Madrid . Los viejos camaradas, los irredentos, esos a los que les cayó encima el muro de Berlín y se quedaron sin otro proyecto político que la rabia, están felices. Los tigres de Asia andan dando tumbos por la selva económica. Están heridos. El sistema financiero de Hong Kong y de Tailandia da coletazos. Los chaebol, los grandes conglomerados industriales de Corea del Sur, crujen ante una mala gestión demasiado prolongada. Una tras otra las bolsas de Oriente caen, se recuperan, y vuelven a caer, arrastrando en su danza a las de Occidente. ¿No queríamos "aldea global"? Ahí la tenemos.
En un planeta económicamente interrelacionado no hay catástrofe ajena. Media docena de grandes bancos japoneses tienen que pedir el amparo económico del gobierno para poder responder de los depósitos. El FMI, como el séptimo de caballería, corre en auxilio de los países en crisis con sus millones desenfundados en una mano y una cura de caballo en la otra lista para ser aplicada. A los muertos los enterrará en el campo de batalla. A los gravemente heridos, los rematará de un tiro en la nuca. A los que puedan salvarse, les otorgará créditos y un estricto plan de rehabilitación.
Para esa izquierda amargada que lloró la muerte de la URSS y vistió luto cuando ajusticiaron a Ceauçescu, la mala salud de los tigres o dragones -nunca nos pusimos de acuerdo en el metafórico animal- es (cree) el fin de una pesadilla. Hasta hace pocos meses, cada vez que abría la boca para explicar la tonta teoría de la dependencia -"los países pobres no pueden desarrollarse porque sus economías están al servicio de los poderes imperiales" el ejemplo de los asiáticos le desmontaba la hipótesis. Cada vez que intentaba defender el modelo marxista de producir y distribuir bienes y servicios surgía la inevitable comparación entre las dos Coreas o entre las dos Chinas. En una generación, Corea del Sur había pasado de la indigencia al primer mundo, mientras la del norte se había convertido en un manicomio cada vez más degradado y hambriento, pasando de la pobreza a la miseria absoluta. Por su parte, los treinta millones de chinos hacinados en Taiwán, Hong Kong y Singapur producían más que los mil doscientos instalados en el disparate comunista. En Asia terminaba la discusión sobre el marxismo. No sobrevivía ni uno solo de los mitos de la izquierda totalitaria.
Tarde o temprano, la factura. ¿Es eso verdad? ¿Han muerto los "tigres"? Tonterías. Todas las economías de mercado pasan por períodos de ajuste en los que las empresas (y los pueblos, claro) tienen que pagar por los pecados cometidos. Si una institución financiera otorga créditos irresponsablemente y luego maquilla la contabilidad para ocultar el desaguisado, tarde o temprano acabará teniendo que abonar la factura. Si una empresa industrial no mantiene la tensión competitiva, si no investiga e innova, si no posee una clara idea de los límites de la inversión y de la expansión, no resistirá muy largo tiempo en el mercado. La "contabilidad creativa", la "revaluación de activos" y todas las manipulaciones de la cuenta de resultados sólo sirven para engañar al fisco, a los accionistas o a los prestamistas durante un breve lapsus. Ese corto periodo de gracia en que la testaruda realidad impone sus inexorables condiciones.
No hay nada extraño en lo que le sucede a los "tigres". En Corea del Sur, por ejemplo, donde los grandes conglomerados hacían coincidir sus estrategias empresariales concertados por el gobierno -algo probablemente equivocado, por cierto-, es natural que todos paguen juntos las consecuencias de sus errores. La economía, precisamente, es la disciplina que estudia las crisis, las recesiones, los "ciclos". Y en la revolución permanente del mercado los más ineficientes, los que no supieron hacer su trabajo a tiempo, desaparecen arrollados por los que han sido capaces de comparecer con una mejor oferta. Pero nadie debe lamentarlo: ese proceso de depuración -así, lúcidamente, lo señaló Schumpeter- es la "destrucción creadora" que permite que nuestra especie progrese y nuestras sociedades mejoren su estándar de vida. La economía de mercado no sólo vive y se beneficia de los que ganan. Los que pierden también van dejando un poco de enseñanza en el camino.
¿Fracaso? Es un disparate tratar de desacreditar el "modelo de los tigres" y afirmar que "ha fracasado". ¿Cómo puede hablarse de fracaso cuando en 1953 Corea era un país agrícola más pobre que Honduras, y hoy, en medio de la crisis, sigue siendo una potencia industrial media, con una población muy bien educada que viste, se alimenta y cura sus enfermedades como una nación del Primer Mundo? La combinación de austeridad en el gasto público, énfasis en la educación, apetito por las transferencias tecnológicas, trabajo intenso, alta tasa de ahorro y esfuerzos en el terreno de la exportación nunca puede fracasar. ¿Qué supone la izquierda rabiosa? ¿Que los coreanos o los japoneses van a regresar a los arrozales con los pantalones enrollados en las pantorrillas tras la supuesta evaporación del "sueño asiático"? Tonterías: durante el proceso de acelerado desarrollo de esos países se ha creado un enorme capital humano, única fuente de riqueza capaz de resistir todos los embates de las malas rachas económicas. Esas sociedades rurales se convirtieron para siempre en sociedades industriales, cambiando hábitos, costumbres y formas de vida, adquiriendo, de paso, una nueva cosmovisión, y es precisamente ahí donde radica la capacidad de regeneración de los pueblos. ¿Cree esta boba izquierda que "el milagro alemán" tras la Segunda Guerra fue sólo el resultado de acertadas "políticas públicas" (extraño anglicismo por "normas de gobierno")? Fue el capital humano de los sobrevivientes, algo que las bombas no pueden destruir, sumado a las correctas "políticas públicas" lo que permitió la resurrección de Alemania. Y en el sureste de Asia va a ocurrir exactamente igual. Los tigres seguirán rugiendo, los dragones continuarán exhalando fuego.
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