
Sentado frente a la computadora –que continúa exhalando unos parlamentos incomprensibles– Michael comienza a desahogarse.
“Yo estoy consciente de que si no tengo trabajo es porque no tengo ni la enseñanza básica”, dice con seguridad. “Si yo estoy desempleado, no es por mi condición visual sino porque quién me va a dar trabajo si no sé prender una compu, si no sé hablar inglés, si no tengo bachillerato…”.
Dramática historia
Hace tan solo cuatro años, Michael veía. La última tarde en que sus ojos observaron más que siluetas, luces y sombras fue cuando manejaba de camino a su trabajo. Un descontrol con otro auto provocó que Michael cerrara sus párpados ante un fuerte choque y, unos segundos después, por más que abría sus ojos, no podía ver. Una intermitente luz recibió a sus ojos desde ese día, para siempre.
“Yo trabajaba como supervisor de displays en Barreal de Heredia. Mis jefes no creían que por un accidente en carro iba a quedar ciego…”, recuerda Michael mientras se toma de las manos y baja su cabeza. “Yo andaba sin cinturón, salí volando por el parabrisas y me corté los dos ojos a la mitad…”.
El silencio llena de oscuridad la voz de Michael. Pareciera que en sus brazos aún cimbra el motor del auto, el asfalto caliente y la herida abierta. Él toma su dedo índice y señala a su ojo derecho con cuidado, como si aún se derramara sangre sobre su mejilla. “Este ojo es prótesis y el otro es mío, pero lo que se ven son luces y sombras”.
Michael vive en una casa de Moravia, con paredes de cemento. El tacón más puntiagudo resonaría con la misma fuerza que un zapato de goma en este piso de cerámica y una escalera en forma de espiral separa el cuarto de Michael con la sala de estar. Para alguien que pierde la vista, no sería tarea sencilla adaptarse.
“Yo caí en depresión a raíz del accidente. A las seis de la mañana, yo ya estaba listo, sentado, bañado, comido y me decía: ‘ish, me faltan dieciocho horas para que me dé sueño. ¿Qué voy a hacer todo este rato? Me voy a volver loco’, y me puse a acordarme cuando mis hermanas me decían que estudiara. Yo les decía: ‘tengo tres trabajos y una hija. No puedo estudiar. ¿Con qué tiempo?...’”, rememora.
“Luego estaba yo aquí, ciego, con mis amigos desaparecidos, con 33 años pero en modo viejito… Al verme sentado en una banca esperando que fueran las seis de la tarde para oír las noticias, me pregunté: ¿y ahora qué tengo? Lo único que tengo es tiempo. Si no estudio, soy la persona más pura paja del mundo”.
Michael planeaba concentrarse únicamente en sus estudios hasta que recibió una llamada hace seis meses. Daniel Contreras, el capitán del equipo, le ofreció un puesto en el equipo.
“Mmm, ¿vos sabés que es la tercera vez que me ofrecen entrar?”, le contestó Michael a Daniel.
“¿En serio? ¿Y por qué no se ha metido? Llegue, ruede, tal vez le sirve para ubicarse”, le dijo el capitán.
La promesa fue cumplida para Michael. Su sentido de ubicación ha mejorado desde que practica fútbol e incluso lo ha animado a usar el bastón. Su boca se llena de luz cuando habla sobre el equipo, aunque en sus primeros entrenamientos dudó de sus capacidades.
“Yo estuve a punto de irme. El primer día me rompí la boca porque no dije ‘voy’ y choqué con un compañero. Los labios rotos, una ceja golpeada, las espinillas despedazadas… Fernando me dijo que no me aburriera, que así es el principio y, pues, no soy el más bueno pero lo hago con mucha entrega. Se me para el pelo de saber que voy a representar el país. Soy parte del 0,2% de la población que asiste a una copa del mundo y, aunque soy defensa, mi meta es meter dos goles. Me cuesta mucho, pero se me eriza la piel de solo pensarlo”, dice con confianza.
Para Michael, si Beethoven componía sinfonías con sordera, él puede hacer unos dos golazos.
* * *
Ha terminado el entrenamiento y Erickson Araya corrió la misma suerte que tuvo Michael en su primer día: su cara está llena de sangre, y no parece ceder si no aparece una aguja e hilo médico.
En una disputa por el balón, Erickson olvidó gritar “voy” y chocó contra uno de sus compañeros. La venda de sus ojos no cubrió su ceja, así que el diluvio de sangre fue inevitable.
Alison interrumpe la hemorragia con un paño mientras Erickson se lamenta en uno de los poyos de la cancha de fútbol 5. Fernando se acerca a Erickson, se quita la gorra y le golpea la espalda.
–Vamos a hablar en el camerino. ¿Sí aguanta la habladilla? Va a durar como unas tres horas –bromea el entrenador. Erickson asiente con la cabeza varias veces.
El equipo completo entra a los baños del fútbol 5 y Fernando comienza a charlar sobre la agenda del equipo para esta semana. Él habla mientras todos se cambian su ropa deportiva.
Cualquier persona que entre en este momento a los vestidores podría pensar que no se trata de un equipo de no videntes. Todos se mudan en tres minutos, envían mensajes por Whatsapp y se ponen de acuerdo para tomar buses de regreso a sus casas.
Durante la charla, se repite lo lógico: “la meta es de todos y depende de todos”, dice Fernando.
Con el éxito de la selección llegan a las mentes de los jugadores otros propósitos para la población no vidente del país: una liga profesional, academias para la niñez, una selección nacional femenina, ligas menores…
En el discurso de despedida de Fernando, todos los jugadores asienten. Creen en lo que su técnico les dice. No necesitan mirar su cara ni saber que sus ojos brillan para confiar en él. No hay espacio para la duda: la vida de estos muchachos ocurre en un mundo de fe.
Para realizar donaciones a la Selección Nacional de Fútbol de No Videntes puede depositar en las siguientes cuentas del Banco de Costa Rica:
Cuenta en colones. Cuenta corriente: 200-01-208-154834-4. Cuenta cliente: 15120820011548346.
Cuenta en dólares. Cuenta corriente: 200-02-000-733811-8. Cuenta cliente: 15100020027338118.
También puede hacer su donación en los Restaurantes Taco Bell.