Aló, buenos días. Sí señora, ¿cómo le va? Muy bien. Ajá, ah, le gustó la muchacha, qué dicha. Muy honradita, esas palabras suyas valen mucho para mí. Ah, bueno, muchas gracias, que Dios la bendiga...
El primer timbrazo se da cuando la grabadora marca 1 minuto y 11 segundos de conversación. Sonará varias veces más, unas siete u ocho en dos horas, y las rodillas casi octogenarias de Vilma Quirós Alfaro la llevarán hasta el teléfono sin chistar.
Doña Vilma es el equivalente de una casamentera en el mundo de las empleadas domésticas: la llaman las muchachas y las patronas, y ella las empareja. Es como un portal de citas por Internet, pero en la cabeza de una señora que cumplirá 80 años en octubre.
Afuera esperan sentadas, en una banca de madera, tres mujeres. Si la Asociación de Trabajadoras Domésticas (Astradomes) funciona como centro neurálgico de la lucha gremial de ese sector, esta casita de dos cuartos en Santa Lucía de Barva de Heredia hace de confesionario y de bolsa de empleo. Más tarde, hablarán como amigas íntimas, una sacará galletas y otra lavará los platos.
Aló, señora. Isabelita, llámeme más tarde. Yo creo que mi hijo va a ocupar una en Alajuela, voy a hablar con él. Llámeme en la tarde...
El negocito empezó en 1990. Doña Vilma se vino para el Valle Central a cuidar a un nieto y, tras varias noches de atender también a los hijos de una amiga llamada Nuria, esta le preguntó si sabía “de alguien”.
Entonces llegó la primera de las hijas de Rosario, su vecina allá en Guanacaste, a trabajar con Nuria. La señora “regó la bola” y, al tiempo, las seis hijas de Rosario estaban con empleo. En ese entonces, doña Vilma no cobraba comisión; eso fue hasta después.
Con la mente impecablemente lúcida, la dueña de la agencia de empleo La Guadalupana enumera las cosas de las que se siente orgullosa: 1) nunca ha puesto un anuncio, 2) el papel del Ministerio de Hacienda que certifica que ella tributa, 3) su clientela “de años”, 4) sus hijos y nietos, y 5) su cabeza que hace de computadora.
Aló, para servirle. Sí, mi amor, llámeme después de almuerzo; yo le ayudo con mucho gusto. ¿Qué papeles tiene usted? Ah, bueno, tiene cédula. Ah no, tiene que tener cédula de residencia o los papeles en trámite, récord de policía autenticado y hoja de delincuencia, para que le puedan ayudar con el permiso.
Doña Vilma mantiene dos docenas de sobres de manila al lado del teléfono, uno por cada muchacha, rotulados y con copias de los papeles adentro. Así, cuando llama una cliente, ella busca ahí.
Esa tarde, llegó Roxana Rivera, “cliente desde siempre”, y doña Vilma llamó a Flor, quien esperaba en la banca.
Al final, las dos pactaron. La muchacha comienza la siguiente semana y, como es usual en todos los tratos, hay garantía: si la relación no funciona, Quirós se la cambia por otra a la patrona.
Aló, señora. Sí, ¿cómo le va? Bien gracias a Dios. Para su hija... ¿Para cuál?, ah, para la mayor. Ya ella había venido... Sí, voy a buscarle...