
Mary Quant presentó su primera colección de minifaldas el 10 de julio de 1964. El nombre de la diseñadora inglesa brilla por su ausencia en los ejemplares de ese año de La Nación.
Tres años después, la historia es otra. En 1967, las fotografías compradas a agencias internacionales repiten el nombre de la prenda que hizo famosa a Quant.
La minifalda no llegó a Costa Rica empacada y lista para comprar en tiendas, sino en papel de periódico y revista. Tal y cómo ocurrió con otras modas, según afirma la historiadora del Teatro Nacional, Lucía Arce.
Muchas veces se le veía borrosa, desenfocada, apenas un trocito en exóticas fotografías frente al Big Ben inglés o en fiestas de Italia.
“Usted es muy atrasada en sus ideas si constantemente está tirando su falda cuando se sienta, para tratar que le cubra las rodillas (...). Usted es muy atrasada en sus ideas si está de acuerdo con el director que envía a su casa a las jóvenes que se presentan en la escuela con faldas exageradamente cortas”, sentenciaba una traducción de la famosa columna de Ruth Millet el 9 de febrero de 1967, dentro de un artículo titulado ¿Hasta qué punto es usted moderna?
En 1968, todavía se habla de la “minifalda” y de la “microfalda” en una noticia de California en Estados Unidos: “Mrs. Gwyne Schaffer acudió a solicitar, ante La Corte Superior, el divorcio de su esposo, luciendo una microfalda. El juez, por irrespeto a la Corte, no la atendió, mandándola para la casa”.

Pero, como bien dice el refrán: “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”. La persistencia de la minifalda eventualmente ganó el pulso contra la moral editorial y las costureras locales comenzaron a producir estilos similares a los europeos.
No obstante, la rivalidad entre la influencia de esas modas extranjeras y el pensamiento moral continuó todavía entrada la década de 1970 –la llamada década antifashion o antimoda como se refiere a ella la historiadora Valerie Steel–.
Aún cuando los 70 simbolizan mundialmente la era de la liberación sexual, todas las prendas que fueran arriesgadas recibieron su dosis de resistencia moral, recuerda el historiador José María Milo Junco.
Una carta de los lectores de 1970 protesta contra el “mal gusto al exhibir fotografías semidesnudas” por un trío de mujeres en biquini. La minifalda, por ser en comparación una prenda cotidiana, fue escandalosa pero inevitable.
Para principios de la década de 1970 , la periodista Norma Loaiza firma un reportaje titulado Después de la moda mini he aquí la moda maxi : “Inmediatamente, la mujer cambia esa figura de adolescente que le dio la “mini” y se perfila más discreta con la falda a media pierna”.
Loaiza especulaba que tal vez el maxivestido podría reemplazar a la minifalda, eventualmente. Ya sabemos cómo termina esa historia: la escandalosa minifalda llegó para quedarse.