Es un día triste en Roma. Millones de personas alrededor del mundo siguen el funeral de Juan Pablo II por televisión, lloran y rezan aturdidos frente a la pantalla chica.
La madre de Fabrizio Acquafresca, un maestro internacional del repujado y cincelado, es una mujer piadosa. Desde su casa, en la bella Florencia, sigue compungida el último adiós al querido Papa viajero, efectuado el 8 de abril del 2005.
“Esa tarde la visité y la vi sentada frente al televisor. Estaba muy concentrada y me senté a acompañarla", narró Acquafresca.
Todo normal, hasta ahí, porque de pronto Fabrizio notó algo que llamó poderosamente su atención. Vio a un sacerdote entrar en la procesión fúnebre cargando algo realmente especial.
“Mama, mama...ese trabajo es mío, yo lo hice”, gritó Acquafresca señalando emocionado la elaborada tapa del evangelario, el libro que recoge los textos evangélicos que se leerían en la ceremonia.
Acquafresca no lo podía creer. Y aunque de su madre solo recibió un “sssssssshhhh, quieto, haz silencio”, para il maestro Acquafresca aquello era algo enorme.
Desde entonces muchas cosas importantes han pasado en la vida de Acquafresca. Este reconocido artista –representante de la décimo séptima generación de una familia dedicada al repujado y cincelado florentino–, ha elaborado otros evangelarios usados por el Papa Francisco y Benedicto XVI, ha viajado por el mundo impartiendo talleres y vendido sus obras a celebridades como Bono, vocalista de U2.
Pero eso es nada. Sin duda, la obra más importante de su vida la iba a repujar Fabrizio en la “desconocida” Costa Rica, a 9.700 kilómetros de su amada Italia.
Se trata de una obra muy singular, cincelada por el amor.
Una metaformosis a la tica
En la exuberante y verde Costa Rica, Fabrizio Acquafresca experimentó una sorprendente y radical metamorfosis.
Como una revoltosa mariposa; tal cual.
Ante la mirada de una tica que caminaba a su lado y que de a poco se estaba robando su corazón, una juguetona mariposa Monarca se posó en uno de sus hombros.
“Fue en La Paz Waterfall Gardens. No lo podía creer, yo nunca había experimentado esto. Era como una pequeña mascota aquel insecto, se paró en mi camisa y de pronto sentí que un nuevo mundo se abría para mi. Fue fantástico, sentí una conexión especial”, recordó conmovido Acquafresca.
Acquafresca reconoce que, antes de aquel episodio, estar en Costa Rica le causaba una inmensa ansiedad. Mejor dicho, casi no lo soportaba.
“Siempre fui un hombre muy citadino. Tanto verde, tanta vegetación, me causaba un gran impacto. Era extraño. No me sentía bien, me ahogaba", reveló el artista.
Pero, claro, no era precisamente por masoquista que a Fabrizio se le había hecho habitual visitar Costa Rica.
"Había algo que me atraía acá, Andrea (Castillo), ella era la que equilibraba todo. Costa Rica me causaba ansiedad, pero por el otro lado estaba ella y bueno, tenía que venir”, comenta con ojos enamorados.
El caso es que aquella inocente mariposa comenzó a significar mucho en su vida. Ese día, Acquafresca renació por completo en un país del que ahora sufre cuando se tiene que ir, revolucionó el estilo tradicional de su arte y de paso reconoció en Andrea a su socia pero sobre todo a su inspiración y futura esposa.
Es así que un 13 de mayo del 2017, en la Iglesia Santi Apostoli, de la bella Florencia, la pareja tico-italiana se dio el sí para siempre.
“Fue un día maravilloso aquel, una fiesta inolvidable", coinciden ambos. Pero motivado por aquel aquel recuerdo Fabrizio tiene algo más que agregar.
“La aparición de Andrea fue una gran sorpresa en mi vida. Yo un hombre acostumbrado a vivir solo y simple, jamás había pensado en casarme, de vivir en otro país. Tuve mucho miedo de todo esto, pero aquí estoy, feliz. Todo cambió para mi, por completo”, agregó ilusionado desde su casa-taller, en el tranquilo pueblo de San Joaquín de Flores, en Heredia.
Hablemos de Andrea
Joaquineña de toda la vida, Andrea es farmaceútica de profesión.
Sin embargo, un día de tantos sintió la espinita de convertirse en orfebre y cambiar el rumbo de su vida para siempre.
“Una vez mi mejor amiga me trajo un collar de Japón, con un cierre muy particular, pues permitía convertirse en brazalete. Me interesó mucho como se construía algo así, entonces decidí meterme a un curso de hacer joyería", recordó.
“Desde la primera clase fue amor a primera vista con el metal. Por eso estuve varios años trabajando en farmacia y aprendiendo de manera paralela. Tanto me gustó que llegué a dudar si seguir con mi trabajo normal o dedicarme por completo a la joyería”, agregó.
Pero, curiosamente, el diagnóstico de una condición de salud terminó inclinando la balanza. Andrea es celiaca y las características de sus labores farmacéuticas no le permitían alimentarse bien.
“Es fue el último empujón para decidirme", confesó.
Pero la historia, muy pronto, se iba a llenar de nuevos matices. Un compañero de su curso de joyería comenzó a subir algunos post de un tal Fabrizio Aquafresca, cuyos trabajos artísticos eran de otro nivel.
“Yo andaba buscando referentes. Vi el trabajo de él y noté que era muy diferente. Otra cosa, definitivamente", recuerda.
Y sí, he aquí el inicio de su historia de amor: Andrea decidió escribirle por Facebook.
“Y bueno, me llegó el mensaje. Chequié su foto. Y simplemente le contesté. Sin ninguna doble intención, ehhh...”, recordó Fabrizio.
Un paréntesis aquí. Fabrizio asegura que Andrea no le gustó de entrada, pero ella duda de esta versión. De hecho, sus actuaciones a posteriori parecen delatarlo terriblemente.
“Esas son las dos versiones de la historia. Es que mira, Fabrizio comenzó a escribirme todo el tiempo, a cada rato, y yo pensé, ¿porqué me escribe tanto?. Era extraño”, comenta la tica entre risas.
Pero al otro lado Fabrizio se defiende: “Yo más bien pienso que la que me escribía mucho era ella (risas)”.
Pero más allá de los mensajes y los intereses cibernéticos, el caso es que el destino iba a jugar a a favor de ambos. A Fabrizio le ofrecieron hacer un taller en Costa Rica y la oportunidad para el encuentro, cara a cara, había llegado.
Pero eso sí, este amor no se iba a concretar fácil.
“La invité al taller y no quiso, no le interesaba mucho”, recordó Acquafresca decepcionado.
Pero de inmediato Andrea justifica su actitud: “Es que en aquel entonces yo todavía tenía trabajo fijo y no sabía si iba a tener tiempo de ir. Pero bueno, al final decidí aceptar, pensando en que poco a poco tenía que irme desligando de la farmacia".
Luego Acquafresca inició el cortejo. La invitó a tomar una cerveza por cuatro días seguidos, recibiendo siempre un NO por respuesta.
Al parecer la cosa no iba bien, hasta que de pronto surgió un halo de esperanza.
El último día del taller fue la misma Andrea la que lo invitó a salir a él.
“La verdad es que me sentía una mala tica, una mala anfitriona. Entonces le invité a ver los repujados de la Basílica de Los Ángeles, en Cartago”, dijo Andrea entre risas.
Y de ahí para adelante la relación comenzó a caminar. Tiempo después se hicieron novios y vinieron años de un amor de lejos –por Skype– que encontraba desahogo cuando se veían en Italia, algunas veces en Estados Unidos y otras en Costa Rica.
Hablándose solo en inglés –pues a esa altura ninguno de los dos dominaba el idioma del otro–, poco a poco la mariposa comenzó a salir de la pupa. La creatividad echó a volar, las ideas de negocio a concretarse y el compromiso mutuo a crecer.
“Ya no queríamos estar así, siempre viéndonos de lejos. Yo amo a Andrea, me gusta pasar tiempo con ella y esta situación terminó por cansarme un poco. Ya queríamos estar juntos. Le pedí matrimonio y decidimos casarnos”, recordó Fabrizio.
Lo hicieron por la Iglesia, “porque como buena joaquineña el enlace debía ser así”, reconoció Andrea, quien solo puso una condición más para la boda: no separarse por completo de Costa Rica.
Por eso los Acquafresca, como lo hacen la aves migratorias, huyen del frío del invierno y abrazan su terruño con cariño. Acordaron vivir cinco meses en Costa Rica, cinco en Florencia y dos meses en Estados Unidos, donde su trabajo es valorado intensamente.
De hecho el lujoso hotel The Broadmoor, en Colorado Springs, es punto de venta de las marcas Acquafresca Firenze, de Fabrizio, y Jewel Lab, de Andrea, que gracias a su singular unión comenzaron a andar muy de la mano, tal como sus inescrutables destinos.
Un arte de dos
Si usted visita al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, fíjese muy bien, porque el apellido Aqcuafresca luce en uno de sus escaparates.
Una especie de rifles, con el cincelado de los antepasados de Fabrizio, luce en la Gran Manzana como prueba de la tradición centenaria del artista. Las obras, específicamente, datan de los años 1600, es decir más de 400 años atrás.
Pero a pesar del respeto y orgullo visceral que Fabrizio siente por sus antepasados, la metamorfosis ocurrida en Costa Rica hizo que el artista rompiera un poco el estilo tradicional y experimentara con diseños y piezas innovadoras.
Y por supuesto, en esta nueva etapa, Fabrizio no iba olvidarse de la mariposa. Inspirándose en la naturaleza tica-aquella que tanto le incomodó al principio-, creó la línea de brazaletes The Butterfly Collection.
En plata y oro, utilizando la técnica milenaria del cincelado y repujado, las piezas son nombradas con nombres de mujeres y representan a una especie en específico. En Estados Unidos, estas obras podrían alcanzar precios de hasta $4.000, pero otras son menos costosas.
“(The Butterfly Collection) es una analogía del cambio y la evolución en el tiempo que durante mucho tiempo inspiró a Il Maestro Acquafresca. En su arte, Acquafresca explora la belleza, así como la fragilidad y sensibilidad de la mariposa como características esenciales con las que se identifica tanto como artista y como ser humano”, detalla la descripción de su colección.
Pero no iba a ser el único insecto que Acquafresca utilizaría para crear. Flores, escarabajos y tortugas de nuestra tierra, también alimentan otras colecciones de anillos, copas y más.
Con Jewel Lab, Andrea no se le queda atrás a Fabrizio. Sus creaciones de joyería ya han llamado la atención de la revista estadounidense Vogue, que le dedicó un par en sus páginas, y también se venden muy bien en Estados Unidos.
Lo interesante es que Andrea, en paralelismo con lo que hace su esposo, se inspira en las texturas de la bella región de Toscana, Italia. Es decir, intercambian sus orígenes para crear.
“Muchas veces sucede que uno se acostumbra tanto al entorno, que no ve la belleza que existe. Fabrizio lo nota en la naturaleza, yo en texturas de puertas y edificios antiguos de la ciudad donde el proviene”, explicó la costarricense.
En esa línea, una de sus colecciones más importantes es Tuscany. Plata, diamantes y oro se funden en piezas de fina confección entre los que destacan brazaletes, anillos y hasta pendientes.
“Esto para mi es una gran pasión. Hago joyería aplicando todo el expertise de química y ciencia que aprendí como farmacéutica. Al final trabajas con elementos, puntos de fusión y con muchos aspectos de ciencia”, agregó la tica.
Pero lo más inspirador de este matrimonio artistas es cuando se colaboran. Andrea, por ejemplo, ha asesorado a su esposo en el manejo del oro para algunas de sus piezas e iluminado su proceso creativo.
“A nivel de diseño traté de que las piezas fueron más modernas. El estilo tradicional florentino es bellísimo, pero es tan antiguo que quizá en Italia innovar no es tan común. Uno como latina puede ser más intrépida y traer la belleza de su técnica a este tiempo”, explicó Andrea.
Una misión, un destino
Desde niño, Fabrizio recuerda que sus colegas florentinos fueron un poco celosos con enseñar y compartir su arte.
“Todos tenían miedo de hacerlo. Me pasó en la fábrica donde trabajé, con la única fortuna que allí trabajaba mi tío. Pero de todas maneras no fue simple aprender”, recordó Acquafresca.
Nunca estuvo de acuerdo con eso. Por eso Fabrizio, como una especie de revancha, desde hace tiempo comparte con el mundo todo su conocimiento.
“Cuando yo sea grande lo voy a enseñar”, se dijo el artista en aquel entonces.
Estos viajes, que son constantes durante todo el año, fueron los mismos que felizmente la llevaron a conocer a Andrea.
“Me dijeron es en Costa Rica el taller. Para mi Costa Rica, Venezuela, Argentina, todo era lo mismo. En mi imaginario todo era Latinoamérica, no había diferencia. Lo único que en eso momento medio conocía de este país era ella. El destino, no sé, pero fue así”, finalizó.
El caso es que se conocieron, se casaron y tanto Fabrizio como Andrea pueden decir ahora que formaron una dupla poderosa. Una aleación tico-italiano que brilla por sí misma y que proyecta lo mejor de dos culturas apartadas por el mar.
Y aunque su historia de amor es un encanto y su talento brota por cada poro, no hay que hablar mucho sobre ellos para reconocer su valía. Su carta de presentación es muda, visible y casi bíblica: por sus obras 'artísticas’ los conocereís.