El pensamiento sistémico emergió para analizar la realidad en los años treinta del siglo XX; sus premisas son simples, las diversas partes que integran la realidad se articulan para desarrollar un funcionamiento coordinado. Esto es válido en la realidad, así como en las construcciones políticas.
El sistema internacional y en particular el regional interamericano son sistemas complejos. En las Américas, en las últimas décadas, se construyó un sistema democrático con un alto nivel de coordinación política.
Los foros de discusión eran permanentes, ya fueran cumbres americanas, Unasur, Celac y diversos espacios de coordinación y diálogo político. El sistema incluso aprobó para su funcionamiento normas jurídicas que permitían intervenir si el sistema entraba en peligro, en el marco de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
El sistema funcionó bien a lo largo de la primera década del siglo XXI. Por ejemplo, dos golpes de Estado, en Venezuela y Honduras, fueron tratados a través de la activación del mecanismo de intervención previsto en la Carta Democrática Interamericana.
Decenas de sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos fueron aprobadas, obligando a los Estados de la región a reconocer sus errores y pagar indemnizaciones por acciones que violaron los derechos de las personas. Muchas crisis se solucionaron en las cumbres.
Cambio de situación
Sin embargo, los sistemas no son estáticos y deben adaptarse a la realidad cambiante. En el caso de las Américas, el Sistema Interamericano construido alrededor de los dos principios claves, a saber, democracia y derechos humanos, comenzó a tener problemas.
Algunos países empezaron a atacar las bases y finalmente a excluirse de los esquemas de funcionamiento. Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, entre otros, amenazaban con abandonar la OEA o la Corte Interamericana. Pero el sistema no reaccionó, no se defendió.
Al mismo tiempo, el diálogo regional en materia de integración económica avanzaba y complementaba las falencias en el área política. Al final, la mayoría prefería ver hacia otro lado, porque la economía mantenía vivo el sistema.
Sin embargo, nuevas fuerzas económicas extrarregionales comenzaron a crear divergencia dentro del sistema: China, Rusia y, en alguna medida, la propia Unión Europea.
La idea de obtener financiamientos más baratos e incluso gratuitos permitió que algunos países del Sistema Interamericano pudieran salirse sin costos económicos evidentes.
El abandono de algunos países de los diversos subsistemas fue precedido por la progresiva ralentización del diálogo político e incluso del discurso de integración económica.
Cada reducción en el avance, cada fallo en el cumplimiento de un acuerdo o una sentencia era interpretado por los gobiernos como un “alto en el camino” para permitir que las sociedades buscaran sus propias salidas, en el entendido de que todos estábamos en el mismo sistema interamericano. No se comprendía que era un ataque al consenso. No se trabajó para lograr un nuevo consentimiento entre todos los miembros del grupo.
Balance desalentador
Transitando la mitad de la segunda década del siglo XXI, el balance no puede ser más desalentador. El diálogo político regional está roto. Dos países del Sistema Interamericano han abandonado la OEA y al mismo tiempo los elementos que permiten definir el sistema —democracia y derechos humanos— están en su peor momento en estos países, con indicadores que no se veían en la región desde mediados del siglo pasado.
En la integración, los retrocesos no son tan evidentes, pero el crecimiento económico de la región está por detrás de todas las demás áreas del sur global, según las previsiones del FMI para el 2024.
Cuando el Sistema Interamericano aceptó que sus miembros se alejaran de las bases, se paralizó. El consenso se rompió en la región. Las razones son múltiples, tanto regionales como extrarregionales.
Estas presiones han forzado al sistema a un punto tal que hoy ya parece no funcionar. Las tres crisis más recientes —la pandemia y las guerras entre Rusia y Ucrania e Israel contra Hamás— solo han venido a fragmentar y forzar a la periferia al Sistema Interamericano. La crisis es grave y profunda para las Américas.
Los propios asuntos intrarregionales aparecen sin respuesta. El movimiento de personas en la región ha alcanzado magnitudes nunca vistas en la historia de las Américas. Y, cuando se analiza la población que camina por el continente, se confirman los mismos elementos: regionales y extrarregionales.
Dejar que las partes fueran abandonando el sistema, con la esperanza de que todo siguiera adelante, no funcionó. Un sistema complejo funciona de manera correcta con todas sus partes y sus diversos subsistemas.
Dejar que las partes deserten ha demostrado su ineficiencia en la ingeniería y en la política. Quizás el mejor ejemplo sería Corea del Norte. Décadas de aislamiento no han solucionado nada, por el contrario, originaron más inseguridad en todos los actores.
La región debe plantearse sus prioridades sociales, políticas y de esquemas de desarrollo. La oscilación de gobiernos de derecha a izquierda, usando la matemática para construir las mayorías circunstanciales en el debate regional, no ha sido la solución en los últimos años.
La labor pedagógica que debe emprenderse en la región es urgente. El modelo político y de desarrollo que requiere la región será la clave para reanudar el consenso y retomar la senda de crecimiento sistémico que se necesita para todos en Latinoamérica y no solo para unos pocos.
El autor es vicerrector de la Universidad para la Paz.