
Ya para que la historia de un asesino en serie nos sobrecoja y estremezca por encima de todo lo que hemos visto y leído durante las últimas décadas en que el género true crime ha desgranado las más cruentas historias de sociópatas, es porque en este agosto del 2020 parecía predestinado a liberar todo lo que por 40 años no se supo de Joseph DeAngelo, por algo apodado “el asesino sin rostro”.
Más allá del morbo que pueda despertar en la humanidad las historias de este tipo --por algo aún hoy seguimos consumiendo ávidamente todo lo que tenga que ver con Jack el Destripador, asesino de prostitutas en la Gran Bretaña del siglo antepasado--, el caso de Joseph DeAngelo implicó un misterio insondable que parecía no iba a resolverse nunca.
En cambio, de un momento a otro, en abril del 2018, la noticia de que el “Saqueador de Visalia”, el “Violador de la Región Oriental” o el “Acosador nocturno” había sido descubierto y detenido, activó el engranaje para que recién hace un par de semanas coincidieran el juicio de la sentencia a cadena perpetua para el hoy envejecido y ralentizado DeAngelo, con el estreno del seriado documental de HBO I’ll Be Gone in the Dark (El asesino sin rostro, título en español, ambos originados en el libro del mismo nombre) que aún tiene delirando a lo más exigente de la crítica mundial.
Y es que el filme se bifurca en dos grandes áreas temáticas, una es el eje conductor basado en la investigación de la periodista Michelle McNamara, quien se obsesionó con el caso y dedicó toda su vida adulta a descubrir al asesino, investigación que, a la postre, provocaría en ella un proceso de autodestrucción que terminó matándola.
La otra arista valiosísima es que la historia se cuenta desde decenas de testimonios de las propias víctimas, de familiares de quienes fueron masacrados por el escurridizo asesino y también por parientes de primera línea del propio asesino, conocido por sus allegados como el afable Joe del que jamás tuvieron la mínima sospecha, hasta que hace dos años su detención les volvió la vida de cabeza, entre dolor e incredulidad.
En otras circunstancias, a estas alturas ya habríamos realizado la consabida advertencia de “spoilers” sobre la serie, pero este no es el caso, pues la serie documental de marras tiene tal cantidad de información, entrevistas, etc, y audiovisualmente está tan bien realizada, que nada de lo que se cuente en este u otro reportaje sustituye el seriado de HBO.
“Es una serie muy interesante porque, a simple vista, es otro peldaño más en la renovada obsesión por el true crime de las cadenas de televisión, pero lo que El asesino sin rostro cuenta no es la investigación para encontrar a ese violento violador, sino la onda expansiva de trauma y obsesión que dejó a su paso”, escribe la columnista Marina Such, del sitio especializado fueradeseries.com

“Ahí es donde la serie, supervisada por la premiada directora Liz Garbus, se sale de las restricciones del true crime y, de algún modo, devuelve un poco de humanidad a un género obsesionado por el juego detectivesco de unir pistas e hipótesis. El centro de la historia está en las víctimas que sobrevivieron a los primeros ataques del asesino, cuando aún se le conocía como “el violador de la zona este”. Son ellas quienes narran el modus operandi del criminal, lo que sintieron no solo durante aquella noche sino en las venideras. La imagen que pintan es terrible (el segundo capítulo se centra más en este aspecto y resulta aterrador), pero la serie no las abandona ahí. Ellas (y ellos) son el otro hilo conductor de la historia” afirma la autora.
Antes de continuar con las historias paralelas, es menester el repaso de rigor sobre la increíble saga criminal de Joseph DeAngelo y cómo pudo actuar impunemente durante prácticamente una década completa.
Pero ojo, no solo horrorizan las acciones del criminal. Queda clarísimo con los testimonios y las mismas estadísticas, la indiferencia que la sociedad tenía entonces respecto a las víctimas de violencia sexual, pues se partía del hecho de que “algo habrían hecho para merecerlo”. Una de las víctimas, que tenía 18 años cuando la violó el llamado Asesino del Golden State, recuerda que su padre la regañó con gran severidad cuando se enteró de que le había contado a una amiga lo que le había pasado.
Y tras decenas de cruentas y sádicas violaciones durante varios años, las autoridades de varios pueblos o ciudades de California en realidad empezaron a investigar con seriedad el accionar del depravado del pasamontañas hasta que se iniciaron los asesinatos.
Exmilitar, policía y ladronzuelo
Joseph James DeAngelo nació el 8 de noviembre de 1945 en un suburbio al norte de Nueva York. Aunque es poco lo que se sabía sobre su infancia, parientes entrevistados en el documental de HBO aseguran que de niño su familia tuvo problemas económicos y el padre decidió trasladarse a vivir a Alemania, en donde trabajaba como mecánico en una base del ejército.
Se dice que Joseph sufrió un traumático evento en esa época, cuando presenció la violación de su hermana menor, de 7 años, por parte de dos cadetes alemanes, en un hangar. Casi seis décadas después, esta es una de las hipótesis que se manejan a la hora de analizar los factores que dañaron a tal grado la mente de DeAngelo.
Los detalles del resto de su biografía tampoco es que sean muy prolíferos: estudió en Folsom High School, donde se graduó en 1964, luego se enroló en la Marina y se tiene por hecho de que fue enviado a la Guerra de Vietnam, lo que también despierta suposiciones de que tuvo vivencias traumáticas.
De regreso a Estados Unidos se estableció en Sacramento, California, en donde realizó estudios de leyes, aunque no se sabe si llegó a obtener el título en derecho penal. Joseph se casó en 1973 con Sharon Hudle y se convirtió en padre de tres hijas... décadas más tarde, también tuvo una nieta. De los tantos vacíos en la historia de este hombre, sobran las preguntas de cómo siendo padre y abuelo, además de ser el tío favorito de varias de sus sobrinas, podía separar roles y convertirse en el masacrador de mujeres.
Se separó de su esposa en 1991 pero no fue sino hasta después de su captura, en el 2018, cuando formalizaron su divorcio.
De acuerdo con una semblanza de Los Angeles Times, uno de los medios que más exhaustivamente ha tratado el tema del “asesino sin rostro”, a mediados de la década de 1970, el departamento de policía del pueblo agrícola de Exeter, en el Valle Central, era pequeño, con menos de 10 oficiales para patrullar una población por entonces cercana a las 5.000 personas.
Uno de esos oficiales era Joseph DeAngelo, quien había llegado en 1973. Trabajó allí durante tres años, y se hizo conocido por su profesionalismo y ambición en el campo, pero también por su naturaleza fría y distante con sus colegas.
Si de algo no queda duda, a lo largo de las distintas estampas biográficas del sociópata, es de su nivel de inteligencia que, a no dudarlo, le permitió perpetrar sus múltiples delitos sin ser capturado por tantísimos años.
“Estaba sobrecalificado para el pequeño departamento de Exeter. Simplemente sabía de todo lo que quisieras hablar”, recordó Farrel Ward, quien se desempeñó en el departamento durante tres décadas, siempre en entrevista con Los Angeles Times. “Creo que tenía una licenciatura, todo tipo de educación. No encajaba con los otros muchachos; a nosotros nos gustaba bromear y dejar de lado el estrés de lo que hacíamos. Él siempre hablaba en serio”.
Pero poco antes de empezar a trabajar en Exeter, había hecho una pasantía en el Departamento de Roseville, donde se desempeñaba en patrulla, identificación e investigación. Hace dos años, cuando por fin fue detenido, las autoridades encargadas de hormar su perfil concluyeron que este escaneo de cómo se manejaban los cuerpos policiales de entonces le fueron de suma utilidad a la hora de iniciar su cacería del terror, que empezó en el agrícola Valle de San Joaquín.
Sin embargo, antes de violar y matar, lo suyo fue robar. En los tres años que estuvo como policía en Exeter, se decantó una oleada de robos que nunca fueron resueltos.
La cronología de sus asesinatos tiene varias versiones, la más aceptada es que su “bautizo” ocurrió en 1975, cuando intentó secuestrar a la hija de Claude Snelling, un profesor de periodismo que logró impedir el ataque pero su intervención le costó la vida, pues DeAngelo lo mató de varios disparos. El crimen quedó impune por décadas, como casi todos los que ejecutó el asesino. Los esfuerzos de la policía local fueron frustrantes e infructuosos: jamás imaginarían que el perpetrador estaba entre sus filas.
Como todo lo que concierne a DeAngelo, inexplicablemente, después de haber empezado con su cadena de violaciones sin ser atrapado, tras trabajar durante tres años en el Departamento de Policía de Auburn, en las inmediaciones de Sacramento, 1979 fue despedido por un delito risible: robar un martillo y un repelente de perros en una ferretería.
Incluso fue condenado a seis meses de libertad condicional y multado con $100.
Ya para entonces, y en la plenitud de sus treintas, sus delitos empezaban a dejar huella y a causar terror: durante sus tres años como policía de Auburn se sucedieron robos mayores, varias violaciones y dos asesinatos.
De nuevo: el documental de HBO evoca a las víctimas que, por cuenta de tanto tiempo transcurrido, habían terminado por quedar invisibilizadas. En cambio, los videos caseros de la primer pareja que asesinó DeAngelo apuñan el alma de casi cualquiera: se trató de Brian Maggiore y su esposa Katie, recién casados a quienes les disparó el 2 de febrero de 1978, mientras estaban paseando a su perro, en la ciudad de Rancho Córdova.
Luego, el 30 de diciembre de 1979 ingresó a la casa del médico Robert Offerman, quien dormía con su novia, la también doctora Alexandria Manning, a quien sodomizó y violó frente a Offerman. Entretanto, había cometido violaciones en otros poblados como Stockton, Modesto, Davis, y el área de East Bay, de California.
De acuerdo con un exhaustivo recuento publicado por el diario español La Vanguardia, en todos los ataques empleaba el mismo modus operandi: se colaba en las casas de noche, despertaba a sus víctimas con una linterna, las amenazaba con un cuchillo, las ataba y violaba, y robaba toda clase de objetos (dinero, joyas, etc). Cuando los maridos se encontraban en la vivienda, DeAngelo los maniataba boca abajo, apilaba platos a sus espaldas y los amenazaba con matar a sus mujeres si osaban moverse y romper dichos recipientes, en lo que se considera una táctica que posiblemente aprendió durante su época en Vietnam.
Como declaró en su momento el oficial de homicidios Paul Belli: “No le importa la vida humana, disfruta del terror, disfruta de infligir dolor en la gente”.
En cada ataque, DeAngelo sacaba su lado más sádico, pues extendía la agonía y el terror de sus víctimas: hacía “recesos” en medio de los ataques para ir a saquear las refrigeradoras, en busca de comida y, ojalá, dos o tres cervezas. Se tomaba su tiempo. Las sobrevivientes del terror recuerdan que a menudo sentenciaba: “Estarás en silencio para siempre, y me iré en la oscuridad”.

También hubo quienes contaron que en media violación balbuceaba frases ininteligibles y que luego, se aislaba en una esquina de la habitación y se ponía a llorar. En ocasiones clamaba por su mamá, y en otras mascullaba furioso “Te odio, Bonnie”. Efectivamente, Bonnie --quien aparece en el documental de HBO y cuenta su infame experiencia con su entonces prometido-- se conduele ante la posibilidad de que su ruptura amorosa haya incidido en la futura conducta del hoy lúgubremente famoso asesino.
De acuerdo con datos policiales, hasta mayo de 1986, DeAngelo burló a la ley y cometió al menos ocho crímenes más: los de Charlene y Lyman Smith; Patrice y Keith Harrington; Manuela Witthuhn, Cheri Domingo y Gregory Sánchez y Janelle Liza Cruz, quien en teoría habría sido la última víctima de DeAngelo, quien tras el atroz homicidio, de un momento a otro simplemente dejó de matar.
Y es que el sociópata se solazaba en su sadismo, más allá de la muerte. A Manuela Witthuhnm, quien sufrió una muerte particularmente violenta, la asesinó mientras su esposo, David, estaba siendo nebulizado por un problema de asma, en el hospital. Él no solo tuvo que sufrir el increíble shock de encontrarse con la dantesca escena, tras regresar del hospital en la mañana, sino que debió cargar toda su vida con las sospechas policiales de que quizá él había sido el asesino de su esposa.
Años después, David se volvió a casar y su esposa Rhonda contaría, tras la detención de DeAngelo, que durante años recibieron llamadas mortificantes y amenazantes que convirtieron sus vidas en un infierno. Su esposo falleció años atrás y hoy Rhonda lamenta que no viviera para conocer al responsable de la tragedia de su vida, cuya detención y pruebas de ADN liberaron a David de toda responsabilidad en el crimen.
La ciencia lo atrapó
Aunque cueste creerlo, la búsqueda del temido asesino se prolongó por casi 40 años. Además de ser tremendamente escurridizo -- se escondía en patios traseros, detrás de árboles o follaje, se camuflaba al huir a pie y hasta llegó a tener una bicicleta a la mano-- llegó el momento en que las autoridades sospecharon que se trataba de un expolicía o exmilitar, por la pericia con la que se conducía.
Pero jamás hubiera imaginado el ducho y sádico asesino que serían la ciencia y el futuro quienes se encargarían de dar con él: una muestra de semen recolectada en la escena de uno de los crímenes fue conservada en refrigeración y así, gracias al desarrollo del estudio del ADN y la genealogía genética, se pudo secuenciar al autor de los asesinatos y, tras un sesudo trabajo de investigación, cotejos y descartes, identificar, por fin, al asesino. Este proceso, por cierto, está desarrollado en el seriado de HBO, pues se trata de un tema complejo y asombroso que el documental logra explicar exitosamente.
Según narra el documental --en un segmento que parece sacado de la serie futurista Black Mirror-- la bióloga especializada en investigar árboles genealógicos, Barbara Rae-Venter, cotejó el perfil creado a partir del ADN del asesino y lo ingresó en GEDmatch, una suerte de red social en la que hay más de un millón de perfiles genéticos que se usan para buscar familiares.
Es increíble ver cómo se va cerrando el cerco, a pesar de que en el arranque el estudio lanza el ADN del asesino hacia una veintena de primos terceros, que a su vez conducen a un antepasado que vivió en el siglo XIX, un tatarabuelo. Tras cuatro meses de intenso trabajo, finalmente llegaron a una coincidencia de 100 %: acababan de dar, increíblemente, con el sádico psicópata que destruyó vidas y familias completas, y de la forma más atroz.
Es surrealista presenciar cómo las autoridades y los científicos se aliaron para buscar, literalmente una aguja en un pajar... y encontraron la aguja, más allá de toda duda razonable: el Asesino del Golden State era un tranquilo abuelo de 72 años que vivía apaciblemente en el barrio Citrus Heights de Sacramento.
Con el corazón a mil por hora, un equipo especializado empezó a darle un prolijo seguimiento al bonachón jubilado, quien antes de pensionarse había trabajado como gondolero en un supermercado, vivía con su hija y nieta y de cuando en cuando armaba aviones de juguete para entretenerse.
Cuando se vio cercado por el impresionante operativo policial, intentó zafarse con una argucia casi risible: dijo que debía entrar a su casa de urgencia porque tenía algo en el horno.
Ahora sí, McNamara


Como si ya el caso de Joseph DeAngelo no fuera suficientemente surrealista, la historia no estaría completa y posiblemente, él nunca hubiera sido atrapado si no fuera porque, 30 años después de sus últimos asesinatos, una periodista aficionada al género true crime, Michelle MacNamara, hubiera reparado en el caso al punto de obsesionarse con la investigación y dedicar su vida profesional a dar con el “asesino sin rostro”.
En medio de los entresijos del caso, su nombre había trascendido no solo por que sin su obsesión posiblemente el asesino jamás habría sido identificado, sino porque ella falleció con apenas 46 años, mientras terminaba un libro sobre el caso que la llevó a conseguir lo que las autoridades no pudieron, pero que la llevaron a tal grado de psicosis que en sus últimos meses padecía ansiedad, depresión, insomnio y otros trastornos que, a la postre, la llevaron a automedicarse al punto de provocarle una sobredosis.
Casada con el famoso actor cómico y guionista Patton Oswalt, con quien tuvo a su única hija Alice, hoy de 11 años, él accedió a participar de lleno en el documental junto con víctimas, sobrevivientes, expolicías, abogados y hasta familiares del infame asesino como una forma de cerrar el ciclo que su amadísima esposa había iniciado varios lustros atrás.

“Un magistral relato verídico sobre el Asesino del Golden State fue el que logró Michelle McNamara, periodista especializada en crímenes reales que creó el popular sitio web Diario de Crímenes Reales, decidió dar con el violento psicópata que ella bautizó como el Asesino del Estado Dorado. Michelle estudió informes policiales, entrevistó a víctimas y entró a formar parte de comunidades online tan obsesionadas como ella con el caso”, escribió la editorial Serie Negra al presentar el libro I’ll Be Gone in the Dark, (traducido al español como El asesino sin rostro) que contiene todos los recovecos de la investigación y que fue terminado por dos de los asistentes de Michelle tras su súbito fallecimiento.
El libro póstumo, que se convirtió en un best seller y ahora está causando en furor a raíz del documental, le fue contratado a Michelle en el 2013, después de un brillante artículo de investigación titulado Tras la huella del asesino, en la revista L.A. Magazine.
LEA MÁS: Ted Bundy: el perfil nunca antes mostrado del ’dandy’ asesino que mató, quizá, a unas 100 mujeres
En una entrevista reciente con la revista Perfil de Argentina, la laureada directora Liz Garbus, ganadora de dos premios Emmy y nominada al Óscar por el documental What Happened, Miss Simone? afirmó: “Estamos contando tres historias: la de Michelle y su investigación, la de los sobrevivientes y la captura del criminal, desde la policía. ¿Qué prevalecía en cada momento? Queríamos que conozcas a Michelle, pero al mismo tiempo entiendas el momento cuando los crímenes se llevaron a cabo. Eso produce una riqueza distinta: no solo se trata de la investigación, sino de cómo el crimen llega a cada vida y, en muchos casos, nunca se va”.
El epílogo del documental es una oda a la valentía y la resistencia. Tras haberse encontrado con su verdugo en las audiencias siguientes a su captura, y verlo reducido a una avanzada ancianitud, algunas de sus vínctimas planean una especie de reunión festiva y asisten varias de las sobrevivientes, la mayoría también en sus 60 o 70, y mientras brindan con champaña hablan de sus sentimientos de curación emocional. “No he dormido tranquila ni una noche, desde lo ocurrido. Pero ya no más, terminó su dominio sobre mí”, dijo una, mientras otra, acompañada de su esposo, anuncia que celebrará el fin de la pesadilla con un viaje soñado a Francia. Radiante, hasta se permite una broma: “Las cosas finalmente se acomodaron. Él va a la cárcel, y yo me voy a París”.

Un “lo lamento” a secas
En cuanto a DeAngelo, parece que nunca va a dejar de sorprender.
El pasado 21 de agosto, antes de que le fuera leída la sentencia de 11 cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional, DeAngelo se levantó de su silla de ruedas y se quitó una mascarilla blanca. Entonces, les dijo a los familiares de sus víctimas, muchos sentados en el amplio recinto: “He escuchado todas sus declaraciones, cada una de ellas y realmente lamento a todas las personas que lastimé”.
De acuerdo con la crónica de CNN, el juez de la Corte Superior de Sacramento, Michael Bowman, declaró: “Cuando una persona comete actos monstruosos, debe ser encerrada en un lugar donde nunca pueda lastimar a otra persona inocente”.
Bowman le impuso 11 cadenas perpetuas consecutivas sin libertad condicional, más una cadena perpetua adicional y otros ocho años de prisión. El juez señaló que las declaraciones judiciales de las víctimas y sus familias “siempre se quedarán” con él.
“Me conmovió su coraje, su gracia, su fuerza, todas cualidades que claramente a usted le faltan”, dijo Bowman dirigiéndose al acusado.
“Esta es la sentencia máxima absoluta que la corte puede imponer según la ley”, agregó el juez. “Y aunque la corte no tiene poder para determinar dónde será encarcelado el acusado, los sobrevivientes han hablado: claramente, no merece piedad”.
Las víctimas y los familiares aplaudieron y, momentos después, el acusado fue retirado en silla de ruedas del gran auditorio donde se llevó a cabo la sentencia para permitir el distanciamiento social.
Los fiscales pidieron la pena máxima mientras recordaban a las víctimas “sin voz” y su sufrimiento “indescriptible”. Se refirieron al asesino como el hombre del costal, el diablo, un loco y una bestia que nunca volverá a caminar por las calles.
Por su parte, los abogados defensores leyeron cartas de amigos y familiares de DeAngelo, en las que describían al padre del acusado como un militar rígido y mujeriego que abusó del asesino cuando era niño. Una sobrina escribió que DeAngelo le salvó la vida después de que fue abusada físicamente por su propio padre.
Por su parte, la exesposa de DeAngelo, Sharon Huddle, una abogada de Sacramento que se casó con él en 1973, dijo que las acciones del hombre han tenido un efecto “devastador y generalizado” en su vida.
“Nunca seré la misma persona”, escribió. “Ahora vivo todos los días con el conocimiento de cómo atacó y dañó gravemente la vida de cientos de personas inocentes y asesinó a 13 personas inocentes que eran amadas y que ahora han sido extrañadas durante 40 años o más”, agregó. Huddle nunca se refirió a DeAngelo por su nombre y lo llamó «el acusado» en todo momento.
“He perdido la capacidad de confiar en las personas”, dijo. “Confié en el acusado cuando me dijo que tenía que trabajar, que iba a cazar faisanes o que iba a visitar a sus padres a cientos de kilómetros de distancia. Cuando yo no estaba, confiaba en que estaba haciendo lo que me dijo que estaba haciendo”, relató.
El prolífero asesino luce visiblemente más delgado que cuando ingresó a prisión, en abril del 2018, y se muestra casi como una persona inválida, argumento que los fiscales rebatieron, sobre todo después de que fue captado semanas atrás por una cámara de vigilancia, de pie, haciendo una rutina de ejercicios de estiramiento en la pequeña celda en la que espera ser trasladado al penal en el que pasará sus últimos días.
Aunque finalmente su rostro haya sido develado y la justicia lo haya procesado de por vida, para muchos queda el gran sinsabor de que el infame Joseph DeAngelo, hasta cuando pierde, gana. Porque aún en esta coyuntura, viejo, acabado y encarcelado, ya se había ganado por adelantado nada menos que 40 años de libertad.
