Sochi, Rusia. EFE Rusia presume con haber recuperado el título de mayor potencia deportiva invernal, perdida tras la caída de la Unión Soviética, al encabezar el medallero de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi clausurados anteayer.
“Los resultados demuestran que ya hemos dejado atrás la peor época en la historia del deporte ruso” , afirmó el presidente ruso, Vladímir Putin, el gran triunfador de los Juegos para los rusos y la comunidad internacional.
Todo era malos augurios en vísperas del arranque de los Juegos, pero Rusia logró espantar todos los fantasmas y organizar una exitosa cita, tanto desde el punto de vista organizativo como deportivo.
Con la excepción de las temperaturas, que cancelaron alguna competición por falta de visibilidad, todo el mundo quedó contento con el parque olímpico, las pistas, los pabellones y los voluntarios.
Lo que es más importante, los aficionados de 126 países que visitaron el balneario de Sochi (mar Negro) descubrieron una Rusia abierta y cálida, muy lejana de su fama de huraña y poco hospitalaria que le acompaña desde tiempos inmemoriales.
“No estaba de más demostrar a todo el mundo que somos un país bondadoso, un país que sabe tratar a sus invitados”, subrayó Putin.
Rusia dejó atrás el agujero negro que supuso la desaparición de la URSS y la obsolescencia de sus sistemas de entrenamiento.
La inversión de grandes cantidades de dinero, la contratación de técnicos extranjeros y la concesión de la ciudadanía a varios deportistas (en particular el surcoreano An y el estadounidense Wilde, que le granjearon 5 medallas de oro) fueron garantía de éxito.
Rusia encabezó el medallero con 33 metales, 13 de oro, 11 de plata y 9 de bronce, el doble que en Vancouver (15, el punto más bajo del deporte invernal ruso), por 26 preseas (11 oros) del segundo clasificado, Noruega, y 25 del tercero, Canadá (10 oros). EE. UU. quedó cuarto lugar con 28 (9 oros) .
De esta forma, logró lo impensable e igualó el récord de oros logrado por la antigua Unión Soviética en los Juegos de Insbruck (1976).
Ahora, Rusia no se puede quedar de brazos cruzados, ya que el próximo proyecto es aún más ambicioso: el Mundial del 2018.
Putin quiere utilizarlo como símbolo del nuevo desarrollismo ruso, cuyo objetivo es convertir al país en una potencia líder deportiva y económicamente para 2020.