“Hay demasiada temperatura. ¡No me abandone!”, suplicó el bombero Kenneth Bolaños a su compañera Yorleny Calderón, quien le ayudaba a jalar la manguera y le cuidaba las espaldas la madrugada del 9 de diciembre.
Aquella casa en Ciruelas de Alajuela estaba totalmente consumida por las llamas para cuando llegaron. “¡Juntos hasta el final”, gritaban el uno al otro sin saber cuál sería su destino. El fuego los quiso engullir y no lo logró, pero le dejó a Kenneth la visera del casco derretida para que nunca olvidara que esa vez estuvo cerca, muy cerca.
La imagen de un bombero se asocia, casi por reflejo, con la del valeroso héroe que ingresa a una casa en llamas, pero la realidad es que su día a día tiene mucho más que ver con subirse a una escalera para rescatar un gato.
“La razón de ser del Cuerpo de Bomberos siempre es el incendio, pero no es la más común”, confirma el capitán Ronny Luna, jefe de la Estación Central.
De hecho, de las 55.620 emergencias que se atendieron el año pasado, tan solo 972 fueron incendios estructurales, 10% menos que en el 2013. La cifra fue superada, por ejemplo, por la cantidad de alertas por fugas de gas y cortocircuitos: 5.363 y 5.224, respectivamente.
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Alvaro Obando, bombero voluntario de la Estación Central, atiende un charral en llamas en Tibás. (Mayela López)
Atienden desde quemas de charrales, enjambres de abejas y avispas, rescates de animales, inundaciones, deslizamientos, caídas de árboles, fugas de materiales peligrosos, accidentes de tránsito, recuperación de personas y hasta partos de emergencia, como el que le tocó al paramédico de Bomberos Ricardo Alonso Madrigal en el asiento trasero de un taxi.
También están los incidentes que quedan en el sistema de estadísticas bajo la etiqueta de revisiones. Ese es el caso del incendio en una casa de habitación que se se reportó en Hatillo 2 el 22 de diciembre.
Allan Rodríguez, gerente de Purdy Motor, recién llegaba a la estación de Pavas para hacer la guardia nocturna como voluntario, luego de todo un día de trabajo en la agencia de autos. Acababa de cambiarse la camisa de botones y el pantalón de vestir por un cargo azul, burros y una polo amarilla, y justo se incorporaba a la larga mesa del comedor para cenar junto a los bomberos de tiempo completo. A las 9 p. m., los platos de comida se quedaron a medio terminar.
Ya en Hatillo, ninguno de los bomberos lograba divisar el humo. La extintora de la Estación Central, que había llegado para apoyar a Pavas, comenzó a recorrer el barrio para identificar la casa.
Resultó ser que una persona había visto llamas reflejadas en un vidrio y llamó al 911 para reportar el incendio, sin saber que esa noche su vecino simplemente había encendido un fogón en el patio para cocinar tamales.
Eso sí, la buena fortuna bendijo a los bomberos de San José, pues el dueño de la casa que nunca se quemó se sintió tan apenado que invitó a todos los miembros de esa escuadra a comerse un tamal.
Al volver a la estación de Pavas, Rodríguez y sus compañeros se sentaron a la mesa para terminar de cenar, pero de nuevo fueron interrumpidos por una alarma, esta vez acerca de un “felino agresivo dentro de de una vivienda”.
Un gato negro se había colado por los portones de un complejo de apartamentos en Sabana Sur y se metió, a la brava, en una de las casas de la planta baja.
Al ver el camión de Bomberos estacionado, una mujer se acercó para preguntar si la llamada tenía algo que ver con el gato que se le había perdido desde la tarde, pues sus hijos estallaron en llanto cuando les comunicó la ausencia del escurridizo Angus.
Bastó con que supiera que iban a atrapar a su mascota para que la vecina imitara al minino y se metiera, sin permiso, a los apartamentos para recuperarlo a punta de alaridos. Igual la señora se fue corriendo por la acera cuando el gato negro huyó como alma que lleva el diablo. “¡Angus! ¡Angus! ¡Anguuuuuus!”. Nunca lo alcanzó, pero después regresó para agradecer a los hombres del traje amarillo.
Aunque se pensaría que lo de rescatar el gato en el árbol es tan solo un cliché de las fábulas, en realidad ocurre con bastante frecuencia.
El teniente Róger Abarca explica que las unidades de emergencia se desplazan en esos casos porque el posible costo social resulta ser más caro que el de atender el incidente. “Si hay un gato en un árbol y, por ejemplo, una maestra se sube a bajarlo, se puede caer y quebrarse un brazo. No solo habría que brindarle atención médica, sino incapacitarla y contratar a una maestra que la sustituya. Entonces mejor lo bajamos nosotros”.
Recuerda el capitán Bernardo Barboza que una vez alguien llamó por un gecko; sí, leyó bien, ¡por un inofensivo gecko! “Si alguien se siente amenazado, tenemos que acudir”, dice.
Es así como al bombero Andrés Quirós lo despacharon alguna vez para atrapar dos pericos que se habían escapado de su jaula. Al final, la dueña se molestó porque no consiguió agarrarlos.
“A uno no le gusta quedar mal con la sociedad, porque en parte también es la que nos paga, pero a veces se nos sale de las manos. Creen que porque andamos con un camión que dice ‘Bomberos’ podemos solucionarles todo. Nos agarran de maridos de alquiler”, comenta su colega, Kenneth Bolaños.
De seguro nadie se lo advirtió a una adulta mayor que tiempo atrás pidió ayuda por un cortocircuito. Al llegar a la vivienda, rememora la bombero Cindy Castillo, la señora confesó que había mentido al operador y que en realidad llamó porque no tenía quién le cambiara un bombillo.
El miedo al gas licuado también hizo que una vez los bomberos de Alajuela incurrieran en labores que no les correspondían, cuando un señor llamó para que le instalaran un cilindro.
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Oscar Murillo, de Bomberos de Barrio Luján, atrapa una serpiente en la compra y venta de libros Carlos Díaz, ubicada en barrio Los Angeles de la capital. (Mayela López)
Con buen humor
El 23 de diciembre, luego de la cena de Navidad preparada por los voluntarios de Alajuela y en medio de una noche sin alarmas, los bomberos se gastaron la velada entre carcajadas, compartiendo las anécdotas más jocosas que les han ocurrido. Después de todo, son humanos que dedican su vida al servicio de otros humanos.
Eso sí, hay quienes abusan. Deiner Acuña jamás podrá olvidar la peculiar llamada que recibió cuando le tocaba atender teléfonos. “Estoy desnuda. Dígame improperios; yo siempre he querido que un bombero me diga improperios”, le imploró una mujer. Por supuesto, el muchacho se negó a complacerla. Lo más curioso es que al día siguiente se dio cuenta de que la dama había interpuesto una denuncia aduciendo que el bombero no quiso ayudarla.
Luis Diego Chaves confesó que, aunque la gente ve a los bomberos como personas con mucha autoridad, a veces ni ellos mismos están seguros sobre cómo resolver algunas situaciones. Y sí, los bomberos también sienten miedo, sobre todo de las serpientes agresivas, las garras de los perezosos y los nada simpáticos puercoespines.
A Arturo Monge, por ejemplo, una vez lo llamaron para que atrapara una serpiente que recuerda tan grande como una anaconda. El dueño de la finca la tenía medida y sabía que salía por las mañanas a tomar el sol. Fue tanto el susto, que uno de sus compañeros le decía que la agarrara y él preguntaba con qué sin darse cuenta de que tenía la pinza en la mano. Al final, luego de mucho batallar, fue el finquero quien la capturó.
Algo similar le ocurrió a Chaves cuando tuvo que ir a capturar una iguana de tamaño descomunal que se había metido en un cuarto pequeño. Optó por agarrarla de la cola sin percatarse de que estos animales, al sentirse amenazados, la desprenden como mecanismo de defensa. Esa vez, él y su colega salieron pegando gritos de aquella habitación.
En otro momento, habían sacado un zorro de una casa y fueron a liberarlo en un campo abierto, pero no se fijaron en que había un gallinero hasta que vieron volar las plumas. Gajes del oficio, que llaman.
Fernando Picado, de la Estación Central, contó que una vez acudió a rescatar una culebra y de regreso, cuando viajaban por la ruta 32, el reptil se salió del saco y tuvieron que bajarse del camión e ingeniárselas para ver cómo la sacaban de ahí.
En la estación de Desamparados también se escapó una culebra mientras los bomberos almorzaban. Cuando volvieron, lo que había era un agujero en el saco.
Andrés Quirós relató que años atrás una ama de casa pidió auxilio porque tenía una de esas temidas inquilinas. “¡Véala, está ahí encima del sillón!”, insistía. La respuesta del bombero hizo que la mujer pasara uno de los días más bochornosos de su vida: “Pero señora, ¡si eso es un paraguas!”.
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Alex Salas (izquierda), Cindy Castillo y Andrés Quirós, de Bomberos de Pavas, reabastecen el tanque de agua de la unidad luego de atender una quema en un charral. (Mayela López)
Recientemente, el día del Festival de la Luz, alguien llegó a tocar el timbre de la Estación Central. Aquel hombre estaba aterrado porque estaba pasando su negocio a un nuevo local y en una de las bolsas vieron una culebra. Byron Morales lo acompañó y al llegar, se encontró la típica escena: un muchacho subido en un banco vigilándola y otro hecho un puño en una esquina.
La serpiente no se movía, señal de que era muy grande o recién había comido. Morales pidió que le alumbraran con un foco y, al meter el gancho, notó que estaba demasiado suave, por lo que creyó que había muerto.
Los engañó a todos. No era una culebra; era un peluche de serpiente que una niña había dejado en esa bolsa.
Esa historia le recordó a Orlando Córdoba la vez en la que, con gran sigilo, tomó un vaso para atrapar una rana venenosa en una casa, pero por mal cálculo más bien hizo que se volcara. “Made in China”, decía en su panza de plástico.
Por eso, bien dice la sabiduría popular que hasta al mejor cocinero se le queman los frijoles... y también a los bomberos.
No es solo un refrán; es una historia verídica. A los de Alajuela los despacharon de emergencia porque salía humo por las ventanas de la estación de Poás. Alguien dejó puesta la olla de presión.
La de San Antonio de Belén no escapa de los chascos. Ahí dejaron encendido un coffeemaker.
Tampoco tendrían cómo defenderse en San José, pues ahí la cocina se ha quemado dos veces. Sin embargo, el capitán Ronny Luna tiene una justificación demoledora: cuando suena la alarma, los bomberos salen corriendo sin importar nada; su consigna es salvar vidas.