Cuando se estableció el Fondo Verde para el Clima (GCF, por sus siglas en inglés) hace poco más de una década, se consideró una herramienta potencialmente útil para apoyar a los países en desarrollo en el cambio hacia vías de desarrollo resilientes al clima y bajas en emisiones. Hoy, es el fondo dedicado al clima más grande del mundo y representa una parte considerable de la lucha contra el calentamiento global. Por eso, debe contar con la financiación adecuada para tener éxito.
Para continuar financiando acciones climáticas ambiciosas, el GCF necesitará que los contribuyentes tradicionales aumenten sus promesas y que los nuevos den un paso adelante durante su segunda ronda de reposición, actualmente en marcha. No es exagerado decir que la campaña de reabastecimiento del GCF es una prueba del compromiso mundial para luchar contra el cambio climático; un resultado exitoso ayudará a los países desarrollados a reconstruir la confianza al demostrar que comprenden la urgencia de la crisis y que pueden cumplir sus compromisos.
Las dos Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático más recientes (COP26 y COP27) demostraron que los líderes mundiales reconocen la importancia de limitar el calentamiento global a 1,5 grados Celsius. Pero el desafío —puesto de relieve en la COP27 del año pasado y la Cumbre Africana sobre el Clima de este mes en Nairobi— es lograr los $4.200 millones que los países en desarrollo necesitarán anualmente hasta el 2030 para lograr este objetivo.
El mundo en desarrollo afronta fuertes obstáculos para mitigar y adaptarse al cambio climático. Durante el año pasado, Estados Unidos y la Unión Europea anunciaron subsidios masivos para incentivar las inversiones nacionales en energía limpia. Es probable que estas políticas conduzcan a rápidos avances en la tecnología verde. Pero cuando se combinan con tasas de interés y costos financieros crecientes, los países en desarrollo lo tendrán difícil para atraer el capital que podría beneficiarse de estas innovaciones.
Factores en contra
Además, el número total de bonos verdes emitidos por los países en desarrollo cayó entre el 2020 y el 2022, mientras que los emitidos en Occidente aumentaron. Y la creciente brecha en energías renovables entre los países desarrollados y en desarrollo se suma a una desaceleración de las inversiones en energía limpia en el 2022. Las interrupciones en las cadenas de suministro están dañando aún más las economías de los mercados emergentes.
La guerra en Ucrania también complicó la transición verde al descarrilar los planes de algunos países de eliminar gradualmente la energía a base de carbón y los combustibles fósiles. Muchos otros países revisaron sus cronogramas y compromisos de emisiones netas cero, mientras que el sector empresarial también revisó sus objetivos a la baja.
Quizás lo más preocupante sea que, debido a aumentos sin precedentes en los precios de los alimentos, combustibles y fertilizantes (en gran medida un subproducto de la guerra), aumentos de las tasas de interés y cargas de deuda insostenibles, muchos países en desarrollo han agotado sus reservas de divisas y carecen del espacio fiscal para perseguir sus objetivos climáticos.
Al mismo tiempo, el cambio climático está originando fenómenos cada vez más extremos y anómalos, desde ciclones en el sur de África y Libia hasta tifones en el este de Asia y sequías en América Latina. Si estos acontecimientos continúan al mismo ritmo, se estima que 1.200 millones de personas podrían verse desplazadas de aquí al 2050. Por tanto, los países en desarrollo son cada vez más vulnerables a los desastres relacionados con el clima sin tener culpa alguna, y ya han comenzado a destinar recursos internos a los esfuerzos de adaptación.
Lenta respuesta global
El aumento exponencial de la escala y frecuencia de los fenómenos climáticos extremos y los crecientes costos asociados contrastan marcadamente con el lento ritmo de la respuesta mundial.
Esta incongruencia, sumada a una grave falta de instrumentos financieros que no generen deuda, hizo mella en la confianza de los países en desarrollo en la arquitectura financiera global. Si bien el mundo desarrollado puede gastar miles de millones en subsidios e incentivos gubernamentales para fomentar la transición verde en casa, los países de ingresos bajos y medianos son los que más sufren los retrasos en la mitigación y adaptación al clima a escala mundial. Aún más inquietante es la avalancha de inversiones que llega a la industria de los combustibles fósiles para expandir sus operaciones.
Las Alianzas para la Transición Energética Justa, lanzadas en la COP26, fueron noticia con la promesa de canalizar dinero de los países ricos hacia los mayores emisores del mundo en desarrollo. Además, la COP27 tuvo un impacto similar con el establecimiento de un “fondo para pérdidas y daños” para los países en desarrollo que enfrentan los efectos del cambio climático, así como con llamados oficiales para reformar las instituciones financieras internacionales y aumentar el financiamiento para el GCF. Pero todavía tienen que cumplir y, como resultado, la brecha de financiamiento climático global continúa ampliándose. A medida que los costos aumentan exponencialmente, el mundo en desarrollo está perdiendo la esperanza.
Qué hacer
Esta tendencia, sin embargo, no es irreversible. El mundo desarrollado y las instituciones como el GCF pueden tomar la iniciativa en tres áreas clave para restaurar la confianza de los países en desarrollo y apuntalar su resiliencia climática. Para empezar, los países desarrollados deben aumentar significativamente la financiación para el GCF, la única institución internacional cuya única responsabilidad es luchar contra el cambio climático. El GCF puede hacer mucho más, especialmente ayudando a construir y ejecutar programas nacionales y planes de adaptación, y permitiendo la ejecución de proyectos de reducción de emisiones.
Para superar las tecnologías climáticas, por ejemplo, los países en desarrollo necesitan financiación para adoptar estrategias escalables de adaptación y mitigación. Además, la inversión en transferencias de tecnología puede transformar otros sectores e industrias –como la agricultura– además de luchar contra el cambio climático.
Asimismo, con más capital, el GCF puede ofrecer y contribuir a una financiación más barata para los países en desarrollo. De esa manera, pueden reforzar la mitigación y la adaptación climática sin aumentar sus deudas y así atraer más inversiones. A medida que se comprende ampliamente que el financiamiento climático es para el desarrollo, el GCF podría desempeñar un papel importante en el aumento del número de canjes de deuda por naturaleza y el desarrollo de otras herramientas innovadoras.
Esto incluye trabajar con filántropos y el sector privado para identificar soluciones, probarlas a bajo costo y brindar orientación. Por último, el GCF puede, a través de su programa de preparación, ayudar a mejorar la recopilación de datos para la toma de decisiones.
Cuando se trata de combatir el calentamiento global, los países desarrollados deben cumplir con sus responsabilidades para con el resto del mundo. La mejor manera de hacerlo es mostrando avances en la financiación del GCF para respaldar su cartera de proyectos y su capacidad de programación.
Como han demostrado los últimos años, el cambio climático no conoce fronteras y responder a esta amenaza existencial requiere movilizar al mundo. Cualquier otra cosa nos llevaría directamente a la derrota.
Vera Songwe, presidenta del Fondo de Liquidez y Sostenibilidad, es investigadora principal no residente de la Brookings Institution y copresidenta del Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre Financiamiento Climático.
Mahmoud Mohieldin, exministro egipcio de Inversiones, fue defensor climático de alto nivel de Egipto para la COP27. Es director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional y facilitador del segundo proceso de reposición del Fondo Verde para el Clima.
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